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Crítica de discos
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Crítica de ‘Lux’: Rosalía rompe las costuras del pop con un salto al vacío intenso y fascinante

El experimento orquestal y místico de la catalana es un disco anticomercial que funciona como aventura sensorial y exhibición vocal a pesar de puntuales debilidades

Carlos Marcos

Estas dos cosas nadie las vio venir: la conversión de Rosalía de arrabalera motomami a inmaculada monja, y que medio planeta esté escuchando en estos momentos los excelsos violines de la Orquesta Sinfónica de Londres, el arquitecto sonoro sobre el que asciende Lux. Rosalía (Barcelona, 33 años) suma cuatro discos en su todavía corta carrera, cada entrega una aventura diferente: en Los ángeles (2017) se entregó al flamenco más o menos primario desde la visión de una veinteañera y con la guitarra española punk de Refree; en El Mal Querer (2018) contribuyó a la modernización de la música de raíz española para hablar del amor dañino; en Motomami (2022) abrazó el Caribe y las tendencias comerciales urbanas, y ahora ofrece Lux, que nada tiene que ver con lo anterior e incluso puede hasta colisionar con sus obras pasadas. Olé por ella. Para darse cuenta de lo radicalmente inquieta que es esta artista baste recordar que en sus inicios se la tildaba de “cantaora” y luego se la acusaba absurdamente de “apropiación cultural”. Dónde quedó eso ya… Está claro que con Rosalía la vida es vertiginosa.

Lux, en el que ha trabajado tres años, viene acompañado de una campaña mediática que retrata el signo de los tiempos: un ruido digital y mediático atosigante, la constatación de que siempre existen grietas hasta en la planificación más severa y lo divertido que acaba siendo este circo. Un ejemplo de este entretenido caos es esta crítica. No se debía haber publicado hasta el viernes (día del lanzamiento del álbum) según imposiciones promocionales de la discográfica, pero debido a las filtraciones de las últimas horas (primero alguna canción, luego el disco entero), la compañía informó esta tarde a los medios de que la pista estaba libre.

Las fortalezas de la cuarta y nueva obra de Rosalía, Lux, son muchas, pero quizá se deba poner en primer término la importancia del lugar desde el que se concibe. Hablamos de una obra osada, valiente, compleja, arrogante y fascinante, un disco sin estribillos, sin apenas ritmos memorizables, densa y extensa. Llamémosla anticomercial, pero a la vez se puede considerar pop. Esto lo realiza Rosalía desde la cúspide de la música pop, desde una posición de estrella mundial. ¿Hubiese sido más rentable grabar un Despechá y además tener felices a los directivos de su compañía? Obviamente, sí. Realizar un álbum raro desde los márgenes de la industria resulta mucho más sencillo, pero armar esta epopeya mística desde el trono que ella ocupa ofrece la imagen de una artista con una valentía radical.

Lux va a poner a prueba a la amplia base de seguidores de la catalana. Aquí no existen anzuelos comerciales a los que aferrarse. Estamos ante una aventura sensorial que ambiciona no escucharse despiezada, que sugiere incluso una inmersión íntima de una hora sin distracciones, con el móvil en modo avión y sin interrupciones domésticas. Algunos se quedarán por el camino, y será una pena, porque compensa al menos escucharlo en estas condiciones de entrega una vez. Luego, ya, se puede picotear, aunque no hay mucho género en este terreno. Otra de las armas de Lux es la exhibición vocal de la protagonista, desbordante, con inflexiones continuas, expresándose en códigos operísticos, flamencos o traperos y siempre mostrando unas prodigiosas cualidades.

El álbum se divide en cuatro actos, tres temas menos en la versión para plataformas. Otra boutade de la artista: poner por encima el vinilo en lugar de la copia digital, que ella sabe bien que es la que más se va a consumir. Pero ahí queda el gesto.

No inventa nada Lux. Todo lo que contiene lleva años en funcionamiento: los discos largos, la conceptualidad, el pop orquestal, la combinación de idiomas, la búsqueda de la espiritualidad en el arte… Pero Rosalía lo afronta con una personalidad arrebatadora, atrapando la atención del oyente desde los primeros versos (“quién pudiera vivir entre los dos / primero amar el mundo y luego amar a Dios”, de la canción Sexo, violencia y llantas) y llevándole en plan levitación hasta el final, Magnolias, donde evoca la muerte de la protagonista y su fusión con Dios (¿o es ella misma Dios?): “Gasolina, vino tinto, puros y chocolate, bailamos con amor encima de mi cadáver”. Cuando entona Chocolate su voz vira al cuplé. Es como si Concha Piquer apareciera solo para decir esa palabra, chocolate. Prodigioso. Quizá los que carecen del sentimiento de trascendencia que propone el álbum sientan cierta sensación de discurso pacato e incluso conservador, y muy posiblemente tengan razón. Aquí cada uno que elija su camino.

No es solo un álbum orquestal, aunque los prodigios de la Sinfónica de Londres apenas descansan. Lux suena moderno hasta cuando recurre a conceptos operísticos clásicos, porque aquí y allá rompen con la ortodoxia sonidos modernos, rapeados, ruidos digitales e incursiones en el flamenco, como en De madrugá o La rumba del perdón, con Estrella Morente y Silvia Pérez Cruz. Existen tres referentes en el trabajo que ni la protagonista negará: por un lado, Björk (que participa en el adelanto Berghain) y Kate Bush, dos mujeres que han sublimado el pop extraño y vivificante durante unas carreras modélicas; y, por otra parte, Enrique Morente, el audaz y arriesgado cantaor granadino.

Como ocurría con Motomami, a veces impera una sensación de batiburrillo, de incluir demasiadas cosas sin justificación artística. Un ejemplo de esto ocurre con la utilización de hasta 13 idiomas, todos entonados por la protagonista. Esto ya lo inventó otro cantante colonizador, Julio Iglesias, que grababa sus trabajos en varias lenguas (hasta en japonés), pero mientras que el objetivo del creador de La vida sigue igual era la conquista de mercados, en Lux se nos vende como un recurso narrativo para dar sentido a la historia. Es decir, si Rosalía se ha inspirado para una pieza en la santa abadesa (además de filósofa y poeta) germana Hildegarda de Bingen, lo lógico para ella es que esa parte del tema se exprese en alemán; y si en otra fase el referente es la mística y activista Simone Weil, pues aquí, lo han adivinado, se recurre al francés. Visto cómo encaja la frivolidad políglota en el álbum parece más un recurso pretencioso que otra cosa. “Si pudiera habría cantado en todos los idiomas del mundo”, dijo esta misma semana Rosalía en México, y esta declaración sonó a aquellas maximalistas proclamas del mentado Julio Iglesias cuando expandía su dominio musical allá por mediados de los ochenta.

Rosalía se desmarca con este trabajo fulgurantemente del resto de las estrellas pop del momento. Comparar Lux con muchos discos que copan las listas de los más escuchados es como pretender que admirar el mar sea lo mismo que contemplar una cartulina azul. Y permítanme, para finalizar, volver a recurrir al final de la crítica de Motomami que realizó este mismo cronista: lo más excitante de Lux es que el próximo será otra historia musical completamente diferente.

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.
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