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Reportaje:

El 'convento caído' de Santa María la Real, recuperado para Aguilar de Campoo

Ya se han celebrado seis semanas culturales y se han programado nuevas actividades en el recinto

Como en aquellos anuncios de crecepelo -antes y después-, los muchos visitantes del lugar que acuden cada día al monasterio, popularmente conocido durante más de un siglo como el convento caído, no acaban de creer lo que ven sus ojos. "Aquí ni había tejado ni había nada... Había escombro por todas partes", explican al curioso forastero. Todo empezó hace cinco años, cuando un aguilarense de adopción, José María Pérez González (Peridis), soñó un día que el convento caído debía ser salvado por y para el pueblo, ya que la Administración parecía ignorar sin remedio su estado de abandono.Nació entonces la Asociación de Amigos del Monasterio, con el fin de aglutinar los esfuerzos y reclamar las ayudas necesarias para llevar a cabo la empresa. La gente acudió, entusiasta, a su llamada, y en aquel verano de 1977 los picos y las palas del vecindario se abrieron paso entre los escombros. Cundió el ejemplo, y la Administración central no tuvo más remedio que dar luz verde al proyecto restaurador, que fue adjudicado en subasta a la empresa Rember, bajo la dirección arquitectónica de Peridis.

El monasterio de Santa María la Real, cuya fundación atribuye la leyenda al abad Opila, en el año 820, durante el reinado de Alfonso II el Casto, está situado en la salida oeste de la villa de Aguilar y protegido del fiero viento del Norte por el risco de Peña Longa, lo que asegura a sus dependencias un microclima que favorecía, sin duda, las condiciones de vida de la comunidad y de sus huertas, regadas por un arroyo que nace en el mismo corazón del risco.

De la veracidad de aquella leyenda y de otros indicios deberán dar noticia fiable las excavaciones arqueológicas que se realizan cada año en el edificio, una vez fechados los enterramientos aparecidos y el hallazgo de una cocina medieval descubierta en la última campaña.

Cuatro grandes naves construidas a dos plantas y solar, a las que quedan adosados el claustro y la basílica, componen el edificio, sobre un total de 7.000 metros cuadrados de superficie construida, a los que habría que agregar tres hectáreas de huerta del coto redondo monacal, hoy propiedad de particulares.

Después de haber sido durante siglos centro de cultura fundamental en la alta Castilla, el monasterio se abandona con la desamortización de 1837, y se inicia su ruina, que no llega a atajarse definitivamente hasta ahora, a pesar de que fue declarado monumento nacional por Real Orden del 12 de junio de 1866. La prueba evidente del abandono oficial del monumento se hace palpable al comprobar que su único interés se redujo a arrancar, en 1871, los mejores capiteles para su traslado al Museo Arqueológico Nacional. Desde entonces hasta aquella primera intervención de la Asociación de Amigos del Monasterio, el edificio fue presa de los expoliadores y con frecuencia un refugio de vagabundos.

Esta situación alimentaba un factor psicológico en el sentimiento de algunos sectores de la población que, de alguna manera, identificaban el abandono del monumento con el abandono al que el poder central condenaba al pueblo. Mientras, el tiempo iba depauperando los materiales, hasta que sólo quedó la piedra, y únicamente gracias a la buena obra de sillería sus muros no se derrumbaron para siempre.

El sentimiento de vergüenza popular ante aquella mole ruinosa explica el poder de arrastre que tuvo en sus comienzos la Asociación, que, con sus seiscientos socios y otros tantos simpatizantes, daba vida a la labor de consolidación de las obras. Tras la renuncia al inmueble por parte de los monjes de Poblet, últimos inquilinos del monasterio antes de la desamortización, los socios se plantearon cuál debía ser el futuro destino del edificio.

Restauración y movimiento cultural

La primera labor que hubo de afrontar el equipo dirigido por Peridis y Francisco Canales, meticuloso jefe de obra, fue la de la consolidación del monumento, en la que se siguieron minuciosamente las pautas de la documentación recogida -planos, fotografías, excavaciones, textos- en tomo al monasterio. En aquella tarea se emplearon los dos primeros años, y en ese tiempo la Asociación, curtida ya en algunas batallas, ampliaba su acción a todas las iglesias románicas, hasta un total de sesenta, existentes en la comarca.Por medio de boletines se informaba de las actividades a los socios y simpatizantes, se difundía el románico a través de la Prensa, la radio y la televisión, y se denunciaban ante la sociedad y organismos competentes los atentados que se perpetraban contra tan numeroso patrimonio histórico. Con la creación de las Semanas Culturales del Románico se logró sensibilizar a la población autóctona frente al estado de abandono de sus monumentos, sobre todo mediante la feliz idea de las romerías-concierto, que recorrían la comarca llenando los templos de música, teatro y poesía.

Orgánicamente, las obras, siempre abiertas al público desde el primer día, responden a aquel movimiento, y el recinto monacal abría decididamente sus puertas a la cultura, como centro de cultura que fue. Al igual que los monjes que allí vivieron ampliaban el edificio con las técnicas y materiales propios de cada época y a tenor de sus necesidades, la restauración, siguiendo una concepción moderna, incorpora el hormigón y otros materiales, definiendo espacios y huyendo del pastiche, para dejar a la vista, en una labor didáctica, la estructura de la que se partió, verdadero compendio de historia de la arquitectura. Para el mismo equipo de trabajo, la obra ha sido una escuela de capacitación técnica, ya que se han tenido que enfrentar a problemas como la reconstrucción de bóvedas románicas y barrocas y complicadas tareas de caritería, lo que producía una implicación muy personal de cada miembro de la plantilla en el resultado final del trabajo.

En la recta final

En estos dos últimos años, del' concepto de consolidación se pasó claramente a la idea de rehabilitación, estirando el presupuesto y creando espacios hábiles. Hoy, más de la mitad del edificio es utilizable. Pero para que haya de todo, como en botica, el camino recorrido no ha sido precisamente un lecho de rosas. Las subvenciones no siempre llegaban a tiempo, con el consiguiente quebranto para la empresa constructora Rember, que se ha visto en ocasiones asfixiada y otras veces obligada a reducir la plantilla a límites más que críticos.Se han certificado obras por valor de 62 millones de pesetas, cifra realmente baja para toda la labor realizada; pero si se hubieran mantenido las promesas de altos cargos de la Administración, el monumento, con una inversión más generosa, podría haber estado funcionando ya este año como universidad de verano, atendiendo a las reivindicaciones de la Asociación de Amigos del Monasterio, que, fiel a su criterio de que el edificio debe ser un lugar vivo, propone como actividad primordial que haga más rentable su mantenimiento su conversión en instituto, servicio necesario en la comarca, y centro cultural de programación constante, que comprendería asimismo aulas y talleres de artes plásticas y un museo pedagógico del románico.

La Asociación ha realizado en todo este tiempo seis semanas culturales, con un alto poder de convocatoria, y ha procurado extender su acción promoviendo un cine-club, un grupo de teatro, ciclos de conferencias, música y exposiciones, esftierzo semiabortado por la carencia, no casual, de las ayudas económicas necesarias. Pero no por eso se ha detenido su impulso. A lo largo de este mes de agosto, y utilizando salas ya rehabilitadas en el monasterio, han programado un largo ciclo de conferencias con la presencia de críticos, técnicos e intelectuales de todo el país.

Para este año, y pese a que la escasa subvención de diez millones de pesetas concedidos para la campaña se deberán emplear en drenajes y saneamiento y en acristalar el claustro, se pretende continuar con las obras de infraestructura -calefacción, solado, etcétera- e ir habilitando espacios para dar cabida al mayor número de actividades culturales posibles, mientras no se obtenga una respuesta oficial clara, por ahora inexistente, sobre el destino del monumento.

Entre tanto, continúan llegando visitantes, y Peridis charla, una vez más, con Francisco Canales. Hablan de calefacción solar, de un sistema antihumedades y de que hay que apretar el acelerador porque el invierno, siempre prematuro en estas tierras, se echa encima.

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