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"Dejemos hablar al viento" , nueva novela de Juan Carlos Onetti

La poesía y la ternura se conjugan en su obra

Juan Cruz

Juan Carlos Onetti verá la próxima semana en las librerías una nueva novela suya, Dejemos hablar al viento, editada por Bruguera. Varias presentaciones, en las que participarán reputados intelectuales españoles, subrayarán la importancia de un libro en el que se conjugan la poesía, la ternura y esa capacidad que tiene Onetti para decir en voz baja las cosas más atroces. No sólo es un resumen de su obra, sino aquella que le ha abierto al escritor uruguayo, exiliado en España desde hace varios años, la puerta de un proyecto sobre cuyo final incierto él insiste: una novela que tendrá cien capítulos -ni uno más ni uno menos; una cantidad cuya razón de ser él mantiene en el misterio- y que puede tener tantas páginas como la Biblia. Escribe

Juan Carlos Onetti odia las entrevistas. «Es una macana, la reiteración de los temas. Yo siempre digo lo de Borges: "Escribo para librarme del remordimiento de no escribir". » Por eso la conversación con Onetti tiene que ser amplia y distendida, aprovechando los silencios en los que él se enfrasca, como si le vinieran del vaso de vino que de cuando en cuando le llega a los labios. La palabra de Onetti hay que buscarla en los libros. En la conversación hay silencio. «Cuando yo escribo, soy plenamente honesto conmigo mismo. Soy más Onetti que nunca cuando escribo.» El silencio, decimos, tiene un monumento en su garganta. «¿Sabes? Yo quiero mucho a Juan Rulfo. Nos apreciamos mucho mutuamente. Pues, cuando me encuentro con él, que suele ser en congresos, nos decimos: "¿Qué tal estás tú, Juan", y él me dice, "¿Qué tal estás tú, Juan?", y él se sienta con su coca cola, y yo con mi whisky, y nos pasamos horas sin decirnos nada. » Es el encuentro de la nada en el silencio, asiente Onetti, que en su nuevo libro deja que el viento hable, después de que las palabras fueran condensando el silencio que gravita en la novela como una imagen más. ¿El encuentro de la nada, como el que hallaban, no hablando, James Joyce y Samuel Beckett? «Bueno, Beckett era secretario de Joyce, y ni yo ni Rulfo somos secretarios de nadie. Pero sí, puede ser el encuentro de la nada. Hay una historia de Maeterlinck, El ángel del silencio, en la que se describe la comunicación entre dos seres, y se dice que si ambos estuvieran hablando estarían disfrazando u omitiendo lo que piensan. Yo siento eso como verdad.»

"Captar al otro en silencio"

Por eso Onetti te mira tan fijamente cuando tú estás callado, observando cómo trata de abrir una botella de agua mineral, o cómo limpia pacientemente el interior de la boquilla para volver a chupar su cigarrillo enésimo. «Yo creo captar al otro en silencio. Es una ilusión que no se puede comprobar nunca. Pasa el tiempo y te das cuenta de que tú tienes razón. Hay gente importante a la que yo no soporto. » Hay elementos en la conversación de Onetti que quedan desflecados, como si él los cubriera de silencio.

"No puedo aceptar del todo la muerte de mis padres"

El momento más dramático de la charla fue cuando hablamos de la infancia. El escritor que narra atrocidades en voz baja parece estar reconstruyendo un mundo que él no quiso perder: en Santa María, su pueblo inventado, él concentra las energías para reconstruir lo que quizá no existió jamás. ¿Qué es lo que hubo en su infancia que usted siempre trata de recuperar en sus libros? Onetti se queda callado, como cumpliendo una tradición, mira al frente, de espaldas a los retratos de los escritores latinoamericanos, cuyos rostros adornan el saloncito de su casa, y, finalmente, como si le despertara la visión de César Vallejo, que le mira de lado: «Yo no puedo aceptar del todo la muerte de mis padres, que fueron muy felices y que a mí me hicieron muy feliz. Cuando escribo algo o alguien se refiere a mi obra, siempre pienso lo mismo: qué lástima que ellos ya no lo puedan leer. » Ahí se rompe lo que parece que va a ser una larga reflexión, que Onetti corta, como si aquello fuera un paréntesis. «Oye, y de este premio Planeta, tú qué piensas ... » ¿Cuándo acabó, al menos su infancia? «Mi infancia tuvo un desarrollo normal. Terminó, digamos, cuando yo tenía veinte años y bruscamente apareció una prima mía de Argentina, me enamoré de ella, me casé, después de pedirle permiso a mi padre, y de ese matrimonio nació un hijo, Jorge, que también escribe y que aquí en España ha publicado algo."

"Montevideo no existe, Uruguav no cuenta"

Ahora Juan Carlos Onetti piensa en el frío de Madrid -«Yo soy muy friolero, casi tanto como Umbral, que siempre anda con esa bufanda»- como definitivo, aunque se interesa por el clima que hay en otras ciudades. ¿Y Montevideo? «Ya Montevideo no existe; no existe. Los visitantes de paso me dicen que sólo hay tristezas. Es curioso: todo el mundo habla de lo que pasa en Argentina y Chile. Nadie dice nada de Uruguay. Debe ser que Uruguay no cuenta, que sólo contará cuando haya una guerra entre Brasil y Argentina y Uruguay sea el campo de batalla. »Juan Carlos Onetti escribe con las imágenes delante. A lo mejor no las oye hablar, pero las ve. «¿Cómo has podido escribir esto?», le dice su mujer, Dolly, cuando le pasa a máquina sus historias. "Porque lo veo, lo veo y lo veo. Voy viendo las imágenes a medida que voy escribiendo. Veo la mujer que entra, no con los ojos; no me tomes por loco, que después me llevan preso. Pero lo veo todo con la intensidad de los recuerdos fuertes. Hay malos re cuerdos que lo persiguen a uno casi toda la vida. » ¿Y no existe un cierto pudor por su parte cuando se trata de recurrir a esos recuerdos desagradables? «Eso lo hacemos todos, lo haces tú mismo. Si no, sería insoportable vivir. Tenías que pegarte un tiro. Si se acumularan todas las tristezas pasadas, sería insoportable todo. Hay un relato de Guy de Maupassant, en el que aparece un individuo rico, que se va de caza a un pabellón. Allí se encierra durante quince días, pero un día no puede salir a cazar, porque se lo impide una fuerte lluvia. Entonces revisa sus cajones y descubre las cartas de un amor que él había olvidado. Las relee, mientras cae, insistentemente, la lluvia Al final de la lectura, toma su escopeta y se dispara un tiro. »

Si Onetti tuviera una maquinita imposible, dice él, «convocaría aquí a todos mis personajes», porque todos los que ha creado a lo largo de su dilatada vida de escritor siguen conviviendo con él, los ve, los toca y los resucita, cuando el caso lo requiere. Mientras los fabrica, por otra parte, «escribo para mí mismo, me ensimismo en ellos, como ahora me estoy tomando el vino, igual. Me encarno con ellos porque nadie podría escribir una buena novela si no mantiene esa relación con el personaje. El personaje puede ser un hijo de perra, pero si no le hallas una veta de cariño, de comprensión, no puedes llegar a escribir nada sobre él». Para que esos personajes vivieran con él, Juan Carlos Onetti inventó un lugar: Santa María. «Quise un sitio que no fuera ni Buenos Aires ni Montevideo. Entonces creé Santa María. Luego la barrió García Márquez con Macondo, que tenía una fuerza muy superior al lugar ideado por mí.» No es muy corriente, en Onetti, escuchar a un escritor hablar así de lo que hace otro. «Es la simple verdad. Macondo tiene una fuerza, una vitalidad que no tiene Santa María, que es un lugar descuidado. En mi pobre Santa María no ocurren milagros, al revés de lo que ocurría en Macondo. »

"Estuve un año sin escribir"

Pero, en fin, con la pobre Santa María se queda Onetti, que viaja entre ese pueblo improbable y su piso de la avenida de América, en Madrid. Montevideo, repite, es imposible. «Estuve un año sin escribir, cuando llegué a España. La pérdida de la ciudad, los amigos, los amores, mi niñez. Todo se perdió. Pero no iba a escribir de la infancia. A mí no me convencen estos libros de memorias que empiezan con la infancia. La infancia es un don que ya se perdió. La inocencia está muerta. Cuando se hace hablar al niño, el que está hablando no es el niño.»Al final se queda en el aire de la casa de Juan Carlos Onetti el recuerdo de una frase de Anatole France que él jamás olvida, y que de cierta manera signa su obra: «Cuanto más pienso en el destino de los hombres, más creo que hay que tomar como dioses la piedad y la ironía. » «Todo se va a acabar, por eso la piedad», dice Onetti, «y la ironía aparecen cuando ves las pequeñas vanidades humanas.»

Juan Carlos Onetti llevaba varios años sin publicar, concretamente los de su exilio en España, a raíz del golpe de Estado en Uruguay que terminó con el régimen democrático de «la Suiza americana». Después de los grandes éxitos obtenidos con La vida breve, Juntacadáveres y El astillero, todas ellas reeditadas en España, se considera que su nueva novela vuelve a alcanzar el nivel de exigencia artística de sus obras anteriores.

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