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Reportaje:

Bulgaria, algo más que un satélite de la URSS

La estabilidad y la ortodoxia que caracterizan a Bulgaria no deben hacer olvidar que este país es el único en toda la Europa del Este que se comprometió a finales de los cincuenta en una imitación de la vía china, incluso con el lanzamiento de un gran salto adelante similar al que Mao impulsó entonces en su país.Es también el único el que se registró, en abril de 1965, una intentona de putsch militar, que el Comité de Seguridad Interior soviético (KGB) desarticuló rápidamente.

Se conocen las disputas periódicas que la Prensa búlgara busca con Yugoslavia con motivo de Macedonia, pero menos de las reformas económicas emprendidas en Sofía, cuya nueva fase entró en vigor a principios del año pasado y que, con recursos agrícolas importantes, parece haber ahorrado al país parte de los efectos de la crisis que agobia a sus vecinos.

Bulgaria bate también un récord de longevidad a nivel de su dirección política. Todor Jivkov, jefe del Estado, primer secretario del partido desde marzo de 1954- y secretario general del partido desde marzo de 1954-, miembro del Politburó desde 1950, es decir, desde hace 32 años sin interrupción, es el más antiguo de sus iguales en la Europa del Este, después de. Enver Hodja, que dirige Albania desde 1944.

Pero, mientras que este último reina en plan dictador sobre su partido, con la ayuda de purgas tan sangrientas como las de la era estalinista, M. Jivkov navega con soltura gracias a una mezcla sabiamente dosificada de nepotismo y de culto a la personalidad (menos que en Rumania, pero más que en Hungría o que actualmente en la URSS), de tolerada contestación y de mimetismo prosoviético. A partir de los años sesenta no era raro ver al jefe del partido ser interpelado sin miramientos por viejos comunistas que le criticaban sus deslices revisionistas.

Recientemente, en marzo de 1982, algunos procesos entablados por corrupción y tráfico de divisas a antiguos responsables o a hijos de familia (especialmente a lancho Takov y Atanas Taskov, hijos de recientes o antiguos miembros del Buró Político) han hecho que Bulgaria se ponga al día en el momento en que una campaña análoga destaca en Moscú.

Pero eso no impidió la designación, en junio de 1981, de un nuevo primer ministro, Gricha Filippov, considerado mucho más soviético que la mayoría de los responsables búlgaros (ha vivido en la URSS, donde nació, más de veinte años) y que fue reclutado, en cualquier caso de todos modos, fuera del círculo de los íntimos del secretario general.

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En resumen, el prosovietismo proclamado por toda la dirección de Sofía no ha impedido que se afirme un nacionalismo búlgaro. Sencillamente, ese nacionalismo toma una forma Ya observada en países ultras, como la República Democrática Alemana en tiempos de Walter Ulbricht, la de la demagogia y del exceso de celo.

A fuerza de imitar al hermano mayor ruso, ¿por qué no hacerlo tan bien o mejor que él? Además, Sofía puede hacer alarde de antigüedad en temas cruciales: Bulgaria festejó su 1.300 aniversario, aprovechando la ocasión para recordar discretamente que el Estado búlgaro florecía mientras que el ruso empezaba a balbucear. Son dos búlgaros, los monjes Cirilo y Metodio, como lo han recordado sus dirigentes, quienes dieron a los eslavos su alfabeto.

En resumen, incluso en materia de bolchevismo, los búlgaros no reciben lecciones de nadie, puesto que su partido socialdemócrata fue creado antes que el de Lenin.

La herencia de Ludmila

Ahora bien, ese nacionalismo búlgaro había encontrado su más brillante expresión, estos últimos años, en la persona de Ludmila Jivkova, hija del secretario general del partido. Era una joven mujer dinámica, gran animadora de la vida cultural durante los años setenta.

Recordemos únicamente que su excepcional promoción (presidenta del Comité de la Cultura desde 1974, miembro del Gobierno desde 1976 y del Politburó desde 1979) no sólo se debía a sus antecedentes familiares, sino también a la innegable popularidad que le habían merecido entre los escritores y artistas algunas de sus grandes ideas: promoción del patrimonio cultural búlgaro y exaltación de los valores nacionales, apertura hacia el exterior y acceso a las culturas occidentales; una especie de Jiang King búlgara, pero mucho menos sectaria de lo que era la viuda de Mao.

Ahora bien, los dirigentes soviéticos nunca se mostraron muy entusiastas con esta personalidad tan poco ortodoxa, formada en Oxford -y no en Moscú como la mayoría de los dirigentes búlgaros- y que mencionaba bastante poco a la URSS en sus discursos. En el momento de su muerte súbita, anunciada en julio de 1981, debiá a a una hemorragia cerebral por surmenage, Moscú fue representado en los funerales por su homólogo, M. Demitchev; pero el mensaje de Breznev, expresivo para con su padre, no. contenía ningún elogio para con la desaparecida.

En marzo de 1972 se creó en Sofía un comité para la creación de una "fundación internacional Ludmila Jivkova", destinada, como la Alianza francesa o el British Council, en Francia y Gran Bretaña, para propagar los valores culturales búlgaros en el extranjero. Diecinueve países estaban representados en ese comité, de los cuales dos eran países hermanos: Cuba y la República Democrática Alemana. La Unión Soviética brillaba por su ausencia.

Sin embargo, la herencia de Ludmila sigue, aparentemente, intacta en Sofía. Han sido necesarios más de nueve meses para reemplazarla al frente del Comité de la Cultura. Sus fieles colabora dores siguen estando bien situados en el aparato cultural y el primer aniversario de su muerte ha sido celebrado con emoción este vera no, con toda clase de mítines. El Palacio de la Cultura, edificado costosamente el año pasado, y un bulevar de la capital llevan su nombre.

'La mano de Moscú'

No se necesitaba más para que surgieran rumores sobre tensiones entre Sofía y Moscú. Los ciudadanos búlgaros de a pie no han dudado en ver la mano de Moscú, y más concretamente, del KGB, en el final prematuro de Ludmila Jivkova.

Spiegel, en su número del 13 de diciembre, destaca que las vacaciones de Jivkov en Crimea, en agosto de 1981 -un mes después de la muerte de su hija- no han durado ni siquiera tres días (es cierto que tampoco eran mucho más largas en años anteriores) y se deduce de ello que hayan sido, fundamentalmente, un pretexto de una explicación agitada, entre el dirigente búlgaro y Breznev (quien le recibió el 7 de agosto) con motivo del papel del entonces jefe del KGB Yuri Andropov.

El semanario alemán observa también que la expulsión del Comité Central del partido búlgaro, en marzo de 1982, de Mircho Spasov, antiguo viceministro del Interior, luego jefe del servicio de los cuadros del partido en el extranjero (un puesto de evidente ligazón con los servicios de información) apuntaba a sancionar a un amigo de Andropov. El mismo motivo tendría la condena simultánea a veinte años de cárcel, por "malversación de bienes públicos a gran escala", de Jivkov Popov, hasta entonces embajador en Praga, y que habría tenido por misión controlar el espionaje búlgaro en el Oeste.

Sin duda, algunos de los cambios de primavera están ligados a la campaña contra la corrupción y al proceso de los hijos de familia, que se desarrollaban al mismo tiempo. Pero no por ello dejaban de poner en cuestión los servicios policiales, mucho antes de que las investigaciones italianas vinieran a desvelar públicamente el problema de las presuntas implicaciones de dicho servicio con el terrorismo.

En, este terreno, como en los demás, conviene tener en cuenta la tendencia tradicional de los búlgaros a demostrar exceso de celo al servicio de la causa. Se tienen noticias del asunto de los paraguas búlgaros, pasto de la actualidad en 1978 y que causaron al menos una muerte, la del periodista de oposición Gueorgui Markov, en Londres. Había habido anteriormente intentos de secuestro de disidentes en el extranjero, algunos con éxito.

En el plan, general, Bulgaria se jacta a menudo de su apoyo a los movimientos revolucionarios: a partir de diciembre de 1964 Jivkov afirmó haber "enviado armas" al FLN argelino durante la guerra de Argelia. Incidentes que implicaban a barcos búlgaros que transportaban armas hacia Líbano o hacia Yemen fueron señalados en 1966.

En agosto de 1971, el Gobierno de Sudán expulsó al embajador de Bulgaria, acusado de haber participado en el golpe de Estado de inspiración comunista que había fracasado un mes antes. En diciembre de 1978, Sadat rompió las relaciones con Sofía, después de que documentos incautados en la Embajada búlgara de El Cairo revelaran, según él, la preparación de un compló contra él. Que Bulgaria haya demostrado exceso de celo en otros terrenos de la misma actividad es, en estas condiciones, muy posible. De todas maneras, el auge espectacular del terrorismo internacional en los años setenta con el desarrollo del activismo de extrema izquierda en Italia, en la República Federal de Alemania y en Japón, del terrorismo armenio a los enfrentamientos entre extremistas en Turquía, desde los campos de Beirut a la guerrilla en Irlanda del Norte, todo esto no podía dejar indiferente a los servicios de información de ningún país. De ahí a utilizar el fenómeno para orientarlo en la buena dirección no había más que un paso, que, sin duda, ha sido dado en algunas ocasiones.

Hoy, al contrario, el retroceso general del terrorismo conduce a hacer pagar las complacencias pasadas, ciertas costumbres contraídas en el período anterior.

Sin embargo, si no es posible disociar los acontecimientos pasados o del futuro de las investigaciones en curso en Italia de la situación política, tanto en Sofía como en Moscú es extremadamente difícil coordinar el conjunto de manera coherente sin caer en hipótesis románticas, evidentemente improbables.

Así, uno se pregunta cómo y porqué se han esperado dieciocho meses de investigación -y cerca de un año después de las primeras confesiones de Alí Agca (el turco encarcelado en Roma habría cantado a finales de diciembre de 1981, según fuentes fidedignas)- para pringar oficialmente a Bulgaria.

No hay 'Sofiagate'

Sofía se escuda tras este argumento para denunciar una "conspiración antisocialista", pero lo que hay es que el Gobierno italiano, que no es precisamente famoso por buscar sistemáticamente la provocación internacional, no se hubiera embarcado en la pista bulgara si no tuviera argumentos serios.

Una explicación ingeniosa, pero del todo incomprobable, indica que esa mezcla de exceso de celo y de confusionismo no se debe por completo al azar. Jivkov, fiel amigo de Breznev, apoya al delfín designado por el difunto dirigente, Constantin Chernenko, contra el usurpador Andropov. No le molestaría, en absoluto, que algún dedo acusador apuntara hacia este último, es decir, contra las malas jugadas que ha podido hacer el KGB. Señalemos, en cualquier caso, que varios servicios de información occidentales han elegido la actitud inversa. En conjunto, los profesionales de la información en Estados Unidos, en Alemania Federal e incluso en Israel, han hecho saber, a través de indiscreciones calculadas, que consideraban despreciables las pruebas citadas que apoyan la conexión búlgara.

Según William Safire, del New York Times, la CIA lo habría así transmitido a la policía italiana la víspera misma de la muerte de Breznev, cuando, sin embargo, la misma agencia no había estado ajena en la difusión, este verano, de los reportajes más bien abrumadores (en el Readers Digest y por la cadena de televisión NBC, principalmente) sobre el presunto jugado por los países del Este en el atentado contra él Papa.

Quizá esos servicios hayan cambiado de opinión desde el otofío pasado. Quizá también sientan una secreta simpatía por los que desempeñan el mismo oficio del otro lado, con la secreta esperanza de que sabrán devolver la pelota. Quizás, en fin, se prefiera en Washington tener que vérselas con Andropov el inteligente más que con el ceremonioso y distinguido Chernenko, y ahorrarle al primero un Sofiagate que podría tener las mismas consecuencias que el otro.

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