Lo universal del habla americana
El hecho de que la Real Academia de la Lengua Española haya pensado en mí para que este año se me otorgase el premio Miguel de Cervantes Saavedra, me resulta halagador en alto grado por cuanto significa que en el seno de dicha institución se, ha operado una rápida evolución de conceptos que la remoza y actualiza al menos en el concepto que de ella tenía, generalmente el escritor latinoamericano.Para nosotros, hace todavía pocos años, Real Academia de la Lengua Española venía a ser sinónimo de cárcel del idioma, limitación, conservador deslinde de la expresión. Ante ella nos sentimos un tanto exóticos, ultramarinos, forasteros, con nuestros localismos, neologismos, americanismos, por decirlo todo.
Recordábamos, sin embargo, que a principio de este siglo don Miguel de Unamuno, considerando nuestra literatura, había condenado un casticismo que califica de estéril, admitiendo que los escritores de América habían influido ya en las modernas maneras de escribirse el castellano. Pero no todos los intelectuales españoles compartían, en aquellos días, el criterio de Unamuno. Y nosotros, por reflejo defensivo, nos marginábamos voluntariamente de lo que en España se escribía.
Que un premio de la importancia del Miguel de Cervantes Saavedra haya venido a coronar el esfuerzo creador de un escritor cubano demuestra que la academia nacida de la que fue cuna de nuestro idioma, idioma maravilloso por lo demás, nos acoge hoy calurosamente en su seno, con nuestra habla peculiar, nuestros modismos, nuestros voluntarios atropellos a las reglas gramaticales, que son otros tantos enriquecimientos aportados por nosotros, los de América, al patrimonio común de nuestra cultura.
Y, como cubano, me honra muy particularmente el hecho de haber contribuido a hacer realidad lo que fuera feliz vaticinio de Unamuno, a comienzo de este siglo.
Y, con él, y como quería él, con nuestro habla americana, seguimos tratando de «hallar lo universal en las entrañas de lo local, y en lo circunscrito y limitado, lo eterno».
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