Su influencia en nuestra poesía
La suerte de la poesía y de la obra rilkeana en la sociedad literaria española, en eI ámbito lector y en el mundo asimilador de los escritores de versos, ha sido sumamente extraña. Mientras en los años treinta la obra del poeta pragués constituía uno de los nervios de mayor influencia en otras poesías, europeas y se multiplicaban las traducciones al francés o las ediciones bilingües en Inglaterra -pensamos en la evidente influencia que Rilke tuvo en el grupo de poetas de la poetry of experience-, los poetas de la antología de Gerardo Diego esa espléndida generación que se ha bautizado del 27, de la Dictadura o de la República, no parecieron tener comer cio alguno con la obra ya universal de uno de los mayores poetas del siglo. Es curioso que después, en los años de la inmediata posguerra, cuando el alemán devino -¡qué tiempos aquéllos!- lengua obligatoria, o prácticamente obligatoria en los estudios secundarios, tampoco Rilke se hizo presente por ningún resquicio. Las bibliografías dan razón de las abundantísimas traducciones trasatlánticas de un señor Marcos Fingerít (El amante y otros relatos, 1941; Hermano y hermana. Novela praguesa, 1941; Los sueños u otros relatos, 1941; El libro de horas, 1942), y unas sospechosas Poesías escogidas, que incluyen una presentación del traductor francés Angelloz, 1942). Ni yo, ni nadie que yo conozca vimos las versiones del señor Fingerit, que aparte de traducir a ritmo desusado es de suponer que recurrió a fuentes indirectas así parece confirmarlo el hecho de que la primera traducción igualmente argentina, de los Cuadernos de Malte Leurids Brigge (Losada, 1941) de Francisco Ayala hace notar ostentosamente en portada que se trata de una traducción directa del alemán. Vi, en cambio, en manos de José María Valverde, uno de los primeros rilkeanos de la posguerra, una versión española de las Historias del Buen Dios, de tapas verdes, pero debió de ser tan clandestina que no figura en las bibliografías (Walter Ritzer, Rainer María Rilke´s Bibliographic. 1951). También recuerdo una traducción de Dic Weije der Liebe md Tod... título dudosamente traducido por El canto de la vida y muerte del corneta Cristóbal Rilke, donde se sustituye estandarte abanderado o portainsignia por corneta, lo que nos lleva a imaginar al místico antepasado del poeta como un ridículo cornetín de órdenes (Vian, Buenos Aires, 1944), Rilke no circulaba, no corría, como se dice en la propia Argentina, más que entre los que habíamos aprovecha do un mínimo del alemán del bachillerato y habíamos comprado algún tomito suelto de las colecciones populares de la Ingel Verlag. El mito comenzó a crecer a fines de los cuarenta y cuajó a partir de la traducción firmada por Torrente Ballester del Requieni y de Las Elegías del Duino (Madrid, 1946). La traducción no era perfecta pero era más que suficiente ayuda para asomarse al texto alemán a fronte. Resulta raro que en una cultura oficial germanizada. Rilke no entra se o lo hiciese tan tardíamente o por vías tan excusadas. Sería contagio al fascismo es pañol de la poca simpatía que el poeta inspiraba a los sectores de la cultura nazi. Pero desde fines de los cuarenta se vino produciendo un curioso fenómeno. El rilkismo se extendió como una epidemia, prendió en casi todo el mundo como fiebre literaria, el poeta era citado por todos. saqueado por muchos y, comenzó a ser traducido por algunos. José María Valverde. antes que traductor, fue paciente de la rilkiana dolencia. Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma y yo mismo -por no citar más que en mi círculo de relación más próxima- la padecimos también.En los más fue una fiebre vacunadora que implicaba un futuro rechazo: otros la arrastramos más tiempo: me recuerdo recorriendo las pensiones de Ronda, en compañía de un joven poeta cordobés que ha pasado al anonimato, buscando rastro de la residencia de Rilke en aquella ciudad, sin sospechar que, como un turista cualquiera, había vivido en el lujoso hotel Victoria. Era en el verano de 1949. Cinco años más tarde aparecía mi traducción de los Sonetos a Orfeo, texto bilingüe, precedida de un prólogo pedante y farragoso (Adonais, 1954). En la literatura catalana, Rilke no habrá tenido mucha mejor suerte. El poeta Joan Vinyoli, rilkiano hasta estas fechas, publicó antes de la guerra civil una excelente traducción de unos cuántos poemas en La Publicitat. Luego, esporádicamente el mismo Vinyoli, Jaume Bofill, Ferro y ya más recientemente. el mallorquín Nadal han ido añadiendo traducciones sueltas a la bibliografía catalana. pero los libros importantes siguen sin versiones completas. Hasta la traducción general de José María Valverde en las literaturas hispánicas, Rilke ha continuado siendo una extraña cita para refinados. Cincuenta años después de su muerte es ya un mero clásico en buena parte necesariamente olvidable. Mi última cita sentimental con el poeta fue en los años sesenta, cuando quise detenerme, haciendo un alto de viaje, en el cementerio de Reron. Lamentablemente, el cementerio estaba en obras y la estela era inencontrable. Temo que ningún español la haya visto nunca.
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