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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Perú. ¿Elecciones? Un voto en contra

Una tribuna libre es una medida de urgencia. Casi excepcional. Por mi parte, no me queda otra alternativa. Se han cerrado, en Lima, revistas, se exila y persigue, mientras se avanza, con gran naturalidad, a una consulta popular para este 18 de junio. Todo esto produce, también fuera del país, una extrema confusión. Peruano, latinoamericano, casi no puedo sustraerme a una pregunta: ¿qué ocurre en Perú?El laberinto peruano, como otros, requiere de un código de señales. País esquivo, enigmático, su política no lo es menos. Todos sabemos, sin embargo, que la situación se ha degradado rápidamente, a raíz de la aplicación de unas medidas-económicas, recomendadas por el FMI y destinadas, sin duda, a intentar frenar la inflación Interna siguiendo las mismas pautas antipopulares que se conocen en otros países cuando interviene ese organismo financiero internacional. Nada más simple, pues. Al estallido de violencia popular, el Gobierno ha respondido, lógicamente, suspendiendo temporalmente algunos derechos civiles, persiguiendo a dirigentes sindicales, aplicando el estado de sitio y el toque de queda. Pero el presidente se ha dirigido a la nación pidiéndole calma y garantizando que este 18 de junio habrá de todas formas elecciones para una constituyente. El orden sería, por tanto, medidas económicas, explosión popular, suspensión de garantías, retorno a la tranquilidad y, finalmente, elecciones, que abrirían a Perú la vía hacia un régimen democrático, prometido para el horizonte de los años ochenta.

Ex director de Difusión del SINAMOS, de Lima Premio Casa de las Américas, 1974

Galería Ponce. Plaza Mayor, 23.

Esta versión es errónea. No porque no hubiese que negociar la deuda externa, a la que habían, de otra parte, algunas propuestas más serias desde las tiendas de la ahora perseguida oposición de izquierda. Sino, por su deliberada inoportunidad. En otras palabras, sostengo que se ha manipulado con el paquete de medidas económicas, esperando la consiguiente explosión popular, para descabalgar a una izquierda cuyo auge electoral alarmaba a la administración Morales Bermúdez y a apristas y otras derechas. En Perú ha habido un autogolpe. Un pinochazo, suave, esquinado, a la peruana. Y lo que va a constituirse el próximo 18 de junio es una suerte de ensayo de democracia restringida. En la bancada de esa asamblea sólo estarán las derechas. Y quizá unos cuantos demócratas cristianos y comunistas, con escaso peso electoral. Era en el PSR, FOCEP y la UDP, las izquierdas masivas, donde radicaba la novedad formidable de este proceso. Pero en nombre de unos desmanes populares, que el cronograma militar había previsto, se ha conseguido marginar a quienes ofrecían una alternativa socialista en los próximos comicios.

Me explico. En Lima, todos sabían que si el llamado paquete de medidas se tomaba antes de junio, habría problemas. Escribo esto con un recorte de diario limeño en la mano, en el cual Sáenz Barsallo, ministro, afirmaba que, de aplicarse las medidas que hace meses postulaba el FMI, «sería un paso desestabilizador para la apertura democrática que tiene ad-portas el Gobierno» (El Peruano, 24-7-78). Se me dirá: ¿cómo podía el Gobierno prever la magnitud de la reacción popular ante las medidas de encarecimiento de alimentos y transportes? La respuesta es sencilla: porque eso había ocurrido anteriormente. Los antecedentes de la última huelga general han sido los dos paros nacionales anteriores, por los mismos motivos (julio de 1977, marzo de 1978). Esto era tan evidente que un candidato de extrema derecha, Luis Bedoya Reyes, temiendo la interrupción del proceso electoral y la permanencia de los militares indefinidamente, señalaba desde Piura, en un mitin al extremo norte del país, que no se tomaran medidas económicas antes de junio. Varias revistas limeñas (Caretas, Marka, Oiga) esperaban que el aluvión del FMI llegaría entre el día de las elecciones y la instalación de la Asamblea Constituyente (28-7-78). A fines de mayo -todo se sabe, limeños- llegaba un préstamo del AID. Había cómo ir tirando, hacer puente hasta junio, establecer un consenso democrático interno, negociar con el FMI. Pero se ha vuelto a poner la carreta delante de los bueyes.

En resumidas cuentas, no se va a transferir el poder a los civiles, sino a algunos civiles. En todo análisis político un elemento es decisivo: el de la decisión. La administración Morales Bermúdez ha dejado caer la bomba de las medidas económicas para desestabilizar una incómoda y creciente izquierda, pero a la cual los sondeos preelectorales asignaban un 30 % a un 45 % de votos. En esa izquierda, cuyos matices sería ahora fatigoso señalar, dividida en galaxias de micropartidos y algunos fenómenos masivos de real presencia, están tanto los que se opusieron al Gobierno del general Juan Velasco Alvarado como sus herederos políticos. Y en la comisaría de Jujuy, en Argentina (un exilio siniestro, Quito y La Paz están más próximos), están los líderes nacionales que habían comenzado a ganar espacio en la televisión. diarios, revistas y plazas públicas, hombres jóvenes del FOCEP, como Hugq Blanco; de la UDP, como Ricardo Letts, y del PSR.

No nos engañemos: la asamblea legislativa se hará sin indios (no votan los analfabetos) y sin izquierda. Los militares se repliegan sobre sus cuarteles. y serán civiles, de ultraderecha, quienes concluyan con lo que queda de las grandes transformaciones estructurales del período 1968-75. La involución política no ha hecho, en Perú, sino comenzar. Y porque la hallan muy ligada al PSR, persiguen a la CNA (Confederación Nacional Agraria), y no me asombra se revise también la reforma agraria. El costo social de detener un proceso antiimperialista como el que iniciara Juan Velasco, es incalculable. El FMI seguirá castigando a Perú. Durante siete años ese país se atrevió a poner en cuestión la dependencia del exterior. El pronóstico político inmediato es extremadamente simple. Quien recoja los votos conservadores que ha dejado Belaúnde Terry (por su abstención) ganará esos curules, sea el aprismo, sea la ultraderecha de Luis Bedoya Reyes. Exigirán ministros civiles, a lo que concederán los militares, arrinconados por la clase dominante que regresa y la presión social de la masa de semiempleados y marginales, que de alguna manera llegaron a la «torna de conciencia», en los años del velasquismo. Esa Asamblea no tendrá poder dialogante con las grandes centrales obreras, relacionadas con los partidos y dirigentes políticos perseguidos. La solución de excluir a quienes llamaron al juego democrático -Hugo Blanco llegó de Estados Unidos, el ex general Rodríguez, de México- es torpe e incompleta. Y el aprismo de Haya de la Torre, que funge en Europa de socialista y en América es populista derechista con matones a sueldo que ya han asaltado las casas políticas de los socialistas, acaba de salvarse de una derrota electoral gracias a la hábil maniobra de los estrategas político-militares del general Morales Bermúdez. Y, por favor, que no se diga que el juego de dejar caer unas medidas políticas para que salten partidos y centrales obreras es demasiado sutil. Como me decía alguien, antes de escribir esta nota evidentemente suicida para EL PAIS: «¿Pero tú crees que son tan inteligentes?» Y bien, dejemos de pensar en términos decimonónicos, que son los de una apreciación del talento de los militares para la política, como si no estuviera en su oficio el arte de la estrategia y la argucia. En Perú han «reventado» una posibilidad de democracia y estabilidad, en la que toda la clase política -desde Haya de la Torre a Hugo Blanco- se hubiera medido por una consulta popular. Que no digan que fuimos nosotros, en la izquierda, los que no quisimos jugar el juego limpio democrático. Querían, en palacio de Pizarro, una apertura a la española. Y han hecho un 15 de junio, pero excluyendo al PCE y al PSOE, para usar un símil próximo. Entretanto, se posterga el gran debate sobre el modelo de sociedad alternativo a esa formación dependiente que no ha dejado de ser el Perú contemporáneo, a su extrema vulnerabilidad a los cambios del mercado mundial. Y, lo que es grave, realmente me indigna y preocupa, dentro de todo ese cuadro de desmantelamiento político, económico y moral de mi país, es la involución frente al tema de la integración campesina. Perseguida la CNA, Blanco y dirigentes de trabajadores rurales, Perú sigue siendo un país no-articulado. Una no-nación. El gran gesto de fundador de Velasco, sólo comparable al México de Lázaro Cárdenas, es una herencia que volatilizan, en nombre de lo pasajero, esa medianía política y mental que, confundiendo todo, le ha desplazado y sucedido.

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