A favor y en contra del poeta vasco Nicolás Ormaechea "Orixe"
La decisión del Ayuntamiento de Lejona, en el País Vasco, de sustituir el nombre de Miguel de Cervantes por el del poeta Nicolás Ormaechea Orixe en una de sus calles, levantó una polémica, política y literaria, que hubiera espantado, desde sus orígenes, al propio Orixe, uno de los conocedores más ilustres ole la literatura clásica y de la de Cervantes en especial. Un escritor vasco, Bernardo de Arrizabalaga, relata en este artículo quién fue Orixe y cuál hubiera sido su reacción si hubiese llegado a conocer que en el callejero se le cambiaba por el autor del Quijote.
Nicolás Ormaechea, más conocido en el mundo de las letras vascas por su seudónimo de Orixe, parece condenado, aun después de su muerte, acaecida el 8 de agosto de 1961, a ser carne de polémica. Escritor a la vez admirado y discutido, Orixe ha llegado a «merecer», en el intervalo de dos años (1976-1977), y del mismo autor (José Azurmendi), dos libros: Zer dugu Orixeren kontra? (¿Qué tenemos en contra de Orixe?) y Zer dugu Orixeren alde? (¿Qué tenemos a favor de Orixe?).
El hecho de que el primero tenga 183 páginas, mientras el segundo tiene 345, podría, tal vez, indicarnos el lado hacia el que, últimamente, se inclinaba el fiel de esa balanza crítica en cuyos platillos se han ido depositando los juicios más dispares y las pasiones peor encontradas. Luis Michelena ha escrito de él: Es acaso (Orixe), en varios aspectos, el autor más importante de toda la literatura vasca y es también, en cierto modo, en la coherencia y en las contradicciones de su personalidad, como un compendio del complejo carácter de un pueblo que no es tosco y simple más que para los ojos que no penetran más allá de la superficie.
Pero han tenido que venir unos ediles indiscretos a arrojar de pronto en el platillo «a favor» un tocho de plomo -la decisión de otorgarle el nombre de una calle que ya ostentaba el de Miguel de Cervantes-, con lo que el otro platillo ha saltado por los aires en una reacción de desprestigio a todas luces. injusta.
Así, ahora, una legión de «cervantistas» se ha sentido en la obligación de defender al autor del Quijote, en contra precisamente de uno de los hombres que mejor conocieron y más profundamente amaron la obra del manchego universal.
De poder levantarse de su tumba, Orixe sería hoy, sin ningún género de duda, el primero en protestar de la agropecuaria decisión de los munícipes de Lejona. Y ello, al menos, por tres razones: la primera, porque, a fuer de buen escolástico, sabía estar en guardia ante cualquier falso dilema: «¿Cervantes o yo?» -protestaría-. Do tertium (¡Pues no hay en nuestro callejero imperial, que se diga, nombres delendos!, aparte de que pueden abrirse y se abren a diario nuevas plazas y calles); segunda, porque, en su calidad de gran humanista, tenía más conciencia que nadie de ser deudor de Cervantes, como lo era de Homero, Sófocles, Pindaro, Platón, Horacio, Virgilio, Cicerón, Ovidio, Shakespeare..., autores todos ellos que leía de corrido en sus lenguas originales, y tercera, porque era profundamente humilde, por inteligente.
Nicolás Ormaechea (Orixe) nació en un caserío guipuzcoano colindante con Navarra. Entró en la Compañía de Jesús a la edad de diecisiete años y salió de ella con 35, sin haber llegado a ordenarse de sacerdote, pese a haber culminado su carrera, por problemas de conciencia. Durante la dictadura trabajará, en Bilbao, bajo la sombra fecunda de don Resurrección María de Azcue, en la Academia de la Lengua Vasca. Sucede a Kirikiño en las páginas del periódico Euskadi, se retira después a su pueblo natal, donde comienza sus actividades literarias de más enjundia: escribir la vida del cura Santa Cruz, traducir El lazarillo de Tormes y Mireio, pero, sobre todo, poner los cimientos de la que iba a ser su obra más característica, el poema Euskaldunak, concebido al estilo de la Iliada y la Eneida.
En esa labor le sorprende la guerra, es encarcelado y, tras de mil avatares, embarca rumbo a América, donde se inscribe muy pronto en el grupo de Euzko-Gogoa, revista que trata de mantener viva la llama del euskera, que en Euskadi ha sido brutalmente extinguida. Allí se publicó, en 1950, Euskaldunak, así como otras muchas de sus obras.
A su regreso a Euskadi, 1954, Orixe se encuentra con el hecho de que la «llama» ha seguido alumbrando en las catacumbas de la represión franquista. Su espíritu clásico, su concepción ruralista de lo vasco y su acendrada fe cristiana chocan de manera frontal con el nuevo movimiento del euskera forjado en plena resistencia y políticamente unido a ella. De este choque brotará toda la polémica sobre Orixe. Lo que aquí encuentra es diametralmente opuesto a lo que él trae como bagaje ideológico. Y, sin embargo, aun los que se enfrentan en virtud de esa ideología aprenderán de él, más que de ningún otro, el manejo de nuestro idioma.
Hombre de sólida formación escolástica, profundo conocedor de la literatura grecolatina, en posesión de excepcionales dotes expresivas, Orixe ha sido el maestro de todos los que hoy escriben en euskera. Hasta el punto de que Azurmendi concluya su libro ¿Qué tenemos en favor de Orixe? con estas palabras: Aukera-aukeran, esango nuke, gaurregun, Orixegandik gertuagoko euskera erabiltzen dela, pentsaera politiko guztiz Orixeren diferentetako testuetan, Orixeranen antzeko ideologikoetan baino («Puesto en el disparadero, yo diría que el euskera extraído de Orixe se utiliza, hoy, más en los textos de pensamiento político opuesto al de Orixe que en los que ideológicamente le son afines»).
Ecce homo, he aquí al hombre que, atado de pies y manos como Cristo, con el cetro de una bien merecida fama en las manos, ha sido llevado al tribunal de Pilatos en virtud de una propuesta «municipal» (¡nunca mejor dicho!) descabellada. Hay sitio en Euskadi para Cervantes y para Orixe. Es más, Cervantes tiene su mejor sitio precisamente en el corazón de este hombre, Nicolás Ormaechea, alma gemela -mutatis mutandis-, entre otras cosas, porque tuvo que soportar una vida en la que ni siquiera falta la cárcel para ser paralela a la del cautivo de Argel.
Babelia
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