El aceite y el Gobierno
SEGÚN INFORMACIONES solventes, la epidemia de la neumonía atípica, que ha provocado una treintena de muertos y ha enfermado a 10.000 personas, puede deberse a un agente tóxico localizado en aceites vendidos a granel. La comercialización de este tipo de aceites es ilegal desde que una disposición de 24 de julio de 1974 prohibiera esa forma de envasado y distribución. Si la explicación de las causas de la neumonía queda confirmada, los trabajos del doctor Tabuenca y del equipo médico del Hospital del Niño Jesús merecerán el agradecimiento de la sociedad española, máxime cuando ese centro hospitalario había permanecido presupuestariamente al margen dl frenesí investigador de las últimas semanas.Si se comprueba que el aceite adulterado contenía efectivamente, el producto tóxico que ha causado la muerte de tres decenas de personas, ha hecho enfermar gravemente a varios miles más y ha sembrado la preocupación y hasta el pánico en las regiones españolas más afectadas, el Gobierno no podrá, de ninguna manera, sacudirse la responsabilidad. Aunque no deseamos que se le atragante a nadie el desayuno, treinta muertos y 10.000 enfermos por culpa de la negligencia y de las omisiones de políticos o funcionarios es algo demasiado grave como para que la Administración pueda sepultarlo alegremente en la fosa común de los imponderables. Los ciudadanos pagan, como contribuyentes -y ahora acaban de hacer lo-, impuestos nada desdeñables para que la Administración pública, les suministre una serie de servicios, entre los que figura la protección de su salud, y en este caso de su vida, y el control de los alimentos.
Los ministros de Agricultura, Comercio y Sanidad son los responsables políticos de esa venta ilegal de aceite quedado el volumen que adquirió y las denuncias oficiales que se habían hecho al respecto, no podía pasar inadvertida para nadie. Si el aceite es culpable de la neumonía, los industriales que lo fabricaron y comercializaron son responsables de las muertes y de la epidemia, pero el Gobierno -los departamentos, citados- es cómplice en alguna medida.
Estamos seguros de que a la fina sensibilidad política del presidente del Gobierno no se le escapa la importancia que tiene el depurar las responsabilidades en las que, aunque sea por simple omisión, la Administración que rige ha incurrido en este caso. Y eso, aun si el aceite no resultara ser el tenebroso agente de la neumonía. La ley está para cumplirla, y es inconcebible que se haya tolerado este sucio comercio hasta que treinta cadáveres y la intuición de un doctor han hecho recapacitar a los políticos.
Suponer que un tema así puede, saldarse con responsabilidades a segundo nivel, como estamos acostumbrados a ver, sería extremadamente peligroso. Si Calvo Sotelo estaba aguardando un motivo -uno más- para eso que se llama una remodelación ministerial, ahí lo tiene. De otro modo, esta neumonía impensada puede generarle graves complicaciones.
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