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Pilar Albarracín, la artista sevillana que resuena en la nueva canción de Rosalía: “No es un plagio, sino un elogio”

El vídeo de ‘Berghain’, primer adelanto de su próximo disco, dialoga con una ‘performance’ de la creadora andaluza, que desde los noventa desarma los tópicos del folclore español

Álex Vicente

El vídeo de la nueva canción de Rosalía, Berghain, es un catálogo de parecidos razonables. En su milhojas de referencias visuales y sonoras, destaca una con gran nitidez: la obra artística de Pilar Albarracín (Sevilla, 57 años). En este primer adelanto de Lux, el nuevo álbum que la cantante catalana editará el 7 de noviembre, Rosalía avanza sola por la ciudad con una orquesta sinfónica pegada a la espalda. Al llegar a casa plancha un vestido, hace la cama, lava y frota hasta blanquear, pasa por la consulta del médico y se sienta en un autobús abarrotado, mientras la Sinfónica de Londres irrumpe en su intimidad, como si se hubiese colado en su vida para poner banda sonora a algo muy parecido a un desamor.

Las imágenes de Berghain resultan familiares porque remiten a otras más antiguas: las de Viva España (2004), performance de Albarracín en la que, vestida con abrigo amarillo, tacones e idénticas gafas de sol, recorría el centro de Madrid seguida por una banda popular que repetía sin tregua el pasodoble del título. Lo que empezaba como una celebración ambulante pronto derivaba en algo parecido al acoso callejero. En Berghain, el gesto tiene otro significado, pero el parentesco visual es innegable: una escolta sonora que acompaña a una mujer hasta colonizar su esfera privada.

Sorprendida, Albarracín descubrió el vídeo este lunes a través de capturas y menciones en redes. La artista no dramatiza el parecido. “Vi imágenes que recordaban a mi performance caminando por Madrid, que es bastante icónica dentro del pequeño mundo del arte español”, respondía este miércoles desde su estudio en Sevilla. ¿Referencia consciente o pura casualidad? “Puede ser cualquiera de las dos cosas. A veces se dan estos azares, porque todos vivimos en el mismo mundo. Tanto si es un guiño a mi trabajo como si llegamos al mismo lugar por caminos paralelos, me lo tomo como un elogio. En ningún caso es un plagio. Si una imagen mía resuena en su mundo creativo, estupendo”.

No es la primera vez que el trabajo de Rosalía dialoga con el suyo. Su identidad visual siempre remitió al mundo de Albarracín, por transitar por lugares parecidos. “Desde sus comienzos, algunos vieron parecidos entre su obra y mi iconografía. Al ser de una generación posterior a la mía, ha bebido de muchas fuentes y puede que mi trabajo esté entre ellas”, admite la artista. “Hay afinidad entre nosotras, porque caminamos por territorios comunes: la revisión de lo español, la puesta en valor de los folclores —no solo el andaluz, que es el mío, sino también otros— y una sensibilidad para recolocar ciertas piezas de esa tradición y exigir más igualdad, más justicia, más creatividad. Quien tiene visibilidad puede amplificar ese mismo espíritu. Si Rosalía lo hace, me parece genial”.

Este tema exuberante, de aire operístico y cantado en tres lenguas —que se expande “de la suave introspección a la potencia cinematográfica”, según la nota de prensa—, despliega una constelación de homenajes, de las cuerdas barrocas de Vivaldi al título tomado del mítico club berlinés, una antigua central eléctrica (después del todo, el disco se titula Lux).

Hay princesas Disney: Blancanieves, que interactúa con los animales del bosque, y una Cenicienta relegada a las tareas domésticas, que se cruzan con el misticismo de Teresa de Ávila o Angélica Liddell. Asoma La dama del armiño de Leonardo da Vinci y, en clave cinéfila, un clima inquietante que recuerda al de Tár —el videoclip se rodó en Varsovia, aunque podría ser Berlín, como en la película de Cate Blanchett— y a Bird People, película francesa donde una limpiadora se convertía en pájaro. La canción se cierra con una frase del músico Yves Tumor, aunque la pudo firmar una artista como Tracey Emin: “Te follaré hasta que me quieras”.

“Caminamos por territorios comunes: la puesta en valor de los folclores y una sensibilidad para recolocar ciertas piezas de esa tradición y exigir más igualdad, justicia y creatividad”, dice la artista

En esa sobredosis semiótica, Albarracín emerge con claridad. Hay, además, otras resonancias: su performance tuvo lugar en Callao, el mismo escenario madrileño donde Rosalía presentó su disco la semana pasada ante una multitud. Y los emblemas religiosos del vídeo, como el Sagrado Corazón o la paloma, remiten a un territorio que Albarracín ha trabajado con mordacidad, a menudo en una clave más militante.

“No sé si su arte es más o menos político que el mío. Ese tipo de lecturas se confirman con el tiempo”, objeta Albarracín. “Hay trayectorias que empiezan muy políticas y luego derivan hacia lo comercial, y al revés. A Rosalía la percibo como una artista bastante libre, que siempre tiene un toque personal. Su lenguaje llega a un público muy amplio y, en muchos casos, eso es lo que importa”.

Albarracín despuntó en los noventa y los primeros dos mil desmontando los mitos del folclore español con ironía feroz y mirada siempre feminista. Su práctica, que pasa por disciplinas como la performance, el vídeo y la instalación, parte del estereotipo cañí para convertirlo en herramienta crítica. Varias de sus obras lo atestiguan. En Techo de ofrendas, la artista suspendió centenares de trajes de flamenca como una especie de exvoto colectivo. En Lunares, estampó con su propia sangre un traje de faralaes. En Tartero presentó un toro bravo disecado a tamaño real. Y en Musical Dancing Spanish Doll(s) trabajó, con distancia sardónica, el cliché de la muñeca española.

La misma estrategia aparece en Viva España, que interroga la feminidad del pasodoble y el resto de rancias herencias del franquismo. “Resumir una pieza en dos líneas es difícil: hay muchas capas de significado. Pero es cierto que, desde 1999, me interesó trabajar la imagen de España: cómo nos ven fuera y cómo nos vemos dentro, en lo relativo al folclore, la identidad y la cuestión del género”, explica Albarracín. “Quería repensar nuestra cultura. De ahí esa ambivalencia: celebración y violencia conviven en esa obra”.

Esta performance forma parte de cuatro colecciones, todas ellas extranjeras: la colección Louis Vuitton, propiedad del magnate Bernard Arnault; el Museo de Arte de la Ciudad de París, una colección privada en Washington y otra en Portugal. Ninguna de ellas es española, posible síntoma de un reconocimiento que, a veces, ha sido mayor en el extranjero que en su propio país. “España ha tardado en querer verse a sí misma. Yo he trabajado mucho aquí, el público me ha apoyado y he estado presente en museos y exposiciones”, matiza Albarracín. “Que las obras entren o no en determinadas colecciones es otro asunto, pero el tiempo lo coloca todo en su sitio. De hecho, este año, en esta nueva etapa del Reina Sofía, he entrado en su colección con varias obras. Y lo mismo ha sucedido en el IVAM”.

¿Se inspiró Rosalía en Albarracín? El director del vídeo de Berghain, Nicolás Méndez, deja clara su parte. “No conocía la performance de Pilar Albarracín, pero me encanta”, asegura Méndez en un correo electrónico, instando a esperar que sea la propia Rosalía quien comente la pieza. El realizador, cofundador de la influyente productora barcelonesa Canada, ya dirigió en 2018 el videoclip de Malamente, donde aparecían nazarenos sobre monopatines, aprendices de torero y tatuajes de una mater dolorosa, una imagería próxima al territorio que Albarracín lleva décadas volteando.

“No he tenido ningún contacto con su equipo, aunque esa estética no pertenece a nadie. Está ahí para ser usada libremente. La calle es de todos”, dice Albarracín. “Prefiero compartir y estar contenta de que otras personas pisen los mismos lugares, sobre todo si tienen más visibilidad. Prefiero dar la mano a Rosalía y pensar: qué bien, ya somos una más. Porque, cuantas más seamos, mucho mejor”.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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