Algo más que buenas palabras...
Durante una semana el vicepresidente Mondale ha querido acreditar en Europa lo que con bastante esfuerzo logró Carter electoraliente en Estados Unidos: una imagen nueva, aleccionadora, simplona y juvenil de la nueva Administración americana. Este primer embajador impetuoso y sonriente tenía algunas cosas que hacerse perdonar en un continente mortalmente herido por la crisis económica que contempla con relativo pesimismo su futuro.Jimmy Carter había dicho muchas cosas a lo largo de su campaña electoral. Algunas de ellas se contradecían claramente con los postulados que, una vez elegido, hizo públicos. O con sus primeras declaraciones desde la Casa Blanca. Lógicamente, los europeos estaban preocupados. Mejor dicho, algunos europeos. Porque las cuestiones suscitadas por Carter, sus sibilinas sugerencias sobre la coexistencia, el desarme, la retirada de fuerzas, el control nuclear, la política económica, Oriente Medio, el eurocomunismo, etcétera, fueron asumidas con talante muy diverso por cada líder o por cada país.
Muy pocas cosas ha querido aclarar Mondale en este viaje relámpago. Y muchas veces, el mejor modo de no aclarar nada es dar todo por bueno, tranquilizar a los interlocutores, sin excepción, y guardar silencio ante las discrepancias. Exactamente lo que ha hecho el vicepresidente americano.
Ante una OTAN obsesionada por la nueva política aislacionista de Estados Unidos en materia defensiva y el aumento espectacular de los gastos militares, Mondale prometió que su país estrecharía la cooperación atlántica, agilizaría el sistema de consulta con sus aliados europeos, tanto en las negociaciones con la Unión Soviética para la limitación de armas nucleares (SALT), como en las conversaciones para una reducción mutua y equilibrada de las fuerzas en el centro de Europa (MBRF). Y que, por supuesto, no reduciría su par ticipación en los gastos de defensa, tal y como temían los aliados atlánticos. Semejante declaración permitió, al menos, que la primera fase de la red de alerta aérea AWACS haya podido ser aproba da. Pero no ha servido para tran quilizar a los europeos pobres, incapaces de seguir subvencionando un aparato de seguridad cada día mas costoso, sofisticado y depen diente de Estados Unidos.
Alguien dijo, con toda razón, que en la Comunidad Europea, Mondale galanteó con tanta eficacia, al nuevo presidente de la Comisión, Roy Jenkins, que se había iniciado una luna de miel entre los nueve y los USA. En la cumbre económica occidental, la CEE estará representada y se acelerará el diálogo Norte-Sur. En principio, Carter no quiere echar mano de las medidas proteccionistas que tan tercamente solicitan los sindicatos. Además, Estados Unidos están dispuestos a jugar fuerte en el tema de la reactivación económica porque saben que la eventual subida de la izquierda en Europa (sobre todo en Francia y en Italia) sólo se produciría si la crisis económica se intensifica.
Mondale ha querido jugar con una quimera, abandonada ya por los eurócratas y sólo almacenada en el desván de las utopías: Europa como personalidad autónoma, es decir, como entidad económica que camina hacia su unificación política y con la que podrá en el futuro negociarse según el esquema trilateral, (USA-EuropaJapón). Los hombres de la Comunidad debierton agradecerle tan limpias intenciones.
Pese a la reticencia y a los malentendidos entre la RFA y los USA (consecuencia de unas malhadadas declaraciones del canciller Schmidt sobre la nueva política exterior de Carter, hechas horas antes de llegar Mondale a Bonn) las relaciones «no pueden ser mejores». Mondale se pasó una manana entera en su hotel, esperando una entrevista que no llegó, aunque después las cortesías del canciller alemán tal vez le ayudarán a olvidar su soledad. En Berlín, volvió a repetir el gesto de Kennedy («yo también soy berlinés ... ») mientras las diferencias interalemanas se intensifican. No hubo, naturalmente, un acuerdo en el problema de la venta de centrales nuclares al Brasil (los brasileños se niegan a que Carter tercie) ni en el tema de la retirada de fuerzas en el centro de Europa. Pese a todo, el carácter proconsular de la RFA en la política del Imperio quedó a salvo, aunque hay cosas más desagradables que ver a los procónsules entenderse a espaldas del emperador...
No, tampoco se pronunció Walter Mondale sobre el eurocomunismo en su breve escala técnica de Roma. Hubo leves referencias al apoyo condicional de su país cuando Italia pida el crédito de mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional. Pero no se produjeron apasionadas declaraciones ni signos de solidaridad muy precisos.
Lo mismo podría decirse de la conversación que el vicepresidente americano mantuvo con Callaghan. Mondale le aseguró al primer ministro inglés que su país apoyaba las gestiones del Gobierno de Londres en Africa Austral, para resolver el espinoso tema rodesiano. Y que veía con buenos ojos la celebración de la cumbre de las democracias industriales en la capital británica esta primavera. Pero no hubo más.
Giscard no parece que haya aceptado el orden del día y el planteamiento general de esta conferencia, súbitamente prohijada por Mondale durante su estancia en París. Ni siquiera la fecha de la reunión convence a los franceses. Lo que no ha impedido, por supuesto, que se extremasen las cortesías y los saludos. Rumbo a Tokio, Mondale habrá tenido tiempo de meditar sobre la inmensa diferencia que existe entre la fogosidad electoral y la espinosa realidad cotidiana. Sobre todo en Europa, partenaire trilateral imposible hoy por hoy. La experiencia actual podría hacer que desde Washington se vieran las cosas con otra óptica, y que del diálogo occidental a tres, se pasara a la mediación oportuna de tres (Brasil, Japón, RFA: los proconsulados), dado que estos europeos inconstantes y temerosos, arruinados y hasta meridionales, no pueden convertirse en válidos interlocutores.
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