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El Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Expectación justificada ante el estreno de 'Demonios en el jardín', de Gutiérrez Aragón

La primera proyección de Demonios en el jardín convocó, a las nueve de la mañana, a tantos espectadores como butacas hay en el Teatro Victoria Eugenia. La expectación por la nueva obra de Manuel Gutiérrez Aragón no sólo se justifica por la trayectoria del autor, a quien se deben títulos tan valiosos como Camada negra, Sonámbulos o Maravillas, sino también por la publicidad extracinematográfica con que esta producción se vio marcada incluso antes de su rodaje. En Demonios en el jardín actúan juntas, por vez primera, Ana Belén y Angela Molina, consideradas como las máximas estrellas actuales del cine español. Aunque, independientemente, ambas habían trabajado ya a las órdenes de Manuel Gutiérrez (la primera, en Sonúmbulos, la segunda, en Camada negra y El corazón del bosque) su unión en el mismo reparto despertaba la curiosidad de quienes podían imaginar una competencia interpretativa similar a las que marcaron varias películas de la historia del cine.Sin embargo, la primera sorpresa de Demonios en e1jardin reside en que su protagonista principal es, en realidad, un niño que interpreta Alvaro Sánchez Prieto. Alrededor de él, las dos mujeres -madre y tía- viven sus frustraciones, ocultan sus pasiones amorosas, disimulan sus competencias, pero son los ojos del niño los que determinan el auténtico talante de sus protectoras. Una última mujer, la abuela, interpretada por Encarna Paso compone el coro femenino que, en cierto modo, utiliza el niño como forma de expresar sus silencios, sus finjimientos.

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Gutiérrez Aragón asegura que su película versa sobre esas mentiras. En realidad, habla de la decepción. En el trsite decorado de la posguerra, los ojos del niño van descubriendo una vida que se rompe en desilusiones. Aunque él sea un privilegiado, tanto por el poder económico de la familia, fomentado en una tienda paradisiaca, albergue de las riquezas que el estraperlo negaba a los demás españoles, como por su condición de niño enfermo que exige el cuidado constante de esas manos femeninas, empeñadas, por su parte, en entender que ningún capricho puede negarse a quien las juzga y chantajea con su fingida enfermedad. En el fondo y al margen de esa cama que preside interiores y exteriores, se desenvuelve un mundo marcado por la represión: la del hambre, la del amor, la del sexo.

Peligrosa ambigüedad

Demonios en el jardín no es un melodrama, pero lo parece o debería serlo. Gutiérrez Aragón ha utilizado los términos del género pero no sus emociones. La acción se decanta siempre por la distancia, impidiendo que el folletín gane por su esquematismo. Quizá sea un error. A veces, esa ausencia de sentimentalismo debilita la complicidad del espectador con la historia. Las pasiones turbias, las envidias, los disimulos, que son siempre materia habitual para el cine de lágrimas, quedan tratadas por Gutiérrez Aragón con una peligrosa ambigüedad.

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La magia, sin embargo, existe. Se concreta sobre todo en Angela Molina, la rojilla, madre soltera exiliada por la familia que regresa a cuidar a su hijo, a reencontrarse con el padre, a alimentarse a escondidas, fuerte y tierna da tal verosimilitud a su personaje que sin ella parecería imposible la película. El niño actor replica con su ingenuidad de pícaro y dominante. Es el protagonista de una de las mejores secuencias de la película, aquella en la que el mítico padre ausente, poderoso en la distancia, queda convertido en un mediocre y servil arribista, camarero de Franco, trapichondista y chulapón.

Seguridad del humor

En esa secuencia, Gutiérrez Aragón perfila con más seguridad el humor que late en toda la película. Humor con ribetes esperpénticos que anulan el sentimentalismo siempre esbozado pero que, en su lugar, tampoco conduce la película por los caminos de la farsa. Siempre es ambigüedad, esa duda en el estilo que sorprende tanto a quienes nos acercamos a Gutiérrez Aragón con la seguridad de que su obra tiene ya lenguajes fijos.

En esa proyección matinal, la sorpresa se tradujo en aplausos tibios. Pero no son fiables. Demonios en el jardín tiene un carácter intimista, que probablemente deba mucho a las emociones privadas del autor, que no provoca el entusiasmo evidente. Conecta con el espectador por otros caminos, sobre todo, cuando Angela Molina aparece en la pantalla. Ana Belén ha elegido para con su personaje una comunicación más difícil, menos exteriorizado. Cuando la película se ve por segunda vez su trabajo se comprende más sólido que lo que una primera visión permite, tal es la fuerza de la caracterización de su oponente. La Belén ofrece el contrapunto sensible de la mujer que tiene ya una vida establecida, sin posibilidad de cambios. La defiende cuando es culpable, la amordazan con el privilegio de la familia, aunque ella sepa que esa es su peor trampa.

Son las actrices quienes mejor han entendido su trabajo aunque a Encarna Paso se le identifica en ocasiones su habitual actividad en los escenarios. Los actores, por su parte, cuando actúan solos, son más torpes. Esa desigualdad en el tono de la interpretación coincide probablemente con la duda estilística que preside la película, o que, al menos, parece destacar en las precipitadas sesiones de este festival, en el que ayer volvió a ponerse Cangrejo, de Chalbaud.

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