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Mateo Hernández no tiene la culpa

Absurdo e indigno parece que, para dar publicidad a sus reivindicaciones, todo lo justas que se quieran o digan, ciertos alumnos de Bellas Artes procedan al atentado contra las propias obras de arte, y es del todo incomprensible que, en nombre del pueblo (cuya invocación raya ya en el abuso o en el capricho), se dediquen a profanar lo que, por origen y destino, pertenece al pueblo (al pueblo español), en este triste caso, o a los pueblos del Estado español, si he de valerme de nomenclatura más al día).La pasada semana, ciertos alumnos, digo, de Bellas Artes, tras haber embadurnado con los signos reivindicatorios de la pintada, las paredes de su Escuela, decidieron incluir en la ceremonia de la contestación las dos contundentes esculturas que, donadas por Mateo Hernández, se asientan en el campus de dicha facultad. ¿Daño irreparable? Material y moralmente. Una grave afrenta a quien menos merecedor era de ella y en dos de sus obras que, tanto por la dureza del pórfido en que están ejecutadas como por el carácter indeleble de la pintura que sobre ellas han vertido los neo-iconoclastas, van a hallar difícil remedio.

No hay disculpa. Quien atenta contra lo que es de todos hace inválidas, en el acto, todas sus reivindicaciones, y mucho más si la contestación (¿en nombre del pueblo?) se ceba en algo que, nacido de un hombre del pueblo, fue regalo incondicional al pueblo en que él mismo nació. Cantero e hijo de cantero, minero en Puertollano, afiliado, desde joven, a la vanguardia artística (con los Picasso, Gargallo, Gris, Julio González...) y política (socialista, exiliado y muerto en el exilio), Mateo Hernández trabajó a lo largo de su vida y guardó lo mejor de su trabajo para donarlo, tras su muerte, al pueblo español.

¿Conocían, quienes la han profanado, la biografía de Mateo Hernández? ¿Sabían que él cedió, en documento público (del que luego se han hecho mangas y capirotes), su casa y taller de Francia a los estudiantes españoles, justamente, de Bellas Artes, vocados a la práctica de la escultura? ¿Ignoraban que desdeñó las ofertas más tentadoras (de USA, especialmente, y en dólares-USA) para regalarnos, como lo hizo, toda una antología de su quehacer?

Hace ya años, el pueblo de Béjar decidió, tras viva polémica, honrar la memoria de Mateo Hernández, su ilustre hijo, alzando en una de sus plazas la. efigie del escultor, tal como el propio escultor la había concebido y llevado a la piedra. Una mano vandálica y rencorosa se encargó, poco después, de mutilarla, y, así, desplazada del lugar del homenaje popular, a falta de un brazo y en espera de su reparación, reposa hoy en un almacén oficial de la capital del Reino. Si aquel atentado parece del todo recusable, ¡cuánto más no ha de serlo éste, a manos de supuestos artistas y presuntos portadores de las demandas del pueblo! Sepan, en última instancia, unos y otros que Mateo Hernández no tiene la culpa de su respectiva insensatez.

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