Símbolo y crítica
Desde 1936, en efecto, la muerte de Lorca en Granada ha adquirido un valor simbólico. Parece como si los pequeños dioses bastardos de nuestra historia hubiesen querido simbolizar el destino de España con tres muertes de poetas. La de Lorca, al comenzar la guerra civil, para que supiéramos lo que nos esperaba. La de Machado, al terminar la guerra, para que nos enterásemos del éxodo y del llanto, fuera de la pell de brau. La de Hernández, en los años tristísimos, para que conociéramos la implacable severidad de los vencedores.Se me dirá, sin duda, que también había poetas del otro lado. Sin duda, tiene que haberlos habido. Pregunten a los especialistas, yo no lo soy.
La hora de la historia
Ahora bien, no podemos seguir con tanto símbolo a cuestas. Lo simbólico, ya se sabe, si a veces esclarece un momento de la vida, o de la muerte, colectiva, también puede, al convertirse en estereotipo, en latiguillo viva cartagenero, cegar las fuentes de una cabal comprensión histórica. O sea, crítica. En España ha llegado, no me hago demasiadas ilusiones, la hora de la historia y de la crítica: las mejores armas contra el olvido, la mitología y el pragmatismo.En el caso de Lorca, la historia crítica de su muerte está hecha. Sin duda podrán puntualizarse aún algunos detalles, descubrirse algunos nombres hundidos en las profuncidades tenebrosas de la desmemoria personal y colectiva, pero el mecanismo de intereses y de rencores que llevó al asesinato de Lorca está desvelado en el ensayo de Glbson, publicado por Ruedo Ibérico.
Pero Lorca no es sólo una muerte, también es una obra. Y ya no es fecundo que el resplandor de aquella muerte nos oscurezca el espíritu crítico a la hora de enjuiciar la obra.
No me referiré a la poesía de Lorca. Exceptuando su espléndido Poeta en Nueva York, su Oda a Walt Wilthman y alguna otra cosa suelta, no me interesa demasiado la poesía de Lorca. Tal vez porque no afronta el problema clave de su intimidad, o sólo de forma solapada, amanerada. Por ello queda su poesía tan por debajo de la de un Luis Cernuda.
Lenguaje insufrible
El teatro de Lorca, en cambío, sí que merece una nueva lectura crítica. Está fechado, desde luego, encapsulado en las modas y modos de una época. Su lenguaje me resulta hoy, muy a menudo, insufrible. Es un teatro arcaico, irremediablemente. Pero en ese arcaísmo y arcadismo, laten, deformados, los temas sofocantes de un momento histórico: los de la sociedad rural española, latifundista patriarcal y machista, con su carga represiva de frustraciones sexuales. Una oscura coincidencia de ese problema social con los problemas de la intimidad de Lorca impone una tensión dramática quizás aún vigente.Una lectura crítica del teatro de Lorca tiene que ir, me parece, más allá de lo que intentó Victor García con Yerma. Trabajó éste casi exclusivamente al nivel de la escenificación. Al nivel de lo visible, de lo espectacular. Habría que afrontar ahora los problemas mismos del texto. O sea, los del contenido y la forma de un discurso dramático, cuyo arcaísmo oculta y revela a la vez algunos de los temas obsesivos de nuestro pasado, de nuestro inconsciente colectivo. Salvar a Lorca de la mitología lorquiana tal vez no sea imposible. En todo caso, no se pierde nada por intentarlo.
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