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Tribuna
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Homenaje al cine mudo

La carrera cinematográfica. de Mark Rydell, realizador de Harry y Walter van a Nueva York tuvo en sus comienzos una orientación totalmente distinta a la que ésta, su última película, revela. Hombre de teatro en Broadway y realizador de televisión durante largo tiempo, debutó en la pantalla grande con un relato de D. H. Lawrence, sobre el amor entre mujeres. Más tarde, y en su obra paralela a la literatura de habla inglesa, llevaría al cine Los rateros, de William Faulkner, en versión tan libre que anunciaba quizá su repudio posterior por tal género y su vuelta al primitivo mundo musical en parte reflejado a través de sus dos últimos protagonistas.Tras Los cowboys, donde más recientemente nos mostraba a un John Wayne ya en franca decadencia, volvería a trabajar como actor a las órdenes de Robert Altman, cuyo concepto del cine musical se evidencia bien distinto del suyo.

Rydell nos trae ahora una especie de historia picaresca ambientada a principios de siglo en la que dos cómicos de vaudeville acabarán con sus huesos en la cárcel de donde saldrán convertidos en ladrones de cajas fuertes con la colaboración de otro especialista famoso, unos planos conseguidos por azar y la directora de un periódico minoritario. Escrita la historia para mayor lucimiento de los actores, el filme abunda en gags de buena ley, con constantes alusiones a «homenajes» al humor del cine mudo que los protagonistas imitan y parodian en sus formas y modos característicos. Las secuencias de la prisión con su inquilino privilegiado, el restaurante donde se dan cita los ladrones más famosos e incluso la secuencia final del robo y el teatro de revista, acentúan el valor de este filme para un gran público hacia el que el trabajo del realizador apunta.

Toda la historia en la que destacan James Caan, Michel Caine, Elliot Gould y Charles Purning se halla planteada, tratada y resuelta con un aire benevolente, entre alegre y compresivo, con un final en cierto modo melancólico que recuerda los desenlaces de cierto humor del principio del cine, con un ritmo adecuado y una labor de fotografía y ambientación tan brillante y eficaz como siempre en tal tipo de películas. Para aquellos que gustan del cine de evasión, este Rydell evadido de sus comienzos más comprometidos o quizás vuelto a sus cauces genuínos, seguramente supondrá un espectáculo divertido, sin otra pretensión y a tal efecto, calculado y dirigido.

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