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Tribuna
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Ser mujer, catalana y escritora: una meditación

No creo ser la primera persona que ha pensado que la historia de Cataluña -o la de los Paisos Catalans- es la de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, es decir, como cualquier historia sigue la línea patriarcal. Lo mismo puede decirse de la historia de la literatura catalana: como en todos los manuales de literatura, nos encontramos con hombres, autores, además, de alguna que otra presencia femenina para decirnos, precisamente, que la excepción confirma la regla.

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No debo ser tampoco la primera persona a quien se le haya ocurrido que al tiempo que un honorable caballero, Bonaventura Carles Aribau, escribía, en 1833, lo que conocemos como oda «a la patria» (para halagar a un superior suyo, halago que significó un verdadero resurgir de la literatura catalana, más ahogada desde 1714 por el decreto de nueva planta), que alguna mujer escritora, en 1833, compusiera también alguna oda a la patria, a la constancia anual de la primavera, o quizá un bello soneto romántico o, ¿por qué no?, unas Cumbres borrascosas en que los páramos del condado de York se verían sustituidos por algún paisaje hosco catalán.En definitiva, lo que resulta evidente es que cualquier mujer catalana que haya dirigido sus pasos hacia la expresión artística literaria ha tenido que soportar -junto con sus colegas hombres- unos avatares históricos que han puesto en peligro su razón de ser, pero, además, ha sufrido los avatares que suponían la condición de mujer.

Tarea arqueológica

Ya en un principio, lo que resulta muy claro es que el feminismo catalán (como el norteamericano o sueco) debe y deberá, por lo que se refiere al apartado mujer y literatura, dirigir sus esfuerzos hacia una verdadera tarea arqueológica para, salvar, dentro de lo posible, tantos nombres y obras del olvido, tarea. que se verá, como sucede internacionalmente, con frustraciones terribles, que patentizarán que los silencios individuales a los que se vieron forzadas un sin número de mujeres en un momento dado de sus vidas, suponen hoy un mutismo histórico gravísimo.

Porque también dentro de la literatura catalana podemos aplicar las tres fases que Elaine Showalter traza al analizar la novelística inglesa del siglo XIX a nuestros días, siguiendo la línea de Frye y Bone al, estudiar las subculturas, es decir, las culturas oprimidas, en ningún caso inferiores y esclarecedoras (la literatura de los negros en Norteamérica o la literatura canadiense.

En tales culturas oprimidas se da una primera fase de imitación de los modelos del opresor, fase que Showalter, al dirigir la atención hacia la literatura de mujeres, califica de femenina, que comprendería, dentro de la novelística inglesa, el apogeo del seudónimo y se localizaría desde las Brontë (salidas a la palestra literaria con seudónimos masculinos), hasta la muerte de George Eliot (seudónimo de Mary Ann Evans), en 1870. En Cataluña, la novelista Víctor Catalá (seudónimo de Caterina Albert, 1866-1966), autora de una de las mejores novelas naturalistas, Solitud (1905), ocuparía, perfectamente, tal fase.

En la segunda fase, caracterizada por una petición de autonomía, una protesta tímida y abogacía de derechos minoritarios, que según Showalter sería el momento feminista y se centraría, en Inglaterra, en 1870, a la consecución del voto sin restricciones para la mujer (1928), podría muy bien representarse en Cataluña por la obra de la poetisa Clementina Arderiu (1899-1976), la de la novelista Aurora Bertrana (1899-1974), así como la primera Merce Rodoreda.

La tercera y última fase en la que el/la representante de una subcultura quiere expresarse con su voz propia, lo que para Shoswalter sería la fase hembra (female) y que, en Inglaterra, se centraría en 1928 hasta nuestros días, con una revitalización a finales de los años sesenta, en Cataluña podría estar representada por la obra de la novelista, ensayista y dramaturga María Aurelia Capmany, la obra de Rodoreda a partir de La placa del diamant (1962) y podría englobarnos a las escritoras de La generació literaria dels 70, obra en la que Oriol Pi de Canayes y Guillem-Jordi Graells entrevistaban a veinticinco escritores nacidos entre 1939 y 1949, que entraban en la década de 1970 con alguna obra publicada. Había tres escritoras: Monserrat Roig, María Antonia Oliver, narradoras, y yo misma, poetisa.

A pesar de lo peligroso que pueda resultar la aplicación de esquemas foráneos, lo que tratamos de demostrar es que realmente existe -y ha existido- una literatura de mujeres en Cataluña, a pesar de que, como en otras literaturas, parezca existir un empeño por demostrar lo contrario. Buena prueba de lo que decimos es una empresa reciente: la colección Les Cent Millors Obres de la Literatura Catalana llevada a cabo por Edicions 62 y patrocinada por la Caixa (Caja de Pensiones para la Vejez y Ahorro), promocionada con una frase de un verismo desgraciadamente notable: «Las obras que no pudimos leer en la escuela» (por mandato franquista, desde luego).

Dicha colección ha alcanzado ya el número cincuenta, y entre sus autores sólo encontramos a dos escritoras, Víctor Català y Mercè Rodoreda, quien, asimismo, ha sido la primera mujer a quien se ha otorgado, en 1980, el Premi D'Honor de les Lletres Catalanes, máximo galardón dentro de la vida cultural catalana. Por lo visto, Solitud, de Víctor Catala, y Tots els contes, de Mercè Rodoreda, son, a mitad del camino de la colección, lo único que no pudimos leer en la escuela escrito por mujeres. Ni la gran poetisa mallorquina María Antonia Salvà, ni las también poetisas catalanas Clementina Arderiu y Rosa Leveroni, breve, pero interesante, ni Aurora Bertrana o María Aurelia Capmany, narradoras, tenían por qué leerse, si el antiguo régimen nos lo impedía.

No obstante, las cosas han cambiado, o ha existido una presión de mujeres para que cambiaran, y de las tres mujeres que aparecimos en La generació literaria dels 70 (obra que en 1971 fue totalmente guillotinada por la autoridad y no pudo ver la luz pública hasta 1976), trabajo que ya he mencionado, seguimos en la brecha, mientras no pueda decirse lo mismo de los veintidós escritores restantes entrevistados por Pi de Cavanyes y Graells. Es más, se pueden añadir los nombres de Carmen Riera, narradora, y María Merce Marcal, poetisa.

Estamos totalmente de acuerdo con una máxima sajona que dice que la mujer escritora depende directamente de la mujer, a secas, por lo que las escritoras catalanas de pendemos hoy de mujeres que hicieron posible, por ejemplo, unas primeras Jornades Catalanes de la Dona, en mayo de 1976, convocatoria que supuso un paso muy importante para saber qué significa -y defenderla- la condición de mujer. Por tanto, ser mujer y catalana, y escritora es un reto fascinante, pero también un compromiso por rescatar del pasado, en ocasiones inmediato, una serie de obras y mujeres que sufrieron -como en todo el mundo- el si lencio de una sociedad patriarcal.

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