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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Roldós

POCOS INDICIOS informativos permiten aún suponer que la muerte de Jaime Roldós, presidente de la República de Ecuador, no haya sido accidental. Sin embargo, esta desaparición -con la de otras personalidades políticas de su confianza- pone nuevamente en peligro la estabilidad precaria de una democracia moderada y medida, pero con un evidente intento de restitución de justicia social, que costó tanto trabajo conquistar.En Ecuador había una dictadura militar con rápida historia de derechismo: el general Rodríguez Lara había derrocado al presidente Velasco Ibarra en 1972, y en 1975 había parecido que dominaba un levantamiento de militares más a su derecha, encabezados por Rodríguez Alvear; pero el golpismo quedaba vivo, sin reprimir, y meses más tarde caía Rodríguez Lara, sustituido por un triunvirato que comenzaría una depuración de lo que llamaba izquierda militar. Estaban, sin embargo, en contradicción con la tendencia que comenzaban a irradiar entonces Washington y algunos países democráticos de América, en favor de unas ciertas democracias controladas o vigiladas; pensaron los militares dominantes que podrían conseguir unas elecciones con un poder civil a su medida, y no condenado por Washington. No acertaban bien a hacerlas. Convocatorias, anulaciones, revisiones... Reorganizaciones del tribunal electoral, aplazamientos entre los dos turnos... Incluso asesinatos, como el de Abdón Calderón Muñoz, que representaba un centro muy fuerte capaz de aglutinar diversas fuerzas políticas y representar la oposición; apareció comprometido en él el ministro del Interior, general Jarrin. Menos cruenta fue la ley que impedía presentarse a otro dirigente con capacidad, Assad Bucaram, por su ascendencia extranjera. A pesar de todo ello, salió el candidato que los militares no querían: Jaime Roldós Aguilera, yerno de Bucaram, representante del partido de la Concentración de Fuerzas Populares, sostenido por la democracia cristiana. Ganó (60%-40%) al candidato que apoyaba la Junta y quizá Washington: Sixto Durán Bellen, del Frente, Constitucionalista (derecha), apoyado por los conservadores. Ya no podía haber un paso atrás, y aunque se sospechó que los militares harían lo posible por no entregarle el poder, tomó posesión de la Presidencia el 11 de agosto de 1979; no ha podido llegar a ejercerla durante dos años. Reaparecía con él la tradición popularista -precisamente, la anterior al golpe militar, la que había querido ser anulada- y trató de ejercer los poderes presidencialistas a que le daba derecho la Constitución con una inclinación acentuada por las clases sociales menos favorecidas. Sacó de las cárceles a los presos políticos, reconoció la República de Cuba. Su propio partido temió su impulso, y hasta su suegro, Bucaram, se volvió contra él; Roldós reformó la Constitución de forma que el sistema unicameral se dividiera en dos, para debilitar las fuerzas políticas y reforzar el presidencialismo.

Roldós ha llegado a encarnar personalmente la nueva política ecuatoriana. Su desaparición repentina la pone, por tanto, en una situación nueva y difícil. Sobre todo, en un momento en el que han cambiado los aires en América: la elección de Reagan y las preferencias de Washington, otra vez, por los regímenes fuertes y de represión dura a las corrientes populares, los sucesos de Centroamérica, las dificultades por las que pasan países con democracias establecidas, pueden haber alentado y estar impulsando a los insatisfechos por Roldós y por el regreso del poder a los civiles; y precisamente a los civiles que no habían sido presentidos. Pueden utilizar la desaparición repentina de Roldós: el campo les queda abierto.

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