Calderón
Estamos en un centenario de Calderón (me parece que el cuarto) y los cómicos se disponen a celebrarlo con varias representaciones del gran clásico/ barroco, aunque, hasta ahora, quien mejor ha montado el auto sacramental del centenario ha sido Tejero.
Y no lo digo por nada, sino que el honor y la honra, las dos musas alegóricas y pelmazas de Calderón, parece que han sido los motores del cambio que se ensayaba (aparte alguna pastizara). El vallisoletano Santiago Paredes presenta El gran teatro del mundo en el Centro Cultural de la Villa. Ana Belén me anuncia que está ensayando un Calderón en un teatro nacional, y se habla de otros. Gutiérrez-Aragón, un creador- literario y cinematográfico tan en el rollo, me confiesa su fanatismo calderoniano. Afortunadamente, la autoridad intelectual y teatral de Fernando FernánGómez viene en mi favor y rescate:
-Aquel señor era insoportable, aparte El alcalde.
Estoy con Fernando. Calderón no ha hecho mucho daño a la literatura española porque se le ha seguido poco. Aquí, los autos sacramentales acostumbramos a montarlos en vivo y en crudo, en la Plaza Mayor o en las Cortes. Los alemanes, que consumen metafísica como un pasota marihuana, hace mucho que nos raptaron a Calderón. Es cosa suya y' nos han quitado un peso muerto de encima. Pero en los usos y consumos de la sociedad española sí que ha hecho bastante daño el autor centenariado, con su rollo del honor y la honra mal entendidos.
Claro que éstos son conceptos (si es que puede llamarse concepto a cosas tan poco conceptuales) que estaban ya en la España de las tres religiones, y Américo Castro los estudia en La Celestina, tan anterior. Pero Calderón, con su pompa y circunstancia, viene a ritualizarlos definitivamente, bajo la mirada anacrónica y retrospectiva (en literatura el tiempo sí es relativo) del complacido don Marcelino Menéndez-Pelayo. Lo dijo Luis Cernuda, español tan dimisionario de la España negra:
-El honor de los españoles está entre las piernas de las mujeres.
Ortega distingue, en leidísimo ensayo, entre ideas y creencias: el honor y la honra, enunciados así, tópicamente, no alcanzan el rango de ideas. Sólo son creencias inerciales y pedernales del inmanentismo español. El honor patrio se defiende atracando diputados en sesión de investidura con metralletas que paga el pueblo, pero la colonización industrial, comercial, fáctica, televisual y cinematográfica de España por los yanquis, colonización que va de los royalties a Farrah-Fawcett-Majors, parece que no atenta contra el honor patrio, aunque la derecha honorífica y honrosa sabe que sí, como lo expresó hace veinte años justos en ejemplar artículo contra los yanquis titulado Hipócritas. Con esto, el honor patrio empieza a ser un concepto relativo, un tropo calderoniano. Llevamos dos siglos matándonos por un tropo. Editorial Crítica reedita a Francesillo de Zúñiga, bufón cínico, crítico y conformista, en su Crónica burlesca del Emperador Carlos V. Por libros como éste que los españoles no han leído (ni siquiera los españoles que van para emperadores autocoronados, como Pinochet), asistimos al nacimiento de una nación, que es como el de todas las naciones: confuso, revuelto, shakesperiano y casual.
Pero persiste una Espafia calderoniana que no ha leído a Calderón y lo reactualiza periódicamente pistola en mano. Es la recurrente militarización de Calderón o Cervantes. Calderón de correaje y Cernuda en el exilio, trocando el hambre con lirismo. Los mejores autos sacramentales los montamos siempre al margen de Calderón. Calderón somos nosotros y su exégeta es Tejero.
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