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Argentina'78

La reventa tuvo su gran día

El estadio de River Plate fue desde las primeras horas de la mañana del domingo el foco inicial de una fiesta inolvidable para Argentina. El Mundial-78 de fútbol será por muchos años el acontecimiento más recordado en este país, que ha puesto todo su empeño en que resultase todo un éxito. Incluso el titulo deportivo se ha querido unir a la alegría popular. Las escenas de júbilo continuaron toda la noche a lo largo del territorio nacional, pese a que la Junta Militar dispuso que el lunes fuese día laborable. El teniente general Videla, presidente de la nación, entregó la copa al capitán del equipo argentino, Pasarella, momentos después del discurso oficial de despedida, leído por el locutor oficial gubernamental. En él se volvió a repetir la gran esperanza y pregunta hecha a todos los visitantes y periodistas con motivo del Mundial. La mayor gratificación para los anfitriones será que hayan visto la realidad más positiva del país y que se lleven buen recuerdo. Los graderíos del estadio de River Plate se llenaron completamente, según era de esperar, con las 80.000 personas de aforo.

La reventa volvió a hacer su negocio, y en algunos casos, con increíbles beneficios, pese a las lógicas prohibiciones. Una entrada para la final era baratísima a 10.000 pesetas, porque en algunos casos los precios se multiplicaron por más de diez. Hubo incluso revendedores que dispusieron de dos líneas telefónicas para sus ofrecimientos y otros se anunciaron en los periódicos.Se dieron casos de personas que cambiaban plateas -entradas numeradas no populares- por coches o hasta por negocios. En un diario de Rosario apareció el viernes un anuncio de un comerciante que cambiaba su bar por veinte plateas. Sus instalaciones estaban en casi un millón de pesetas.

Sólo Holanda, con su gol a falta de nueve minutos, cortó la fiesta o la retrasó por media hora.

Antes de la alegría final con la vuelta a hombros de los jugadores, el presidente de la República, teniente general Videla, entregó al capitán, Pasarella, la copa en presencia de los otros dos miembros de la Junta Militar, comandantes en jefe de la Armada, almirante Massera, y de la Fuerza Aérea, brigadier general Agostí, así como del presidente de la FIFA y otras autoridades. El presidente de Bolivia, Hugo Banzer, invitado especial, como Henry Kissinger, a los dos partidos finales estuvo en el palco.

Momento especialmente desagradable fue la irrupción a la carrera de una compañía de policías armados con metralletas al bajar el presidente y sus acompañantes desde el palco al estrado de entrega de trofeos. El propio presidente, ante la imagen inusual de belicosidad que se mostró, indicó discretamente su retirada.

En el discurso de despedida oficial, leído por el locutor gubernamental, se hizo especial hincapié en que Argentina había hecho un esfuerzo para sentirse gratificada por el buen recuerdo de sus visitantes en esta fiesta deportiva. Una vez más se repitió una cuestión que ha preocupado a todo el país desde el primer día: la imagen que podía dar después de la campaña de descrédito hecha con anterioridad en el exterior. En eso, en querer escuchar que la realidad de Argentina es positiva, se ha empeñado todo el inundo; el problema quizá resida en si la auténtica realidad sólo estará después del Mundial, y eso lo deben resolver los propios argentinos. El fútbol los ha unido durante varios meses, pero ya ha terminado su función, con triunfo incluido.

De todas formas, la narración de los goles argentinos a cargo de José María Muñoz, la voz más popular del país, de Radio Rivadavia, así como las canciones compuestas con motivo del Mundial, se escucharán aún por mucho tiempo. La comercialización del triunfo en discos y cassettes ya ha hecho el milagro y lo seguirá haciendo. Un país no puede permitirse el lujo de ser campeón del mundo de fútbol y organizar un Mundial más que de cuando en cuando.

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