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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Henry Moore, en Santa Cruz de Tenerife

Por haber estado a las miras y a los desvelos, Santa Cruz de Tenerife es, desde hace unos días, la primera ciudad española que se honra, al aire libre, con una escultura de Henry Moore. Si, de acuerdo con Baltasar Gracián, la admiración de la novedad es de los aciertos, bien puede hoy el pueblo tinerfeño dar testimonio gustoso de lo uno y quedar públicamente satisfechos de lo otro quienes desde hace cuatro años se propusieron, contra viento y marea, hacer del común la soberbia escultura (2.60 x 1, 10 X 1,00 metros) del afamado escultor británico, tal como ahora se asienta en el paseo de la Rambla. Comenzó la cosa en 1973, con Ocasión de la Exposición Internacional de Escultura en la calle. Organizada por la comisión de cultura del Colegio de Arquitectos de Canarias (Delegación de Tenerife), pretendía esta muestra, cual de su propio título se desprende sacar a la calle las manifestaciones de la escultura contemporánea y hacerlas costumbre del vecindario. Y no sólo el producto; también, en algunos casos, el proceso elaborador: Assler y Mendiburu, que ahora recuerde, realizaron sus obras a la vista del público, prestándose de buen grado al coro de preguntas y observaciones de los interesados en el tema y de los simples curiosos.

Se cursó la oportuna invitación a significativos escultores de acá y allá de la frontera, no tardando en advertir los organizadores, qué trabas y objeciones guardaban inversa proporción con la fama y foránea procedencia de los solicitados: a menor nombre y más pro bada vecindad, mayores pretensiones y dificultades, quedando invertidos los términos a merced del prestigio y la distancia geográfica. La concurrencia superó, de todos modos, los cálculos de la comisión no siendo pocas las esculturas que o Centi Imenteced idas o razonablemente marcadas por sus autores, quedaron desde entonces en parques y paseos de Santa Cruz.

En el caso de Moore, avenencia y llegaron con el tiempo a granar en auténtica amistad con algunos de los comísionados (cuéntenlo Vicente Saavedra o Carlos A. Schwarts), terminando por plasmarse en la positiva realidad de la escultura con que hoy se honra la Rambla. A vuelta de correo, diríamos, envío) el artista ingles su obra que, aun reenviada, al cabo de la exposición, y sustituida por otra de características análogas, acaba de convertirse en propied.ad de los tinerfeños, y a un precio (devaluación de la peseta incluida) que no acertarían a comprender y menos a bendecir inuchas de las glorias nacionales. Fundida en bronce, a tenor de las proporciones antedichas, titu ]ada Elguerrero y fechada en 1974, esta obra de Moore se halla muy en la línea de las de su época de plenitud. Sólida, contundente, concen trada, su propia y ponderada ma terialidad sobrepasa con creces el tenso dramatismo de su mismo) argurnento, y viene a e j emplifícar, a las claras, lo que el lúcido escultor dejó escrito (L'Oeil, 15 de marzo de 1955) acerca del sentido que siempre ha adornado a su buen hacer: «Una obra puede tener una enero la acumulada Ni una vida intensa. al margen enteramente del objeto que representa.»

El antropomorfismo primario de la escultura de nuestro caro se compagina felizmente con esa idea geomorfa tan característica de Henry Moore, que impone una explícita necesidad, como en Santa Cruz de Tenerife acaece, de asentarse y verse contemplada al aire libre, a modo de titánico parangón con la naturaleza circunstante. Nacida del artificio, la obra de Moore siempre ha tomado muy en cuenta el origen y el correlato del rriedio natural., y si la figura humana es el tema capital de su queliacer, las leyes de la forma y del ritillo le han venido habitualmente dictadas, sepún propia confesión, por contemplación de los objetos naturales. Entre la solidez de la roca y la inimitable modulación del canto rodado, sin excluir las formas duras y excavadas de la concha (con las que hace emparentar nuestro artista sus obras en metal), ahí, en el paseo de la Ramble tinerfeña, queda este augusto combatiente, con el estruendo de sus armas y de su propia derrota. Queda también para satisfacción de quienes privadamente se lo propusieron y para emulación, quiéralo Dios, de quienes deben proponérselo a título oficial; que no deja de ser paradójica, frente a tanto y tanto monumento victorioso, la solitaria semblanza de este guerrero vencido, obrasingularde Henry Moore.

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