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El pensamiento naval del nuevo jefe de la CIA

La elección por el presidente Carter del almirante Stansfield Turner como director de la Central Intelligence Agency (CIA) ha sido una sorpresa, pues Turner es, ante todo, un profesional de la marina y un sobrio analista de las capacidades navales de los Estados Unidos y de su enemiga potencial, la URSS. No es un halcón. Turner ha sido hasta ahora comandante del flanco sur de la OTAN y, como tal, se ha hallado en estrecho contacto con políticos y militares de países aliados. Igualmente, se le ha visto participar en mesas redondas y reuniones de trabajo, para el desarrollo teórico de «unas fuerzas navales creadas de la nada», en el seno de sociedades de estudios estratégicos abiertas al amplio público ilustrado. Todo eso le puede dar un aura de transparencia, tan necesaria para la restauración de la honorabilidad de la fementida Agencia.¿Por qué un hombre de la Marina para dirigir la CIA? Puede haber razones más fuertes, pero una de ellas, sin duda, es que lo naval adquiere una preminencia absoluta en el plano estratégico y político de nuestros días. La paridad nuclear entre las superpotencias, y el relativo punto muerto en que se hallan en sus enfrentados despliegues en el centro de Europa, hacen que la confrontación entre los Estados Unidos y la URSS se inspire en contrapuestas estrategias navales, Puesto que en los océanos es donde puede encontrarse todavía la inestabilidad suficiente para hacer creíble y aceptable la disputa y

Turner acaba de publicar un artículo en la revista Foreign Affairs, de enero, que refleja su pensamiento naval. Simultáneamente, se conoce en Occidente el libro que acaba de publicar en la URSS el «padre de la flota soviética», Gorshkov, titulado «El poder naval del Estado». Gorshkov y Turner son, a partir de ahora, dos jugadores de la más decisiva partida de ajedrez, una partida que no puede terminar (ellos lo saben) en mate, sino, a lo sumo, en jaque. Hay una frase del libro de Gorshkov que puede explicar la angustia naval de Estados Unidos, que el nombramiento de Turner reflejaría: «Norteamérica, separada de Europa por la vastedad del océano Atlántico, se ha sentido segura durante siglos y ha escapado a los horrores de la guerra. Se ha acostumbrado, gracias al escudo de su poderosa Marina, a sentirse segura y disfrutar de la impunidad.

Pero la situación ha cambiado, y las distancias oceánicas son actualmente las menos seguras del sistema norteamericano de defensa.» Y más adelante dice: «Mientras que, en el pasado, los principales esfuerzos de la Marina eran dirigidos contra la flota enemiga, en un futuro conflicto sus principales objetivos serán los blancos terrestres del enemigo y la defensa de su territorio contra los ataques de la marina enemiga.» Los Estados Unidos, pues, ya no pueden seguir siendo un santuario intocable.

Turner, por su parte, se niega a medir las capacidades navales propias y las amenazas de la flota soviética, en términos cuantitativos. Estos no significan nada por sí mismos, dice. Lo importante son las «tendencias» en la guerra naval. Desde su punto de vista, el despliegue nuclear estratégico-naval de la URSS no ha afectado al equilibrio de la disuasión y, en todo caso, ese despliegue no hace relación directa al equilibrio naval USA-URSS, sino al equilibrio estratégico. Tampoco la inmensa capacidad norteamericana de proyectar el poder por medios navales es componente del equilibrio naval que a él le interesa. Lo que le preocupa es el mantenimiento de ese equilibrio, o la preservación de la actual superioridad norteamericana, en el terreno clásico de la presencia naval y el control del mar. «Al juzgar la balanza de las capacidades bélicas de las flotas de Estados Unidos y de la Unión Soviética, sólo se pueden hacer comparaciones acertadas en relación con el control del mar: nuestra capacidad asertiva contra su capacidad denegatoria.» Y termina: «Un error de cálculo, especialmente en el área del control del mar, podría tener serias consecuencias. Nuestra supervivencia y la de nuestros aliados en la guerra depende de los lazos vitales entre nosotros, y éstos se hallan bien asegurados por nuestro poder naval. La percepción por nuestros aliados, neutrales y oponentes, de nuestra voluntad y capacidad de controlar las rutas marinas, si fuese necesario, pueden mover los platillos de la acción política en tiempos de paz.»

¿Por qué se ha puesto a este marino al frente de la gran agencia de seguridad? ¿Por su figura pública y su autoridad? ¿O bien porque el mar es no sólo la nueva frontera de la guerra, sino también de la inteligencia? Valdrá la pena observarlos. También a nosotros nos interesa.

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