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Estos son los discos del mes: lo nuevo de Depeche Mode, Lana del Rey, Yves Tumor y otros álbumes de marzo

Los críticos musicales de ‘Babelia’ seleccionan los álbumes más destacados de las últimas semanas

Martin Gore y Dave Gahan, los dos integrantes de Depeche Mode, en Nueva York en 2022.Foto: ANTON CORBIJN

La muerte les sienta tan bien

Por Xavi Sancho
Portada de 'Memento Mori', de Depeche Mode,  (Mute / Columbia)

Depeche Mode 

Memento Mori 
Mute / Columbia

El 28 de mayo de 1996, Dave Gahan, vocalista de Depeche Mode, estuvo muerto durante dos minutos, víctima de una sobredosis de speedball en un hotel de Los Ángeles. Cuando despertó, le preguntó al doctor si había sufrido otra sobredosis. “No, has estado muerto”, le respondió el médico. Casi un año más tarde, Depeche Mode publicaban Ultra, acaso su último gran álbum, la obra que culminaba su exitosa travesía de los años noventa, una década que arrancaba en las antípodas de su idiosincrasia, pero que terminaron no solo por domar, sino por dominar. Depeche Mode parecen hoy un grupo mucho más joven de lo que realmente son porque, durante aquellos noventa, en vez de perder poco a poco seguidores, como hacían sus coetáneos, ellos los fueron ganando.

El 26 de mayo de 2022, Andy Fletcher, miembro fundador de Depeche Mode, falleció en su casa de Londres a los 60 años. Fletcher era el que debía sobrevivir a Martin Gore y Dave Gahan, los dos componentes hoy vivos de la banda, y en cuya tormentosa relación el finado siempre medió, hasta el punto de que sus responsabilidades musicales resultaban cada vez más difusas. En lo sonoro, tal vez las pérdidas anteriores de miembros clave como Vince Clarke o Alan Wilder se antojan más relevantes en la biografía del grupo. Pero, en lo emocional, la desaparición de Fletcher ha sido devastadora. Diez meses después de su fallecimiento, la banda lanza Memento Mori, su mejor disco desde aquel Ultra que llegó tras la breve, pero se adivina intensa, experiencia de Gahan en el averno.

En el primer sencillo de adelanto del largo, ‘Ghosts Again’, la melodía era demasiado buena, las guitarras demasiado prístinas. Pero tampoco cabía confiarse

El primer sencillo de adelanto del largo fue ‘Ghosts Again’, un maravilloso tema que llegaba acompañado de un vídeo crepuscular con homenaje a Ingmar Bergman incluido. La melodía era demasiado buena, las guitarras demasiado prístinas. Pero tampoco cabía confiarse: la jugada del gran single como adelanto del mal disco llevaban perfeccionándola los de Basildon desde el cambio de siglo. El segundo adelanto, aunque menos inmediato y espectacular, inducía a empezar a creer en este Memento Mori como algo realmente serio. ‘My Cosmos Is Mine’, áspera, chirriante y directamente conectada con el pasado pospunk de la banda, es tan buen tema como mal sencillo.

Este Memento Mori, producido por James Ford (Arctic Monkeys, Simian Mobile Disco) y Marta Salogni (Björk, Frank Ocean), y en el que Richard Butler (Psychedelic Furs) colabora como compositor en cuatro temas, fluctúa entre el espíritu triste pero juguetón del primer sencillo y el rugoso, oscuro e industrial del segundo. Dos formas de ver y tratar de entender la muerte. Por un lado, ese melódico y ochentero ‘Wagging Tongue’ —­primera composición de Gore y Gahan juntos, Fletcher estaría orgulloso—, la apabullante ‘People Are Good’, tan grandiosa que lleva al oyente directamente a aquella histórica noche de 1988 en Pasadena (California) donde la banda grabó su directo 101. Por el otro lado del cuadro, transitan cortes como ‘Caroline’s Monkey,’ a medio camino entre Nick Cave y Eurythmics, y tal vez la mejor canción del disco, o ‘Speak to Me’, que es algo así como un ‘A Day in the Life’ reinterpretado para una nueva versión de Blade Runner rodada en un ascensor. Con ella termina el álbum, y tal vez la carrera discográfica de Depeche Mode. Hay formas peores de morir.


Un continente por canción

Por Laura Fernández
Portada de 'Did you know that there's a tunnel under Ocean Blvd.', de Lana del Rey,  Polydor/Universal

Lana del Rey 

Did You Know That There’s a Tunnel Under Ocean Blvd
Polydor / Universal

A algo sagrado, majestuoso, profundo e inabarcable. A eso suena el ambicioso noveno álbum de la cada vez más incomparable Lana del Rey. Edifica una obra magna —magnánima— que parte, esta vez más que nunca, de su yo mayestático, herido aquí, roto y rehecho a partir de los pedazos, sin tratar de disimular que una vez fueron pedazos, como parece decir en la intimista ‘Kintsugi’. Desde el estallido soul a cappella del tema que abre el disco, ‘The Grants’, hasta el cierre con ‘Taco Truck x VB’ —una versión mugrienta y casi irreconocible de su clásico ‘Venice Bitch’—, el álbum no deja de crecer, de derramarse por todas partes, consciente de su condición incontenible. Porque sí, Lana del Rey parece fundar casi un continente por explorar en cada canción. Y así, hay, ya desde su propio título, cuentos de hadas delicadamente tormentosos (‘Fingertips’), pequeños universos de elegantísimo alt folk de intensidad deliciosamente variable (‘Let the Light In’, con Father John Misty) y valses con aspecto de suntuosos y desmitificadores viajes (‘Paris, Texas’).

El suelo que la artista pisa es, cada vez, ella misma. Si mira alrededor en algún momento, contempla aquello que ha sido y sale disparada en una nueva dirección (ahí está ‘A&W’ y la forma en que enloquece, y se vuelve pop industrial y luego rap metarreferencial). Ajena a lo trendy, Lana del Rey solo construye. Con una generosidad nada corriente en estos tiempos, la cantante amplía, no abandonando su hondísima americana pop, las posibilidades de lo contemporáneo, tan a menudo limitado por aquello que se lleva, en este metaverso de gustos que son como mareas que se mueven, en masa, siempre en la misma dirección. Y hay reflexión, futuro inminente y calma en la apasionante ‘Sweet’, irónicos manifiestos —con risas de fondo— en forma de interludios, préstamos —'Margaret’ o la “canción sencilla” que le escribe a la novia de Jack Antonoff, su productor—, y la sensación de que esta vez ha llegado tan lejos que solo ella, en algún otro momento, podrá superarse. Sí, es su obra maestra, y también una de las de la década.


Sobre el deseo y la huida

Por Beatriz G. Aranda
Portada de 'Praise A Lord Who Chews But Which Does Not Consume (Or Simply, Hot Between Worlds)', de Yves Tumor,(Warp/Music as Usual)

Yves Tumor 

Praise a Lord Who Chews...
Warp / Music as Usual

Imágenes inquietantes adornan las portadas de los discos de Sean Bowie. Pero el músico conocido como Yves Tumor no venera la oscuridad, sino la imaginación desbocada. Creador exuberante, apasionado de las transferencias entre géneros, Tumor diseña un ejercicio de guitarras grumosas, artificios vocales y versos sobre el deseo y la huida, donde no hay canciones en el sentido convencional, sino paisajes cercanos al shoegaze y al grunge, subgéneros que también supieron convertir el ruido en melancolía y en ira. El artefacto resultante es uno de los discos del año, producido por Noah Goldstein, mano derecha del malogrado Kanye West, y Alan Moulder, mítico colaborador de My Bloody Valentine y The Smashing Pumpkins.


Chispa para las melodías

Por Carlos Marcos
Portada de '¿Quién es Billie Max?', de Ginebras, Vanana Records

Ginebras 

¿Quién es Billie Max? 
Vanana Records

Ginebras es un caso paradigmático de grupo por el que suspiran festivales, plataformas digitales y marcas de refrescos y cervezas: gente joven haciendo pop ligero con mensajes despreocupados para toda la familia. Los papás solo tendrán que tapar los oídos a sus peques cuando el grupo diga “follar” o “cojones”. Lo demás podría consistir en una versión gamberrilla de Parchís. El nuevo indie. Este es el segundo disco de estas cuatro chicas de aquí y de allá que se formaron en Madrid durante la pandemia. Son 11 canciones que encajan en 32 minutos y donde exhiben una indudable chispa para las melodías. “Estar en bolas en la cocina es mi placer favorito de la vida”, cantan en un tema. ¡Cómo lo van a disfrutar los pequeños de la casa!


Arrobadora quietud

Por Javier Losilla
Portada de 'Love in Exile', de Arooj Aftab,  (Verve/Universal)

Arooj Aftab  

Love in Exile
Verve / Universal

El amor y el exilio provocan la misma desazón, viene a decirnos este disco armado a trío por Arooj Aftab, cantante paquistaní residente en Estados Unidos, el pianista Vijay Iyer y el multiinstrumentista Shahzad Ismaily. Es el resultado de una relación iniciada en 2018 y desarrollada básicamente sobre el escenario. Arooj, que canta en urdu, tiene una voz espléndida que se desliza por la versión más contemporánea de las notas largas de la música ghazal, aunque en ocasiones se acerque sutilmente a los melismas del canto devocional (‘To Remain/To Return’). Con ella, las vibrantes improvisaciones del piano minimalista de Iyer y las atmósferas de bajos saturados y zumbidos del sintetizador moog de Ismaily componen un paisaje sonoro de arrobadora quietud.


Revisionista, no revivalista

Por Yahvé M. de la Cavada
Portada de 'Prime', de Christian McBride’s New Jawn, (Brother Mister)

Christian McBride’s New Jawn 

Prime 
Mack Avenue / Distrijazz

Si nos remitimos a la confluencia de excelencia instrumental, versatilidad, personalidad y consistencia artística, hay pocos jazzistas vivos con la talla de Christian McBride. Su música es tan sólida como brillante: sin altibajos, pero siempre evitando lo rutinario. Para ello alterna entre diferentes grupos: su Big Band, su trío, su quinteto Inside Straight o este New Jawn, un cuarteto sin piano que en su segundo álbum se revela como una banda colosal. El mayor mérito de Prime es que bebe de todo tipo de tradiciones, desde la ortodoxia bop hasta lo modal, el calipso, el funk o la vanguardia —ese East Broadway Rundown de Sonny Rollins—, para entregar algo muy compacto. Revisionista, que no revivalista, pero modelado a partir de la carismática visión de McBride.


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