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Sahara: el fracaso de una política/1

Una de las características más notables del espacio geoestratégico español es su discontinuidad. A la Península le falta su mirador natural sobre el Estrecho, Gibraltar, y para compensar esa ausencia, salta más allá del mar, a la costa africana, donde asienta su soberanía en las ciudades de Ceuta y Melilla y otros enclaves menores. Pero la presencia más importante de España fuera de la tierra firme es su avance mediterráneo has ta las Baleares, y por el lado del Atlántico, y como para confirmar su inclinación africana, hasta las Canarias. No hace mucho, ese gran trapecio irregular se apoyaba también en un territorio africano contiguo a las Canarias. En la relación Península-islas Canarias se pueden determinar tres características estructurales: alejamiento geográfico entre los dos elementos de la relación y debilidad relativa de España, valor estratégico de las islas y proximidad de las mismas a Africa.

Sobre todo este eritramado de realidades geográficas y políticas, la incidencia del franquismo fue triple. Acentuó la debilidad del nexo Península-Canarias, debido a su incapacidad para movilizar recursos en favor de un sector público fuerte al servicio de los intereses generales. Provocó su centralismo político, su enfeudamiento al capitalismo de las islas y su legislación represiva el nacimiento de una oposición extremista particularmente contraria a los intereses de España. Y para terminar, el franquismo creyó que el Sahara podía seguir siendo español por los siglos de los siglos.

Esta pretensión fue el origen de todos los males. Lo que de verdad exigía la situación era una operación, lo más afinada, posible, a fin de hacer compatible la necesidad de abandonar el Sahara con el mantenimiento de nuestro espacio geopolítico.

Las alternativas teóricas, ya que nunca llegaron a plantearse ni como tales, eran dos. Ceder el territorio a Hassan II y apostar por la amistad marroquí, o crear un nuevo Estadocon el apoyo de la temerosa Mauritaniá y la recién nacida Argelia. Como elementos a favor de la primera solución estaban la vecindad geográfica, Ceuta y Melilla, nuestro apoyo a Mohamed V en los días duros de la independencia y la inequívoca orientación occidental de Marruecos. En contra, los resultados del expansionismo de Hassan II, ya que mientras subsistiera el feudalismo alauita nuestro grado de amistad con Marruecos nunca podría ser muy elevado.

La otra era crear un Estado saharaui independiente y amigo. La solución ideal, sin duda alguna. Pero hacer independiente el Sahara hubiera exigido unos recursos materiales, una Administración y una autonomóa política que el franquismo no tenía. Se trataba de crear en plena zona estratégica africana un Estado-tampón entre Marruecos, Mauritania y Argelia. Esto exigía una España lo suficientemente fuerte como para que Marruecos se tragara la ofensa y Argelia no se envalentonara.

Hubiera hecho falta también otra Administración. El nivel de coordinación interminilterial, de unidad de acción exterior, de flexibilidad en la toma de decisiones y de evaluación inmediata de información fiable era tan bajo que lo que más podía pensarse era en que llegaran a tiempo las dietas para los dos procuradores saharauis.

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Y last but not least se necesitaba también el consentimiento de los EEUU. Y Washington conocía demasiado bien las entretelas del régimen corno para atribuirle la responsabilidad de una independencia que podía comprometer sus intereses.

Las consecuencias de tanta incompetencia y tanta descoordinación, todavía las estamos pagando.

El origen de nuestra política en la zona es una carta de instrucciones, firmada por el propio general Franco al término de las negociaciones para la retrocesión de lfni entre Marruecos y España. Franco ordenaba se hiciera saber a Hassan II que el Sahara nada tenía que ver con Ifni, y que sería inútil que lo reivindicara, dada su enorme importancia estratégica para España y el hecho de que nunca hubiera formado parte del imperio cherifiano.

Esta orden tajante provocó, en la Administración española dos interpretaciones contrapuestas: Presidencia del Gobierno, al margen,de inquietudes descolonizadoras y presiones internacionales, vio en la carta la confirmación in eternum de la españolidad de una entrañable provincia africana. Exteriores, en otra onda distinta, se propuso organizar una nueva acción tercermundista en línea con nuestra amistad árabe, el apoyo a Argelia y Cuba y la intervención de la Asamblea de la ONU en el tema de Gibraltar.

La descolonización del territorio africano bajo.la supervisión de la Asamblea dalía mayor credibilidad a nuestra postura internacional. En todo caso, y a corto plazo, servía para aliviar las presíones marroquíes. ¿Se iba a atrever Rabat a contestar el principio de la descolonización?

Eran otros tiempos. España estaba aislada -y aquel tercerm undismo -aunque de bolsillo- era nuestro espacio político internacional. Sin embargo, la decisión de llevar el Sahara a Naciones Unidas estaba cargada de consecuencias. Nos enfrentaba duramente con Marruecos; convertíamos a Argel que venia ayudando a MPAIAC desde su fundación- en parte interesada; institucionalizábamos -vía ONU- las tensiones en el área. Y admitíamos como guía de conducta, en un tema delicadísimo, principios que se originaban en un foro que no dominábarnos.

Hay que señalar otros errores. Dos de estimación. Creer que Espana era más fuerte de lo que era, uno. Y dos. Pensar que Exteriores, por sí mismo, tendría el suficiente peso político como para arrastrar a la Administración carrerista a la misma operación que Francia montó con Mauritania. Pero sobre todo, el error de base: no haber sabido ver desde el principio que Franco y Carrero utilizaban el progresismo posibilista de un ministerio marginal para dar largas al asunto.

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