En Chile como en Chicago
Calama es un pueblo remoto de la provincia de Arica, en medio del desierto desolado de Acatama y a unos 300 kilómetros de Santiago de Chile. El único acontecimiento que había trastornado la rutina rural en los años recientes fue el asalto armado a la sucursal del Banco del Estado en el último diciembre. Por eso el gerente de este establecimiento, Guillermo Martínez, y su cajero, Sergio Yáñez, entendieron como algo muy natural que dos funcionarlos de la seguridad local quisieran tomar medidas especiales para evitar futuros asaltos. Eso fue, en efecto, lo que les dijeron los dos hombres que entraron en sus oficinas el pasado 9 de marzo, a las 8.30 de la mañana, y les pidieron en consecuencia que colaboraran con ellos para hacer un asalto fingido. Los dos hombres eran el jefe local de la Oficina Central de Información (CNI), Gabriel Hernández Anderson, y su segundo, Eduardo Villanueva Márquez. Los funcionarios del banco los conocían bien desde hacía tiempo, porque todo el mundo se conocía en el pueblo, pero los conocían mejor desde el diciembre anterior, porque fueron ellos los encargados de investigar el asalto, sin ningún resultado.Lo primero que hicieron fue sacar todo el dinero del cofre de seguridad para ponerlo en varias cajas de manzanas que llevaron en su camioneta sin insignias: 45 millones de pesos chilenos, equivalentes a un millón de dólares. Luego cargaron las cajas en la camioneta y los cuatro hombres salieron por una puerta posterior del banco, a la hora en que entraban los primeros clientes por la puerta principal. Sólo uno dijo haberlos visto, y aseguró que los empleados bancarios iban con las manos encadenadas. Pero fue una declaración ilusoria, pues la verdad era que ambos salieron sin resistencia, convencidos de que estaban jugando al cine en la vida real.
Los cuatro hombres llegaron a un lugar desierto en las afueras de Calama, y los funcionarios de seguridad les pidieron a los empleados bancarios que se colocaran de espaldas a un muro de arena, para simular el episodio en que serían muertos por los asaltantes. Los bancarios obedecieron, y en efecto fueron fusilados, pero no con balas de fogueo, como les hicieron creer, sino con varias ráfagas fisicas de metralleta. Sus cuerpos fueron sepultados en la arena. Esa misma noche, cuando sus familiares notaron la ausencia, los autores del crimen dejaron escapar la hipótesis de que los dos funcionarios se habían alzado con los fondos del banco y habían huido del país.
La Central Nacional de Información es un cuerpo secreto de represión política. Hay otra policía civil, que es un cuerpo abierto, al cual le correspondió investigar el caso. Entre los dos cuerpos existe una rivalidad a muerte. A los pocos días de cometido el crímen, los autores comprendieron que la policía civil andaba sobre pistas que la llevarían sin remedio al esclarecimiento de la verdad. De modo que volvieron al lugar del fusilamiento, desenterraron los cadáveres en descomposición y los despedazaron con varias cargas de dinamita. La explosión fue tan poderosa que removió diecisiete toneladas de tierra, bajo las cuales quedaron sepultados los miembros dispersos.
Fue inútil, pues la policía civil esclareció el crimen pocos días más tarde. Los cadáveres fueron rescatados a pedazos y recuperado el dinero, que había sido escondido en diferentes lugares del pueblo. Una parte apareció en una quebrada, donde la había escondido un hermano del autor principal del crimen. Otra parte apareció en casa de su suegro, que era nada menos que el flamante alcalde municipal. Más de diez personas fueron arrestadas en conexión con el asalto y el asesinato y, de un modo u otro, todas tenían algún vínculo con el Gobierno.
La policía creía haber terminado su labor de limpieza la semana pasada cuando ocurrió un episodio imprevisto. Un mayor del Ejército chileno y jefe de la Central Nacional de Información en la ciudad de Arica, Juan Dalmas, apareció muerto en su coche en medio del desierto, con un tiro en la cabeza. A su ladó estaba el revólver calibre 38 del cual había salido la bala. El mayor Juan Dalmas, que ejercía su cargo con el nombre falso de Carlos Vargas, fue señalado por la Prensa como el autor intelectual del asalto y el crimen de Calama. La policía, también por supuesto, informó que se había suicidado.
La Central Nacional de Información es en esencia la misma DINA, el cuerpo de represión política que se encargó del exterminio de la oposición después del asalto al poder por el general Augusto Pinochet. Le cambiaron el nombre se le hicieron algunos cambios de forma en 1979, cuando la policía de Estados Unidos estableció que fue ese organismo de terror el que organizó desde Chile el asesinato de Orlando Letelier, antiguo ministro de Defensa de Salvador Allende. Una bomba mortal había sido colocada debado del asiento de su automóvil, y detonada a control remoto cuando circulaba por el centro de Washington. La secretaria de Letelier, Romy Mofit, también murió en el atentado. Un norteamericano, Michel Townley y tres de los cubanos banos fueron identificados por la policía norteamericana como los autores materiales del crimen. Townley y tres de los cubanos fueron condenados a penas menores, que fueron reducidas hace pocas semanas. Los otros dos no fueron encontrados nunca dentro de Estados Unidos. El director de la DINA, general Manuel Contreras, fue reclamado por la justicia norteamericana para que respondiera por la concepción del atentado. El Gobierno chileno, por supuesto, negó la extradición, pero le cambió el nombre a la DINA para que pareciera que había dejado de existir. El general Contreras se fue para su casa, en uso de buen retiro.
Fue, por supuesto, un retiro aparente. El general Contreras es hoy uno de los hombres más poderosos de Chile, y un rival implacable del general Humberto Gordon Rubio, director general del CNI, cuyos subalternos cometieron el crimen de Calama. Es, además, el director de una agencia privada de protección bancaria que no depende de ningun organismo oficial y a cuyo cargo está la custodia forzosa o voluntaria de todos los bancos de Chile. El general Contreras tiene también una gran. influencia en el cuerpo de policía civil, que esclareció el crimen de Calama, y es, por último, uno de los propietarios de La Tercera, un periódico amarillo que destapó y divulgó a grandes voces la culpabilidad de la CNI. Todo perfecto, como en el Chicago de Al Capone.
Este sórdido acertijo parece tener una pieza suelta. Hace algún tiempo fueron encontrados por casualidad numerosos restos humanos en una mina de Lonquen, a pocos kilómetros de Santiago, y en una región solitaria muy cerca de Concepción, que es la segunda ciudad de Chile. A pesar de las versiones torcidas de las autoridades, nadie puso en duda que eran cuerpos de prisioneros políticos ejecutados Por las fuerzas de seguridad. Ambos hallazgos tenían una cosa en común: los cadáveres parecían destrozados por una explosión.
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