Ante Polonia, ¿qué hacer?
Se ha iniciado el gran debate ¿Qué debe hacer Occidente después del golpe de Estado militar de inspiración soviética, en Polonia? ¿Cómo hemos de comportar nos con el Gobierno estilo Pinochet del general Jaruzelski? Y, lo que es más importante, ¿cómo hemos de idear y configurar el futuro de nuestras relaciones con la Unión Soviética?Estas cuestiones fundamentales han de tratarse con el máximo de seriedad. Son momentos de gran turbulencia y sensibilidad, y nadie puede asumir el estar en posesión del monopolio de la verdad. Polonia no es Chile: es el corazón geográfico de Europa, y ya ha sido una vez en el presente siglo la chispa que provocó una gran conflagración. Pero cuando las pasiones están caldeadas y el miedo muy extendido, la mente debe estar serena. ¿Quién puede asegurarnos hoy cuál es el mejor camino para la paz y para el futuro de Europa y de la humanidad? Todos los participantes en el debate deben mantener sus mentes abiertas y escuchar atentamente los puntos de vista opuestos.
Indudablemente, el comportamiento de Occidente dependerá en gran medida del desarrollo de la situación polaca. Los dirigentes militares polacos se enfrentan a un problema poco común: su enemigo no es un partido político, sino un sindicato, y además, joven, pobremente organizado, pero que goza del apoyo entusiasta de los obreros. Podrán prohibir -según recomiendan los textos sobre golpes de Estado- todas las reuniones políticas, pero no pueden evitar que sus aponentes se encuentren a diario en sus lugares de trabajo y todas las semanas en la iglesia.
Esto implicará que no podrán imponer una represión total y completa. Las heridas en Polonia seguirán abiertas, y la nación seIguirá teniendo en el Vaticano su portavoz más elocuente. Así pues, no es muy probable que ni tan siquiera los más complacientes creyentes en las relaciones Este-Oeste y en el,espíritu de Yalta puedan cerrar los ojos durante mucho tiempo ante el drama polaco.
Esto seguirá siendo así incluso si no se produce lo peor (una intervención soviética en apoyo del general Jaruzelski o de otro dirigente de mano aún más dura). De momento, el drama polaco se parece mucho más al primer acto de una crisis más amplia y generalizada del imperio y la dominación soviéticos que a una revuelta provincial condenada al fracaso, como las de 1956 en Hungría y la de 1968 en Checoslovaquia.
Sorprendentes divergencias
Pero aun cuando las acciones y reacciones de Occidente van a estar influidas en gran medida por los acontecimientos de Polonia y de la Europa del Este, una gran parte dependerá también de los sentimientos y observaciones de Occidente. Los sentimientos son fuertes, pero las observaciones son confusas. Ya se han producido en Occidente divergencias sorprendentes, aun cuando no se ha reproducido la dicotomía americanoeuropea de la'c.risis atlántica posafgana.
Los alemanes están tomando con gran frialdad la crisis polaca. El SPI) tiene motivos para tal frialdad. Proclama, con parte de la razón, que Jaruzelski sigue siendo "el mal menor", y que es preciso no inflamar la resistencia polaca y ofrecer a Jaruzelski cierto grado de ayuda económica a fin de evitar una guerra civil, pues tomaría el relevo otro general, y esta vez con uniforme soviético.
La debilidad de esta línea de razonamiento está en que uno descubre tras ella unas razones menos válidas para la aceptación del hecho consumado con el mínimo de demostraciones de disgusto: un deseo de proteger los intereses económicos y de defender valores exclusivamente alemanes. Pero ¿es una demostración de debilidad la mejor forma de mantener vivos los sueños y esperanzas de una eventual reunificación alemana?
Todo el debate debe girar en torno a los pros y contras de una distensión. Como política de infiltración, la distensión ha ayudado a desestabilizar el dominio soviético mediante la proclamación y propagacíón de los principios y la simiente de la libertad y los derechos humanos. En cierta medida, la revolución polaca es un resultado de la distensión. E incluso, aunque la distensión (como un sistema de compromisos internacionales del Acta de Helsinki y como núcleo de una serie de compromisos económicos entre el Este y el Oeste) no ha podido evitar la represión del movimiento democrático polaco, el último capítulo de esta historia aún no ha sido escrito. Poniendo fin a las relaciones Este-Oeste, Occidente puede hacerle el juego a los regímenes totalitarios del Este, que quieren aislar a sus pueblos del resto del mundo.
Por otra parte, la distensión proporciona un apoyo vital de las economías occidentales a esos regímenes, y les hace más fácil solucionar sus problemas e invertir sumas inmensas en armamento.
Será necesario profundizar mucho más en estos análisis. Pero, mientras tanto, ¿no debería producirse una paralización temporal (su duración dependería de Varsóvía o de Moscú) de todas las negociaciones en marcha y de los procesos de cooperación económica? ¿No deberíamos darnos, a nosotros mismos, tiempo a revalorar nuestros juicios y política?
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