Paul Valéry y Jorge Guillén: síntesis musical de conciencia
La reciente creación del premio literario Miguel de Cervantes remueve comentarios y motiva preferencias. Sabido es que la Academia argentina propone a J. Guillén. A más de uno le habrá sorprendido la noticia, sobre todo en estos tiempos miméticos de inclinación neorromántica y surrealista. La mayor parte de la joven poesía española actual sigue una estética nada guilleniana. Hablan de él como de un astro pretérito. Sin embargo, ahí está la decisión de los académicos argentinos. Veo en ella un reconocimiento a una de las actividades poéticas más íntegras de nuestra historia. La labor creadora y docente de J. Guillén ha traspasado fronteras intelectuales sin otra licencia que la de su propia creación. Su nombre representa en las letras españolas lo que en la literatura francesa representó P. Valery. A éste le reconocieron oficialmente en un momento de convulsión y revuelo literario. No voy a decir que la historia tiende a repetirse. Ni mucho menos. Actualmente no hay ningún Bretón en España, aunque sí bastantes bretones. Pero si la propuesta argentina obtiene éxito, habrá cierta base para hablar de las coincidencias. El mundo de P. Valéry y el de J. Guillén, en su primera etapa, son bastante similares.Ambos sufrieron la etiqueta de puros, cuando pureza significaba, poéticamente, un desbroce: afrontar la luz para dejar sellos en la oscuridad. Ambos establecieron una teoría lingüística del lenguaje poético. La palabra en poesía es un fin y no un medio, dirá Valery. J. Guillén, en cambio, nos habla de un lenguaje de poema, donde todo depende del contexto, del sentido poético, que salva y perenniza.
Ambos, también, nos dieron dos obras cumbres para la poesía en la primera mitad de siglo. Con Charmes y Cántico, España y Francia alcanzan, respectivamente, el azul luminoso del águila. Ascenso iniciado en la otra vertiente pirenaica por Baudelaire y Mallarmé; en la nuestra, por J. R. Jiménez.
Asombro
Poesía es, ahora, conciencia y canto, pensamiento y sentimiento en unidad de ritmo. En un caso -Guillén- será el asombro de una conciencia luminosa, la interjección que el mundo le roba, interjección intelectual, según opina Dámaso Alonso. En el otro, ejecución perlada del verso -decía J. R. Jiménez-, síntesis musical de conciencia. En los dos, creación, luz, aurora. Claridad y orto. «Una conciencia amanece en una conexión de armonía» -Guillén. Conexión con el Otro, plural, esencialmente valorativa. Somos en la medida que conocemos: «Yo soy, soy... ¿Cómo? Donde estoy: contigo, / Mundo, contigo.»
Ese estar con es abrazo cósmico, plenitud real. Lo poseído a su vez nos posee. Cántico es gnosis amorosa, armonía esencial patentizada ya en la percepción sensible, en el mismo respirar o ver, donde órgano, función y ambiente se coordinan. De ahí que la pq1abra sea creación. ¿Mundo hegeliano? De ahí, también, el júbilo total: «Mármara, mar, maramar».
A pesar de su rigor intelectual, precisamente por eso, P. Valéry pone también a nivel de sensibilidad una esencia cualitativa, resonador objetivo-subjetivo, música total, porque el ritmo es número, nota, intuición, hálito vital: pensamiento y sentimiento en estado de poesía. Fusión que intelectualmente se traduce en unidad. de conciencia. Es el ojo que tanto sueño guarda en sí del Cementerio Marino.
Y del sueño a la imagen. Los objetos son espejos, amigos que le hablan de su centro más querido, el propio yo. P. Valéry se enamora de la"fuerza creadora del hombre. J. Guillén será un asombro ante lo armónico bipolar. Allí no hay propiamente amor, sino más bien autoconocimiento, ansia de labrar en poema aquello que ve desde su propio centro. Canta, sí, la belleza del objeto, pero sin detenerse en ella más que el tiempo preciso para allí reconocerse. Bajo esta perspectiva, Cántico resulta, efectivamente, un anti-Charmes. Con todo, creación siempre es amor. Poesía, «Que seras-tu sans mes levres?
Que sera¡-je sans amour?»
Y creación proviene de armonía, cuando mi silencio y el mundo en que me apoyo se unen en supremo lazo - La ceinture.
Diferencia
La diferencia entre uno y otro verso parece más bien climatológica. Melancolía, patetismo y juego temporal en P. Valéry. Afirmación de presente sin fecha, canto integral en J. Guillén. Y en los dos el mismo intento: afirmar la existencia a través de la voluntad. Cántico es vida, esperanza del aquí y el ahora redondos, zumo de toda circunstancia concreta. La misma suerte resulta armoniosa por ser ley vital. El cementerio marino, tras un descenso al vacío de ultratumba, más allá del tiempo, de la conciencia, se opone a lo estático y afirma la vida: «Non, non... Debout! Dans l'ère succesive!» Y los ojos retornan al mismo mar que los había cerrado con sueño de palomas.
Los muertos quedan allá, en su sitio. Son esqueletos sin angustia, «a solas hueso» -Guillén-, y la vida es esperanza. El único gusano que roe es el de la conciencia, siempre activa, en proyección constante hacia el infinito del arte -Valéry. ¿Paralelismo? ¿Coincidencia? Los ojos de J. Guillén beben luz y encienden pleamar. Los de P. Valéry reverberan en el agua. Allí están, frágiles como dos estrellas fugaces.
Cántico es júbilo de ser. Charmes, meditación sobre la contingencia consciente; cambio frente a inmovilidad. de Absoluto. Lo que aquí es un defecto del gran diamante luminoso, allí es mera orilla cósmica absorbida por ley natural. No hay lugar en Cántico para el no ser. Sólo plenitud y gozo exaltado.
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