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El triunfal regreso de Sonny Rollins

El más importante jazzista vivo avala la publicación de unas grabaciones inéditas, hechas en Holanda en 1967 y recién halladas, que documentan un momento clave en su carrera

Ruud Jacobs (izquierda) y Sonny Rollins en el Go-Go Club en Loosdrecht, en mayo de 1967.
Ruud Jacobs (izquierda) y Sonny Rollins en el Go-Go Club en Loosdrecht, en mayo de 1967.Beeld en Geluid

En un año especialmente fecundo para la arqueología discográfica del jazz, una de las joyas recién publicadas por el sello Resonance, en colaboración con el Nederlands Jazz Archief, se impone: probablemente, el mejor disco de jazz aparecido en 2020 es Rollins In Holland, con más de dos horas de música inédita grabada en 1967 por Sonny Rollins junto a Ruud Jacobs y Han Bennink. La diferencia con otros álbumes inéditos de gigantes del género es que, aparte de su incuestionable calidad, el propio Rollins, un músico muy selectivo con lo que da permiso para publicar, está implicado en este lanzamiento. Tras escuchar las cintas descubiertas en Holanda, el jazzista vivo más importante del mundo, nacido en Nueva York, de 90 años, rememoró la magia de aquel trío inédito y dio su bendición para que este material viese la luz.

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Rollins In Holland representa la última página de un importante capítulo en la carrera del saxofonista y, en cierto modo, en el jazz de los sesenta. Un capítulo que había empezado 10 años antes, con la grabación de los seminales álbumes Way Out West y A Night At The Village Vanguard, con los que Rollins apuntaló uno de los formatos más complejos y exigentes para un saxofonista: tocar en trío con contrabajo y batería. Rollins cultivó asiduamente ese formato en aquellos años, antes y después de su famoso retiro entre 1959 y 1961, y estas grabaciones encontradas suponen, en cierto modo, el cierre de esa etapa. Una clausura casual y postergada, pero rotunda, tanto por su excelencia musical como porque constituye el último testimonio grabado de Rollins en trío, y también el último registro antes de su segundo retiro, a finales de 1969. Desde ese momento, y hasta su regreso a la música, en 1971, Rollins viajó a la India, estudió yoga y encontró una nueva voz. Siguió siendo un coloso, pero su música ya era otra. Y el jazz también era diferente: la muerte de John Coltrane, la deriva eléctrica de Miles Davis y la irrupción de sonidos populares en la escena marcaron a finales de los sesenta el fin de una era.

En mayo de 1967, Rollins fue invitado a tocar algunos conciertos en Holanda justo después de una pequeña gira por Inglaterra. Fueron pocos días y la música fue soberbia, tanto en pequeños clubes como en un auditorio de Arnhem o el estudio de Hilversum, en el que registró cuatro temas para la radio holandesa. Después, Rollins volvió a su país y todo el mundo olvidó que mucha de aquella música había sido grabada, hasta hoy.

Rollins habla con Jacobs en presencia de Han Bennink.
Rollins habla con Jacobs en presencia de Han Bennink.Ton van Wageningen

La importancia de este hallazgo es que aquellos no fueron shows rutinarios. El encuentro de Rollins con los holandeses Ruud Jacobs y Han Bennink es mágico, uno de esos que se dan casi por casualidad en el jazz y acaban resultando irrepetibles. No solo el encuentro: el momento también es crucial. Jacobs estaba en su plenitud como contrabajista: hermano del excelente pianista Pim Jacobs, para 1967 ya llevaba más de una década tocando con algunos de los más importantes músicos de su país y acompañando a figuras norteamericanas. Han Bennink era uno de los bateristas más importantes de la escena europea en la época: en 1964 había acompañado a Eric Dolphy en su Last Date, grabado poco antes de la muerte del saxofonista, y en 1967 ya estaba inmerso en la fundación, junto a Misha Mengelberg y Willem Breuker, del colectivo vanguardista Instant Composers Pool, y a punto de convertirse en uno de los grandes referentes del free jazz europeo. Cuando surgió la posibilidad de acompañar a Sonny Rollins en unas pocas fechas, Jacobs y Bennink fueron los elegidos por varias razones: por un lado, eran los mejores de su país en sus respectivos instrumentos; por otro, aunque musicalmente estaban ya en sitios diferentes, en los últimos años habían acompañado juntos a importantes músicos de visita en Holanda, como Wes Montgomery, Ben Webster o Clark Terry, y podían enfrentarse a una situación como la de tocar en trío con Rollins, en la que era tan necesario acompañar como construir, siempre en busca del equilibrio entre el swing, la libertad y la comunicación musical entre los tres intérpretes.

Conexión brutal

Así, la química fue apabullante desde su primer encuentro, registrado en directo y publicado en esta edición. Según cuenta Rollins, fue llegar, conocerse y tocar, pero la conexión resultó instantánea y brutal: el trío suena compacto, comunicativo y dinámico, impulsado por la fuerza de tres creadores diferentes (Jacobs desde la tradición, Bennink desde la vanguardia y Rollins como fuerza motora, a medio camino entre ambas), señalando en la misma dirección con swing y plena libertad.

La calidad de la grabación del concierto, que abarca más de la mitad de Rollins In Holland, no es perfecta, pero la música es insuperable. Las demás piezas del álbum son también deslumbrantes: grabadas dos días después en sendas sesiones (una en estudio, otra en directo), muestran al trío con una interpretación menos urgente, pero con esa química tan especial intacta. Todo el disco es colosal, puro Rollins en uno de sus mejores momentos, y la edición de Resonance (en triple LP limitado y doble CD) es acorde a su importancia: textos del biógrafo de Rollins y de los productores del álbum, multitud de fotos inéditas de las sesiones y entrevistas con los tres músicos, para contextualizar exhaustivamente aquellos días de 1967 que, escuchados hoy, brillan más que nunca gracias a la perspectiva del tiempo.

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