Niebla sobre la quema de libros
El nebuloso asunto de la quema de libros por alguien del Ayuntamiento de Bilbao ha dejado, definitivamente, de ser un misterio. Y ello no porque nadie haya osado confesar explícitamente autorías propias en los hechos, sino porque, tal y como vinieron dadas en el último pleno municipal, cada partido político tuvo que poner, de grado o por fuerza, las cartas sobre la mesa. Advirtamos, sin embargo, que los más pudorosos, los que más tenían que ocultar, intentaron hacer todo tipo de trampas en su juego, con la esperanza de despistar a los observadores menos avispados. Pero, con lo que ya sabemos del caso, más las evidentes conclusiones que se desprenden de los debates de la sesión plenaria, los hechos, y sus raíces, quedan tan a las claras que sólo los bobos confesos pueden caer en el engaño.Hay una primera y rotunda conclusión: el autor material, el brazo ejecutor que aniquiló los cuentos, fue el alcalde Castañares. Se podrá pensar a primera vista que esto era obvio, pero recalquemos que sólo hablamos de autor material. Todavía queda semidibujado en la sombra el personaje que movió la mano de Castañares. Ignoramos si hubo orden directa de alguien del Euskadi Buru Batzar o de la Santa Sede, pero de lo que estamos seguros es de que la responsabilidad de la decisión queda depositada en algún oscuro órgano unipersonal de poder del PNV, porque Castañares ni había leído el cuento ni lo había prologado realmente.
En el Ayuntamiento hay un secretario- político del alcalde, miembro del PNV, pagado con fondos municipales, que tiene la curiosa manía de firmar, entre otras cosas, prólogos para libros de cuentos, bajo el seudónimo de Jon Castañares. Esto nos hace pensar en una especie de alcalde-marioneta que, se ve obligado a quemar libros que no ha leído, que figura como firmante de prólogos que tampoco ha leído, y que, por tanto, no puede dar por sí mismo explicaciones verídicas de los hechos. Pedir explicaciones a Castañares es como pedir peras al olmo: no las da porque no las tiene, y no las tiene porque el padrino en la sombra no ha tenido para con él la elemental delicadeza de cubrirle la retirada.
Echar tierra
No puede extrañarnos, pues, que lo único que le importa al alcalde sea echar tierra sobre el asunto. Porque su verdadero fallo de cara al partido no es en ningún caso quemar libros, sino haberlo hecho sin la suficiente discreción.
Nos queda hablar de los móviles del PNV en este asunto, aunque éstos son tan claros que a nadie se le plantean dudas: sólo se trata de defender la imagen actual del partido ante el sector más integrista de esta decimonónica organización político-confesional.
De todo lo dicho ya podemos retener una idea importante: no nos encontramos ante un hecho vandálico aislado de un alcalde, sino ante una auténtica decisión política, extraña a planteamientos culturales, directamente imputable a los órganos de poder del PNV.
Otra cuestión importante es dilucidar si hubo instigadores, cómplices o encubridores. Instigadores, al menos, hemos cazado a uno, un concejal de la Comisión de Cultura (¿cultura?), para más datos el señor Mata, de UCD, que, airado, presentó su protesta al alcalde en forma de cuento subrayado en palabras como hostias e hijo puta. Sería de ver la cara de Castañares al comprobar que tales epítetos iban prologados con su propia firma.
Encubridores
En cuanto a encubridores, haberlos, haylos: la UCD en pleno, que amparó con su voto al alcalde para evitarle el nada airoso trago de tener que dar las explicaciones públicas que le exigía la izquierda. Pero ¿a qué se debe esta graciosa concesión al PNV? ¿No será que ven el cuento perjudicial para la imagen de los caciques de UCD que tanto abundan por la ribera navarra y que tan bien se retratan en el cuento?
Naturalmente, llegamos a la conclusión de que la decisión de UCD también fue políticamente premeditada, al margen de todo planteamiento sobre el arte o la cultura. Esto les eleva a la categoría de cómplices.
Resumiendo, tanto PNV como UCD (la derecha), haciendo gala de su incultura y egoísmo (aquí, en Euskadi, como en todas partes), demuestran una vez más que son capaces de destruir fraudulentamente una obra artística por. el único hecho de que creen que les perjudica en algún aspecto marginal. Pero ¿cómo puede nadie pensar que una obra literaria perjudica su imagen? ¿Es que no han pasado ya los tiempos en que Quevedo iba a la cárcel? ¿Es que no saben diferenciar la política y la moral de la literatura?
Y frente a ellos se queda sola la izquierda exigiendo a gritos explicaciones, reparaciones públicas. Pero sus gritos no llegan lejos a causa de la forma como la derecha interpreta la ley de la mayoría como fórmula para borrar a la oposición.
La izquierda ha esgrimido razones: ha dicho que el alcalde no puede legalmente hacer lo que ha hecho, y, en efecto, es así. Ha alegado que el alcalde no es quién para incinerar 186.000 pesetas del patrimonio municipal, y también es cierto. Se ha esgrimido que semejante acto es un ataque directo a la libertad de expresión, y esto tampoco se puede rebatir. Pero todo ello hasta se le podría perdonar a la derecha si fuera capaz de enmendar el desatino, porque en realidad la libertad de expresión, el patrimonio municipal y la legalidad han sido tan continuamente humillados y ofendidos en el Ayuntamiento de Bilbao que se hace tópico salir en su defensa.
Pero por donde no puede pasar el pueblo de Bilbao (ni la izquierda) es por la liquidación de una parte, por ínfima que sea, de su propio patrimonio cultural, porque, en definitiva, el cuento, que encierra una indudable calidad, es ya propiedad de todos: todos tenemos derecho a disfrutarlo. Y si la derecha, por los motivos que sean (da igual unos que otros), se empecina en impedírnoslo, sólo conseguirá (como lo ha conseguido), haciendo gala de su miopía política, el efecto justamente contrario: que todos hayamos leído el cuento y que lo tengamos en casa.
Guardado como se guarda lo que ha sido salvado de la hoguera porque, pese a todo, no arde Bilbao. Por ahora.
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