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Víctor García un poeta de la transición

Víctor García, director teatral argentino de 47 años que falleció el pasado sábado en el hospital de La Pitié-Salpetriere de París, no podrá ser enterrado hoy, como estaba previsto,corno consecuencia de unos trámites burocráticos, no resueltos, sobre la verificación de la autopsia que ha de revelar el origen exacto del misterioso virus infeccioso que acabó con su vida de creador genial y polémico, sobre cuya contribución versa el trabajo que publicamos.

Hace poco más de un mes vi a Víctor García por última vez. Fue en Montpellier, donde Jerome Savary, el recién nombrado director del Centro Dramático de Languedoc-Rosellón, había organizado un encuentro bajo el título de Norte-Sur, ¿y la cultura? Víctor alternaba, como había sido habitual en él durante años, los momentos de lucidez y de actitud afectiva con los de sopor y agresividad. Era un desesperado que tenía miedo de quedarse solo, que soportaba muy mal la estupidez del mundo, que bebía para escapar y hacía teatro para soportarse. Víctor se rebelaba contra la concepción normativa de la cultura, contra la idea de que el saber consiste en aprenderse las normas que facilitan la respetabilidad y el éxito. Por el contrario, Víctor, en la vida y en el teatro, era un hombre que intentaba siempre romper la norma, lo cual, entre otras muchas cosas, suponía, en el plano de la dirección escénica, el rescate de la comunicación sensorial, de las imágenes surreales, de la actuación visceral, frente al teatro hecho de psicología y de palabra.

Llanto de Víctor

El hecho de que Arrabal fuera uno de los autores predilectos de Víctor García se explica, pues, perfectamente. Y para montar a Arrabal se lo trajo Nuria Espert, que decidió completar el programa, dada la brevedad de Los dos verdugos, con Las criadas, de Genet. Luego la censura, tras el ensayo general, prohibió la obra del español. Víctor, aquella noche, lloró en el Reina Victoria. "Esto es lo único que sé hacer, lo único para lo que sirvo. Habíamos creado algo que ya nadie podrá ver. Es como si me prohibieran a mí". Afortunadamente, unas semanas después de aquella noche de vergüenza, la compañía de Nuria Espert presentaba Las criadas en otro teatro, y casi todo el mundo estuvo de acuerdo en señalar que aquel era un espectáculo extraordinario, imaginativo y audaz, aunque los mediocres de siempre lo condenaran con la calificación de experimental o minoritario.

La polémica y triunfal Yerma -¿por qué una lona?; ¿no era preceptivo que Lorca se hiciera con paredes blancas y mujeres enlutadas?-, seguida de la también polémica, aunque menos triunfal, Divinas palabras, completó el trabajo de Víctor para laconipañía de Nuria Espert. Esta vez la crítica española -pues la ácogida de los festivales internacionales y de los más solenmes teatros, incluido el Palais Chaillot, de París, había sido siempre entusiasta-, apoyada por alguna que otra pluma deseosa de exhibir su conocimiento de Valle, atacó ferozmente a Víctor García sin preguntarse por las razones de su puesta en escena.

Fracaso del 'Cementerio'

El último montaje de Víctor en España fue El cementerio de automóviles, de Arrabal, autor que había estrenado en medio mundo y estaba, desde la prohibición de Los dos verdugos, prácticamente proscrito entre nosotros. A Víctor García se le pidió que repitiera el montaje de París, considerado por la crítica internacional como la mejor imagen escénica de Arrabal. Dado que se trataba de un autor que no respondía a los esquemas básicamente literarios de la escena española, se pensé que lo justo era estreiiarlo de la mano de quien mejor lo había montado fuera del país. Veríamos -y no sólo oiríamos el texto- el teatro de Arrabal. Yo intervine en esa decisión del empresario Antonio Redondo.

Había que empezar a garían, y no sólo con discursos, el tiempo perdido. Así que Víctor comenzó a poner patas arriba el teatro Barceló. Se construyó el cementerio de automóviles, se cambió la disposición de las butacas, se trajeron a los técnicos del estreno, se hizo un gran reparto..., pero el público, desde la primera representación, se inhibió. Ni la curiosidad por ver a un autor español, famoso y desconocido, ni las características singulares del espectáculo, ni el reparto, fueron capaces de sostener la obra durante un plazo decoroso. Nuestros hombres de teatro son.reían, entre escandalizados y suficientes, cuando, al entrar en el Barceló, se enfrentaban con los coches suspendidos del techo, con las imágenes -¿cuándo aprenderán estos novatos que el único buen teatro es el de los bellos textos, dichos por actores quietecitos, en un marco que no perturbe la audición?- insólitas, con la pesadilla poética de dos artistas transgresores. Los ataques a Víctor llegaron al insulto personal. La lógica y el sentido común se vengaron de las humillaciones anteriores. Esta vez García había perdido: el público madrileño no quería ver su montaje...

La frontera

En Montpellier seguía bebiendo mucho y costaba seguir sus conversaciones. Cuando estaba sereno hablaba con entusiasmo del Don Juan, de Tirso, que iba a producirle Savary. Los puristas quizá piensen que la muerte acaba de evitar una blasfemia. Otros, sin embargo, pensamos que sin la imaginación y la libertad de hombres como Víctor García, el teatro habría muerto. Yo mismo le reproché a Víctor la falta de rigor en más de un aspecto de sus montajes; lo mismo pienso ahora. Sólo que en arte, el rigor sin imaginación puede ser, simplemente, el rigor de los cadáveres.

Muchos decían que Víctor bebía, sufría e imaginaba demasiado para seguir viviendo. Nadie entendía de dónde sacaba su coherencia estética en medio de tanto desorden y tanto sufrimiento. Desde hacía tiempo se esperaba su muerte como algo próximo. Yo me pregunto ahora si toda la grandeza, la compulsión y la debilidad de su obra no estará en haberla hecho sabiéndose siempre en esa frontera. Ahora todo está en orden. Muchos descansan en paz. Víctor García ha muerto.

es crítico de teatro, director de la revista Primer Acto.

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