Duelo de titanes
Vitoria reúne en una memorable velada a Chick Corea, Kenny Garrett, Christian McBride y Roy Haynes
La noche transcurría plácida, tirando a fresquita, ligeramente soporífera. Randy Crawford -voz- y Joe Sample -piano- desgranaban un repertorio de melodías decorativas e inofensivas, apto para todos los públicos. Tan entretenido como olvidable. Pocos sabían que, a esa misma hora, y no muy lejos de allí, estaba teniendo lugar un encuentro en la cumbre entre dos auténticos colosos de la música universal.
Sentados en torno a una mesa de comedor se hallaban Paco de Lucía, por un lado, y Chick Corea, por el otro. En su reencuentro al cabo de los años, los viejos amigos no quisieron dejar pasar la oportunidad de hablar de sus cosas, y no es casualidad que fuera aquí, en Vitoria, donde está teniendo lugar la 34ª edición de su Festival de Jazz. Hace unos años, pudo vérseles juntos sobre el mismo escenario del pabellón de Mendizorrotza que acoge al festival, en actuación que recogieron las cámaras de televisión y está disponible en YouTube. Y si esta vez no fue posible arrejuntarlos en público, tampoco es que lo echáramos de menos, dicho sea sin ánimo de faltar al tocaor a quien uno tiene en la más alta estima, faltaría más. Ocurre sin embargo que, a falta de dos, el viernes tuvimos a cuatro auténticos colosos de la música tocando el tipo de jazz que tocan los colosos cuando les da por reunirse. Entre ellos, Corea, a quien la cena junto al más universal de nuestros artistas flamencos le sentó divinamente.
Conciertos como este le reconcilian a uno con las mejores páginas del jazz
La batería de Roy Haynes, con 85 años, es una máquina de 'swing'
Fueron seis interpretaciones -Bud Powell, Psalm, Monk's Dream, We'll Be Together Again, Steps y Blue Hawk- en la hora y tres cuartos, aproximadamente, que duró la actuación, lo que da un promedio de 22 a 23 minutos por número. El dato es importante: basta haber escuchado un poquito de jazz para imaginarse lo que fue aquello. Una ruleta de improvisaciones a pecho descubierto, sin límites ni coartadas de ningún tipo. Cada solo, un tour de force. Cada interpretación, un desafío. Cuatro señores sin demasiadas cosas en común, hablando el lenguaje común de la llamada "composición espontánea", y a quien Dios se la dé, san Miles Davis se la bendiga.
Aplaudímetro en mano, la cosa pudo inclinarse por cualquiera de los cuatro. Que si Kenny Garrett, al saxo alto, elevaba la fría temperatura ambiente hasta extremos subtropicales en cada uno de sus solos, Christian McBride, al contrabajo, no le iba a la zaga, precisamente. Y Roy Haynes. Lo de este hombre es de otra galaxia. A sus 85 años, el más veterano de los bateristas de jazz en ejercicio no es que conserve sus facultades: es que va a más. Una inagotable máquina de swing. Haynes baila la batería, le da vida, y esa explosiva vitalidad que genera se expande inevitablemente a todo cuanto le rodea, el público y quienes comparten con él el escenario. Y si no, que se lo digan a sus colegas de la no por nada bautizada como Freedom Band (Banda Libertad). Esto, por no hablar de dos de sus intervenciones solistas que, es de esperar, podrán verse a no tardar por la red de redes, junto con el resto del concierto. Todo cuanto pueda decir este humilde plumillas al respecto es poco.
Y como postre, el jefe: don Armando Anthony Corea, nacido en la localidad de Chelsea, Massachusetts, hace 69 años. Conciertos como este le reconcilian a uno con quien nos ha regalado alguna de las mejores páginas en la historia del jazz, y alguna de las más lamentables, también. Por fortuna, el pianista a quien la sabiduría jazzística se le suponía conserva el toque que le llevó a ser convocado por el mismísimo Miles Davis a su apartamento frente a Central Park, y cuando toca jazz, como fue el caso, aquello sabe a gloria bendita. Lo hace a su estilo, que parte de los clásicos y desemboca en Bill Evans y, cada vez más, en Thelonious Monk. Lo mejor: que no tocó Spain, ni La fiesta, ni la Rumba de Armando. Por los pelos, pero nos salvamos.
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