Miguel Delibes y su deseo de paz duradera
Por segunda vez consecutiva viene a este Festival Miguel Delibes; en esta ocasión, de la mano de Antonio Mercero. Como hace un año, lo trae un director joven, en un tema que enlaza, cronológicamente de lejos, con nuestra guerra civil, a la que alude el título. Adaptación de su conocida novela: El príncipe destronado, se refiere a su vez al penúltimo hijo de una familia, aquel que siempre siente su lugar comprometido en el hogar, ocupado por el menor recién llegado, desplazado y al fin expulsado de su reino, gozado en exclusiva hasta entonces.
Sin embargo, en la película que narra su peripecia a lo largo de casi un día completo, la suerte de este pequeño príncipe, tirano y víctima a la vez de los mayores, se revela también un mundo de sensaciones y experiencias en tomo suyo, una vida que empieza y se le ofrece, a veces de modo inteligible, y otras de un modo absurdo dentro de su lógica elemental, creada más a fuerza de afecto que de respuestas concretas.
Retrato de familia
No es sólo el despertar de un niño lo que se nos da visto desde su interior exclusivamente, sino el cuadro de una familia burguesa de hoy, con un padre aferrado a pasados y oscuros privilegios, una madre que se afana por comprender, y unos hijos que vagan a ciegas por el vacío confuso de pasadas generaciones.Retrato de familia en tono menor resulta, sin embargo, este filme mejor narrado, mejor construido que empeños parecidos anteriores, con la gracia habitual de las películas de niños, para cuyo difícil papel principal ha contado el realizador con un niño justamente eficaz en todo momento como actor -si es que tal cosa puede decirse de un actor de cuatro años- y de una fotografía que va Concretamente al tipo. Bien observados personajes y reacciones, los guionistas han sabido espigar en la historia, sin apartarse del autor, temas y acotaciones muy.del agrado del público. Quizá hacia el final, con la charla de la madre al teléfono, concertando una cita no del todo convincente, sobre ese viejo amor recuperado, y se supone que seguirá su curso en tanto el pequeño soberano continuará abriendo los ojos a la vida temiendo dormir a oscuras y buscando en la noche su perdido protagonismo en los brazos de la criada. Apostemos porque también cierre los ojos sin conocer más guerras, tal como la madre dice, ta vez como deseo o promesa.
"La torura"
Este filme también trata de una guerra, también civil, a su manera, pues se trata de un francés torturado por franceses. Su acción se desarrolla en los años de represión sangrienta que sellaron los últimos días anteriores a la total independencia de Argelia.Basado en el libro de Henri Alleg, nos narra en un lenguaje seco, pero nada frío ni esquemático, un caso real: el del director de un periódico perseguido y torturado, que sólo al final, tras resultar inútiles los esfueríos de amigos y abogados, conseguirá escapar del hospital donde acabara internado.
Más de la mitad del filme lo llena el interrogatorio llevado a cabo por los medios habituales de tortura. En tal aspecto la película resulta excepcional, no sólo por su verdad, sino porque su realizador no abusa nunca de las imágenes, no cae en un sólo momento melodramático. Ello forma parte de su modo de hacer, de enfrentarnos con esa verdad, con la verdad de este tipo de contiendas, de causas en las que el hombre, la dignidad del hombre, cuenta poco cuando se trata de conseguir un nombre, una información, una denuncia.
El tema no es nuevo, mas el acierto estriba en su modo de presentarlo, de llamar a la conciencia de cada espectador no ajeno, en cada país, a tal tipo de memorias cruentas.
Narrada como un reportaje -y en cierto modo lo es-, su poder de sugestión no se agota en sus secuencias fundamentales, interpioniendo entre acción y espectador un a modo de distanciamiento que nos hace recordar a los actores. Tal sucede con los personajes femeninos y no en cambio con los pasajes de documental incorporados al relato. Laurent Heynemann ha realizado su filme con pasión y, a ratos, con ironía contenida. Jacques Denis, viejo conocido de nuestros cines de ensayo, da en todo momento la medida de su buen oficio en un papel ingrato, sin caer nunca en la monotonía.
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