_
_
_
_
Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Manzanares

He bajado a ver el río crecido, el Manzanares recrecido, y venían conmigo Quevedo y Lope, y el agua ha inundado el nuevo puente, le ha arrastrado la primera ceremonia al señor Álvarez, y a la altura del Parque Sindical y el Club de Campo el río era un rápido color de perro muerto, violento y abundante.¿Y qué ve el Manzanares a su paso, lleno ahora de ojos de agua, de miradas? Ve la demolición del palacio de Talara, en la calle de la Luna, que se ha llenado de piquetas por orden del derribista Agustín Prudencia, como un desafío al nuevo alcalde. Ve un rascacielos de ochenta y tantos metros, inaugurado con energía solar, y ve una democracia maltratada desde dentro y desde fuera. Orillas del Manzanares, meditaba Suárez la otra mañana, en su Palacio de Invierno, también llamado Moncloa, qué explicaciones darle al Congreso, aunque le han puesto tan distante la cita parlamentaria, que para entonces todos calvos, menos él, que se peina a navaja.

También ve y mira el Manzanares, refleja en su espejo oscuro y caminante la Almudena incompleta, sinfonía municipal en la que han tocado con manos torpes varios alcaldes -Arias y Arespacochaga entre los últimos concertistas-, dejándola como estaba, que urge más un estadio que una catedral, con la libertad de cultos. El estadio Vicente Calderón también asoma su cemento esbelto al agua que baja negra, y dentro del estadio, llorosos en la hierba, los once chicos gimen su fracaso. Madrid entero se ha pasado estos días, turbio de barro y negocios, por el espejo andante de su río.

El río nos ha filmado, como diría Nabokov, asistiendo a nuestra compraventa de monedas, que el personal de la especulación invierte los escudos y onzas inflacionados en escudos y onzas de Carlos II, con oro y orfebrería.

No es el río que nos lleva de José Luis Sampedro, sino el río que nos deja, que ya vuelven las aguas a su cauce y el Manzanares huye, como un clásico, de nuestra chamarilería y compraventa. Don José María de Areilza, en piedra sobre el puente de Segovia, preside la gran derecha, que no está por parte alguna, y a Sotillos se le caen al río las dos gotas perspicaces de sus lentillas.

De modo que el alcalde se fue a visitar enfermos, ante tal desbarajuste, y los punk de Vallecas, con porro y con guitarra, estaban entre las huertas del barrio, regadas de agua negra, viendo pasar a Heráclito en las aguas. Madrid se transmobela y Tarancón nos escribe otra Carta cristiana advirtiendo que esto de la libertad no es para tanto. La Iglesia se nos para a cada rato. A cualquier técnico electrónico le dan doscientas y pico mil pesetas por trabajar en una central nuclear no lejana de Madrid, y hay quien dice que se paga el riesgo, o sea el temor a la radiactividad. Los demás corremos el mismo peligro, pero sin cobrar. ¿Lleva estroncio-90 el Manzanares?

Lleva versos y barro nada más. Y la imagen fugaz de Tierno y de Felipe, que no acaban de quererse, pero se abrazan, o a la inversa. En Hoyo de Manzanares, pueblo bautizado por el río, hay una casa-misterio que dicen fue de Franco, y hasta que la ganó al mus -Jesús, que cosas-, casa muy vigilada y donde nada pasa. ¿Ve unos campos de tiro el Manzanares, cuando le crecen los ojos en la riada? ¿Ve unos disparos paramilitares? Le he preguntado al agua y no contesta.

Nos enhebra este río, se nos lleva, los perros y los gatos alborotan Barajas y he estado con una señora, allá por López de Hoyos, dando de comer a una tribu de gatos callejeros. Ella va todos los días y quizá es la única madrileña que salvaría el Manzanares en su riada. Las demás, los demás, somos falsos egipcios decadentes de este pequeño Nilo desbordado. Suárez miraba las aguas, la otra mañana, y, pensó en arrojarse, como Ofelia. Franco se le aparece por las noches. Lo que ve el Manzanares, en el Elsinor manchego, no es un Shakespeare, sino un sainete.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_