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El obispo Schlaefer llega a Honduras acompañando a 2.000 pobladores misquitos, después de caminar durante tres días

Los 2.000 pobladores misquitos de Francia Sirpe llegaron a territorio hondureño hacia las dos de la madrugada de ayer, después de tres días de caminata y de vadear el río Coco. Entre ellos se encuentra, en aparente buen estado de salud, el obispo de Bluefields, Salvador Schlaefer, a quien el Gobierno nicaragüense diera por muerto el miércoles por la noche. En nombre de la organización armada Misurasata, que se responsabilizó de este éxodo masivo, su máximo líder, Steadman Fagoth, anunció en Tegucigalpa que iba a hacerse público en breve un mensaje grabado del prelado católico.

Cerrada ya la preocupación sobre su vida, el interés político se centra ahora en averiguar si fue llevado por la fuerza, como afirman los testigos presenciales de la acción, o si se unió voluntariamente a un pueblo que huía de la guerra, según sugiere el documento aprobado por la Conferencia Episcopal de Nicaragua.Todo indica que la presencia del obispo en el pueblo no estaba prevista en el plan de ataque, pero una vez que se puso en marcha decidieron no dejar testigos a las espaldas que pudieran dar aviso a las autoridades. Schalaefer se convirtió de hecho en un salvoconducto para toda la columna, ya que el Gobierno nicaragüense decidió suspender toda operación militar en el itinerario previsto a fin de que no se le pudiera responsabilizar de un hipotético desenlace fatal.

Pablo Schmidt, provincial de los Capuchinos, orden religiosa a la que pertenece el obispo, y el vicario de Bluefields, Francisco Solano, han expresado serias dudas de que el obispo decidiera voluntariamente encaminarse a Honduras. "Nunca ha tenido la idea de irse de Nicaragua. Al contrario, con la amnistía tenía aún más razones para continuar la lucha que acostumbraba".

"Disparos por todos los lados"

Dos misquitos que consiguieron burlar a sus captores, Otto Borst y Tepino Castro, relataron que el ataque contra el pueblo empezó hacia la una de la madrugada del martes. "Se escuchaban tiros por todos los lados", dice Borst. "Un grupo rompió la puerta de mi casa, me pusieron un fusil en la boca y me dijeron: 'Vos sos sandinista'. Tras saquear las existencias de Proagro (empresa estatal de implementos agrícolas), nos reunieron a todos en la plaza". Calcula que los asaltantes eran unos 300.

A golpes de culata obligaron a la población a levantarse. Un vigilante sandinista recibió un tiro en el estómago, del que murió más tarde. "Monseñor SchIaefer estaba en el pueblo desde el día anterior", continúa Borst, "pero ellos no lo sabían. El obispo no quería entregarles la llave del jeep en el que había llegado. Les dijo también que no podía acom pañarles durante cuatro días de caminata porque estaba enfermo y calzaba sandalias. Se comunicaron por radio y le dijeron que tenía que ir con ellos porque ya otra vez dejaron suelto a un sacerdote en Santa Clara y fue a denunciarlos a Puerto Cabezas" Esto ocurrió en abril y el sacerdote en cuestión era Wendolin Schafer, que el martes estaba también en compañía del obispo y fue igualmente secuestrado.

Borst consiguió fugarse esa misma madrugada, escondiéndose en una letrina. Tepino seguiría con el grupo unas horas más. Él cuenta que poco antes del amanecer dejaron descansar por 25 minutos al obispo, al ver que iba rendido. "Varias veces le veía discutir con ellos por los malos tratos. A algunos que iban atados los soltaron".

El episcopado, nada ambiguo

Frente a esta versión, la Conferencia Episcopal entiende que SchIaefer decidió acompañar a su pueblo, "que ha tenido que abandonar el lugar debido a la situación bélica imperante en la zona". En los dos documentos publicados el jueves no se expresa ninguna duda sobre la voluntariedad de su decisión.

En términos nada ambiguos culpan en última instancia al Gobierno de lo sucedido, al señalar que "una vez más la espiral de la violencia vuelve a imponerse en nuestra patria, ante la carencia de vías y mecanismos que hagan posible a nuestro pueblo expresarse y organizarse para la promoción de los derechos humanos, personales y colectivos".

Idéntica solicitud fue presentada al Gobierno por el embajador norteamericano en Managua, Anthony Quainton. La celeridad con la que Washington afirmó que el obispo estaba vivo, aun antes de que pudieran hacerlo las autoridades de Managua, ha hecho declarar al comandante Daniel Ortega que ello pone en evidencia una vez más la dirección que ejerce la Agencia Central de Inteligencia (CIA) sobre estas operaciones.

Añadió que los obispos pueden visitar cuando deseen la zona y les pidió que actúen con madurez y serenidad. Expresó el deseo de que el obispo sobreviva y agregó que "ésta es una acción criminal, condenable, que no puede esconderse bajo ningún subterfagio".

Para Managua resulta evidente que con estos hechos se pretende descalificar el programa de reconciliación con los misquitos iniciado por el Gobierno después de liberar a 300 presos y conceder una amnistía para cuantos regresen al país.

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