Homenaje al cine español y final enigmático
El Festival de Cine de San Sebastián rindió homenaje al cine español en la figura de dos de sus mayores actores: Rafaela Aparicio -75 años de edad, en activo y con una vitalidad asombrosa- y Fernando Rey, sin duda el actor español más internacional de cuantos trabajan en la actualidad. El premio a Rafaela Aparicio -que recibió la mayor ovación de la sala del Victoria Eugenia- parece como la revancha al que no le concedió el año pasado el jurado internacional, por su participación en Mamá cumple cien años, de Carlos Saura. Fernando Rey puede y debe recibir este y cualquier otro galardón.En la noche del pasado lunes, una vez finalizadas las proyecciones, se celebró una fiesta en un conocido local nocturno de La Concha, en donde los actores mencionados, acompañados por María Luisa Ponte, Niní Montián y Miguel Ayones, volvieron a recibir el homenaje de los asistentes, reafirmado por la participación de varios travestis que pusieron lo mejor de su arte en la interpretación de varios cuplés picantes de la belle epoque, la misma época en que madame Echkert arrebolaba a las masas pequeño burguesas de Francia con su 8% de interés anual en los depósitos bancarios.
La sección oficial del concurso proyectó dos películas de los países del Este: la húngara Confianza, de Istvan Szabo, y la soviética Santa Esperanza, del chileno Sebastián Alarcón. El filme húngaro, de ritmo lento y narrativa intimista, muestra las peripecias amorosas de dos luchadores revolucionarios durante la segunda guerra mundial en tomo a una mujer, excelentemente interpretada por lldiko Bansagi. Se constata, una vez más, el regusto de los países socialistas por no hablar del presente, tema que parece excesivamente conflictivo para sus realizadores. Sin embargo, el filme de Szabo es de los más soportables que se pueden ver en películas de este corte. Una fotografía espléndida, una correcta interpretación y un problema psicológico, de comportamiento amoroso, que desvela cómo las concepciones morales sobreviven a las pretendidas revoluciones económicas. Haga usted la revolución socialista, nacionalice los medios de producción para que después los celos, la exclusividad en las relaciones amorosas o los sentimientos religiosos pervivan a todos los planes quinquenales. La confirmación de todo esto era contemplar las redacciones de los periódicos en el pasado mes de agosto intentando encontrar una fotografía de obreros polacos en la que no estuvieran comulgando.
El filme soviético Santa Esperanza, de Sebastián Alarcón, muestra las desventuras de los prisioneros de un campo de concentración -se supone que en el Chile de Pinochet, aunque todos los actores son rusos-. En una de esas películas de final enigmático por cuanto resulta muy difícil encontrar a un espectador que la soporte hasta el final. El crítico intentó encontrarlo, pero tuvo que tirar la toalla. Quizá tuviera el final más espectacular de la historia del cine, pero en ese caso deberían de haber pasado el últirno rollo en primer lugar; de lo contrario nadie llegará despierto hasta poder contemplarlo.
El festival se desarrolla sin ningún -contratiempo, salvo las irregularidades en el ciclo Kubrick en el que, al parecer, dificultades de última hora han impedido la llegada de las primeras películas de este fascinante realizador norteamericano. San Sebastián parece vivir una cierta fase de relax ciudadano y las paredes están inundadas de anuncios de recitales de música pop y rockera: el día 20, Eddy Grant; el 21, Mike Olfield, y el sábado 27, Los Anfetamínicos Ramones, con toda su marcha de watios en la punta de las guitarras.
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