El oscuro bosque donde el escritor Fernando Navarro explora la infancia perdida
El granadino publica una novela compuesta con los mimbres del terror, ‘Crisálida’, y recientemente ha triunfado como coguionista de la película ‘Segundo premio’


Al atardecer, el escritor se sienta en un tronco caído y observa el bosque. “El bosque puede ser como una madre protectora, pero también puede ser visto como una amenaza”, reflexiona. En los alrededores hay robles, chopos, fresnos y dos enormes cedros del Himalaya, el suelo está cubierto de hojas y las ramas desnudas de los árboles que bordean el arroyo se van volviendo siniestras con el declive de la luz. Quizás entre la fronda oscura vaya a aparecer el tigre de la montaña, o la señora de las alturas, o el gigante Oneotrix, u otras imaginaciones del autor. Ojalá no nos coja aquí la noche.
Fernando Navarro (Granada, 45 años) ha venido a la cita con este periódico en la periferia de Madrid muy boscoso, con botas de campo y chaqueta de leñador, y habla ahora del bosque como escenario de la literatura gótica, habla del pantano del gótico sureño y de la mitología lynchiana en las forestas de Twin Peaks: “Son lugares irreales, llenos de demonios, por donde puede entrar lo sobrenatural”. A veces, las veces más extrañas, los bosques tienen más que ver con la mitología y la cultura popular que con la botánica: tradicionalmente han sido considerados como el opuesto al hogar y la civilización, sitio de lo misterioso, lo mágico o lo peligroso, también lugar de transformación del héroe.
En su nueva novela, Crisálida (Impedimenta), la arboleda no se ubica en las Alpujarras ni en la Sierra Nevada, aunque así se diga; más bien es un territorio que crece en la fronda desolada de la propia psique. “Me interesaba la creación de un territorio literario que solo estuviera contenido en el libro, cosa no tan común en la literatura española, pero que además cualquiera pudiera buscar en un mapa”, dice el autor. Un bosque que existe, pero que no existe.
Crisálida cuenta la historia de una niña llamada Nada a la que sus padres, el Capitán y Madreselva, sacan con sus cuatro hermanos de la civilización para vivir en la montaña hostil, donde siempre está oscuro, y sin kit de supervivencia. El Capitán es un hombre curtido en la noche y la bohemia, un viejo hippie de ínfulas intelectuales que quiso ser músico, que quiso vivir con frenesí, pero que ahora, atormentado y paranoico, huye de un fantasma muy real y arrastra a su familia en su locura. Crisálida es una novela sin límites, muchas veces cruel, casi siempre hermosa y retorcida. “No quería frenarme de ninguna manera, a veces echo en falta en los libros esa sensación de golpeo”, dice Navarro.
Quiere tratar la infancia perdida, una de sus obsesiones, el horror de verse obligado a madurar demasiado pronto y salir del edén de la niñez. No quiere que sea una novela de terror puro, aunque tiene aires de folk horror entre secuoyas y usa los mimbres del género gótico para contar una infancia. Lo más terrorífico, de hecho, no son los puntuales sucesos sobrenaturales (sean estos reales o imaginados, quién sabe), sino los sucesos que ocurren dentro de esa familia a la fuga. “El terror, donde puedes tomarte libertades que otros géneros no permiten, resulta inesperadamente poético”, añade el autor.

Navarro, además de escritor, es guionista, de modo que conoce a mucha gente en el mundo del cine, pero también en el de la música, y en el de la literatura y el periodismo, y a mucha de esa mucha gente le cae muy bien. De esa transversalidad le sale una conversación (y una vida) traspasada por la cultura, en la que se mezclan sin compartimentos estancos el cine de iniciación, el rock gótico, el periodismo musical o la literatura de género. Porque a través de estos elementos, todos mezclados, Navarro aprehende el mundo.
Entre sus creaciones están los guiones de películas como Verónica (Paco Plaza, 2017), Toro (Kike Maíllo, 2016) o Anacleto: agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015). Por estas fechas ya se ven por las marquesinas los carteles de su nuevo trabajo, Tierra de nadie, dirigida por Albert Pintó. “Yo pensaba que los guiones eran tramas y personajes, pero luego me di cuenta de que mi oficio era surtir a los directores de imágenes seductoras que les apeteciese filmar”, dice. Es curioso: si en las películas el director pone las imágenes, en las novelas hay tantas películas imaginarias como lectores.
Así que Navarro sigue en sus libros proveyendo imágenes de otro modo, a través de la palabra poética, como hizo en los relatos de Malaventura (Impedimenta, 2022), en una Andalucía onírica poblada de quinquis, hechiceras y cazadores de demonios. Y por ello Crisálida no es la novela que se espera de un guionista, con una trama ágil y giros inesperados, muy cinematográfica. Al contrario, es una novela donde lo importante es la voz, la voz de Nada, trabajada al milímetro, cincelada frase a frase, palabra a palabra: “Es esa voz, y no la trama, lo que justifica la novela”, dice. Un libro que escribió muy rápido (se nota en el ritmo) y corrigió muy lento (se nota en la depuración del estilo). En esa voz que mezcla la hermosura y lo popular. “Puede que venga de lo granadino, como en el caso de Enrique Morente, que coge lo clásico y lo pasa por el filtro de lo popular, el de los músicos de rock de la ciudad o el de, es inevitable citarlo, Federico García Lorca”, señala mientras camina por los senderos del bosque, en la periferia de Madrid, aunque parezca también un lugar imaginado.
Navarro fue joven en esa Granada roquera del cambio de siglo, donde ubica una Santísima Trinidad: Lagartija Nick, 091 y Los Planetas. “Generacionalmente éramos sus hermanos pequeños: queríamos parecernos a ellos, por su actitud, aunque nos dedicásemos a cosas diferentes”, dice el escritor, que hizo sus pinitos en la música, aunque la cosa no prosperó. “No era un músico muy dotado”, reconoce. Lo suyo fue la escritura, donde comenzó colaborando en la prensa musical. Si no hubiera sido guionista tal vez hubiera sido periodista, o poeta, o traductor. Algo habría escrito... pero la cosa es que fue guionista. “Conozco a pocos que lo sean por vocación, pero algunos acabamos ahí”, señala.

Y le va bien. Su última película, Segundo premio, dirigida y coescrita por Isaki Lacuesta, transcurre en aquella Granada de su juventud, la de una banda que se parece a Los Planetas, donde se habla de la gente que conoció y que protagoniza gente que conoce. De ahí que la experiencia fuera especialmente emocional. Y ha cosechado éxito: “Estamos atónitos, porque la película habla del underground, de la adicción a la heroína, de la construcción de canciones. Que todo eso haya encontrado público y premios es sorprendente”.
De regreso, los edificios de la gran ciudad aparecen en el horizonte, ya oscurecido, en un taxi muy grande conducido por un chófer, Alberto, que se mantiene muy atento a la conversación. Volvemos a la civilización, lejos de los peligros siniestros del bosque, si es que esto a lo que vamos es la civilización y si tiene algún futuro. Los miedos apocalípticos, paradigma de nuestra época, también son relevantes en Crisálida. “Tengo muchos miedos, tal vez por eso escribo terror, porque soy miedoso”, dice Navarro. Entre ellos se cuentan algunos muy comunes: la ecoansiedad por la amenaza del cambio climático o el temor al estallido de una guerra nuclear. “Cuando empezó la guerra de Ucrania dejé los periódicos y me puse a escuchar Radio Clásica. He leído muchas novelas apocalípticas, he leído mucho a J. G. Ballard, pero no son sensaciones que me guste tener en el mundo real”, concluye antes de bajarse del coche y perderse por las calles anaranjadas del viejo Madrid... que también es terrorífico.
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