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El fiscal Ayala y la memoria aún rodeada de misterios de la gran batalla contra la mafia en Italia

Compañero de Falcone y Borsellino, el magistrado que llevó la acusación en el proceso contra Cosa Nostra en 1986 publica en España su libro de recuerdos sobre una aventura heroica y trágica

El exfiscal Giuseppe Ayala, fuma un cigarrillo en su casa de Palermo.
El exfiscal Giuseppe Ayala, fuma un cigarrillo en su casa de Palermo.Francesco Bellina
Íñigo Domínguez

Hablar con el fiscal siciliano Giuseppe Ayala, que llevó la acusación contra las grandes familias de Cosa Nostra en el primer gran proceso celebrado en Palermo, entre 1986 y 1987, es hablar con un superviviente, alguien que no estaba claro que fuera a seguir con vida. Tras pasar 19 años con escolta, recuerda el primer día que se la quitaron, en 2003. “No sabía qué hacer, libre por primera vez. Recuerdo que fui al supermercado, llevaba casi 20 años sin ir, ni al cine, ni a un restaurante”, cuenta en su casa de Palermo.

Hoy tiene 79 años y sigue fumando cigarrillos Dunhill, quitándoles antes el filtro. Ayala, apellido vasco que viene de antepasados españoles llegados a Sicilia, fue compañero y amigo de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, el fiscal que colaboró con ellos durante diez años en la primera gran cruzada judicial contra la mafia siciliana a partir de 1983. Sentaron por primera vez a las familias mafiosas en el banquillo en un juicio histórico, el llamado maxiprocesso. Falcone y Borsellino lo pagaron con la vida en 1992, en terroríficos atentados que marcaron el inicio de una auténtica guerra de la mafia con el Estado, en pleno colapso político, que duró hasta 1994. Luego se hizo la calma, misteriosamente. Es un periodo aún lleno de enigmas, donde se mueven grandes secretos y preguntas pendientes de respuesta de la democracia italiana.

Ayala escribió en 2007 un libro con sus recuerdos de aquellos intensos y dramáticos años, Quien tiene miedo muere a diario, que ahora publica en España la editorial Gatopardo con una traducción de David Paradela López. Es una buena razón para visitarle en su casa de Palermo, volver a recordar y saber qué piensa ahora, con perspectiva. Sigue pensando en una frase que le dijo Falcone, en 1989, cuando escapó a un intento de atentado, unos explosivos colocados en la orilla del mar junto al chalé donde veraneaba. “Me llamó, le fui a ver y me dijo que veía detrás ‘mentes refinadísimas’ capaces de orientar las decisiones de Cosa Nostra. Él estaba convencido. Y yo esta frase siempre la he llevado encima, también después de la muerte de Giovanni y Paolo”, explica.

Los magistrados italianos Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.
Los magistrados italianos Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.Enzo Brai

El libro refleja bien el clima de una empresa heroica y extraordinaria, la que nació en el tribunal de Palermo en torno a Falcone y Borsellino, sobre quienes gravita el relato. De hecho es el subtítulo del libro, Mis años con Falcone y Borsellino. Vidas blindadas, la sensación de estar rompiendo un tabú de siglos y de entrar en territorio prohibido, un equipo de trabajo que era más que de trabajo. Ayala bajaba cada tarde al final del día al despacho de Falcone, que sacaba de un armario una botella de whisky. “El lazo personal que nos unió tuvo muchísima importancia, porque al principio no sabíamos bien dónde llegaríamos. Éramos realmente un equipo, más allá del trabajo, en el sentido más humano. Giovanni y yo nos íbamos de vacaciones juntos”, recuerda.

La idea que cambió todo en la lucha contra la mafia, a partir de 1980, fue crear un equipo de magistrados, un pool, como se le llamó en Italia con la habitual predilección de este país por los términos en inglés. El pool de Palermo. De ese modo no era un solo juez quien firmaba los autos, con el riesgo de quedar expuesto ante Cosa Nostra, sino un equipo. No estar solo era fundamental para luchar contra la mafia. De hecho, con el tiempo, en la parte más oscura de esta historia, Falcone y Borsellino fueron quedándose solos, las instituciones les daban la espalda, y fue cuando la mafia los mató. El método investigativo de Falcone fue revolucionario, seguir el dinero, reconstruir las tramas internacionales de la droga viajando en persona a otros países, trabajando con el FBI.

Giuseppe Ayala, en el salón de su casa en Palermo.
Giuseppe Ayala, en el salón de su casa en Palermo.Francesco Bellina

En los ochenta, el ascenso del brutal clan de los Corleoneses de Totò Riina fue como un golpe de Estado dentro de la mafia. Fueron masacrando a sus oponentes y a los clanes tradicionales de Palermo. En ese clima, con 300 homicidios al año, fue posible algo impensable: comenzaron a surgir arrepentidos en el bando perdedor. Sobre todo uno hizo historia, el capo Tommaso Buscetta, detenido en Brasil en 1984 y que aceptó hablar con Falcone. “Nosotros teníamos las piezas del mosaico, pero no conocíamos el dibujo y no sabíamos donde ponerlas. Buscetta nos dio el dibujo de la organización, de las reglas internas”, señala Ayala. Se lo volvió a encontrar en 1993, cuando Buscetta fue a la comisión parlamentaria antimafia. “En una pausa para un café se me acercó y me dijo: ‘No sé cómo se lo tomará, pero yo siento una gran necesidad de estrechar su mano, porque en su mano, imagino, está también la mano de Falcone’. Y nos dimos la mano”.

El maxiprocesso fue un momento histórico, se construyó un gran búnker para el juicio, con decenas de celdas en torno para los procesados, 475 mafiosos. En sus conclusiones finales, Ayala habló ocho sesiones seguidas. “El juez me dijo que podía sentarme si quería, pero tenía delante todos esos mafiosos y me pareció que tenía que hacerlo de pie”, relata. “El día que terminé descubrí la importancia de la adrenalina, que evidentemente me había mantenido en pie, porque cuando me senté y acabó el juicio me di cuenta de que no me podía levantar. Esperé que la sala se quedara vacía y me sacaron dos carabinieri, no podía caminar. Estaba contento, había hecho una acusación sin precedentes. Todavía hoy me da escalofríos pensarlo y no sé cómo lo hice”.

Siguió una histórica condena que fue una hecatombe para la mafia. Los Corleoneses esperaban poder darle la vuelta en la apelación, pero la sentencia fue definitiva en enero de 1992. Para entonces, el panorama en Palermo había cambiado mucho. El pool se deshizo tras la primera condena, en 1987, porque su responsable, Antonino Caponetto, pensó que ya había hecho su trabajo y se jubiló. Se dio por hecho que le sustituiría Falcone, pero entonces empezaron las zancadillas internas, en la magistratura, en las instituciones, y su progresivo aislamiento. El nuevo jefe desmontó el equipo. Falcone y Borsellino se fueron, uno con cargos públicos en Roma, el otro cambió de destino en Sicilia. Ayala vio cómo de un día para otro empezaron a dejarle en la mesa montañas de expedientes de asuntos banales. “Me marginaron completamente. Estaba acostumbrado a encontrar enormes archivos de procesos de mafia y me vi allí dedicado a los fraudes en las facturas de la luz”. Acabó dejando la fiscalía y entró en política en 1992.

Cuando se confirmó la gran sentencia contra la mafia en enero de 1992, Cosa Nostra comenzó a vengarse, y también actuó contra quienes creía que desde el Estado no habían cumplido sus pactos con ellos. Falcone fue asesinado el 23 de mayo de 1992, la mafia voló la autopista a su paso, cuando iba del aeropuerto a Palermo. Borsellino, el 19 de julio, con un coche bomba en la puerta de casa de su madre, a la que iba a visitar.

Ayala tenía que haber cogido el vuelo a Palermo con Falcone aquel día, pero al final cambió de plan. “Si no, habría ido en ese coche”, admite. Además, confiesa que arrastra un extraño sentimiento de culpa, porque Falcone ese día iba conduciendo, a veces lo hacía él, y el chófer ese día se sentó atrás y se salvó: “Y es que fui yo quien empezó a hacer eso, a conducir yo mismo, se lo pedí al ministro y me autorizó. Y al verlo, Giovanni también lo pidió, pero no lo habría hecho si no lo hago yo. Y esto me pesa como si fuera culpa mía”. Hay muchas preguntas sin contestar sobre este atentado: cómo supo la mafia que Falcone ese día iba a Palermo, de dónde sacó tal cantidad de explosivo, quién accedió esa noche al ordenador del magistrado y borró datos.

Los coches donde viajaban el juez Giovanni Falcone y su escolta, tras el atentado en la autopista del aeropuerto de Palermo el 23 de mayo de 1992.
Los coches donde viajaban el juez Giovanni Falcone y su escolta, tras el atentado en la autopista del aeropuerto de Palermo el 23 de mayo de 1992.

El día del atentado a Borsellino, uno de los primeros en llegar al lugar fue Ayala, que vivía al lado. Con el tiempo, paradójicamente, esto se ha convertido en un asunto polémico para él: tuvo en sus manos el maletín de Borsellino, que había quedado en su coche, donde estaba la famosa agenda roja en la que apuntaba todo y, se supone, los secretos que había ido descubriendo sobre las complicidades de mafia y política. Pero esa agenda desapareció.

Ayala ha dado versiones discordantes de lo que pasó, y esto le ha acarreado críticas, en un caso rodeado de cosas muy extrañas. “Mire, yo he intentado contribuir a la verdad, y podía haber dicho que no recordaba nada, pero la sustancia de mi declaración es clara, tuve el maletín por un momento y se lo di a un oficial. Los detalles no los recuerdo, pero me gustaría ver a cualquiera en mi lugar. Porque al llegar, momentos antes, tropecé con algo, y al agacharme vi que era el tronco carbonizado de una persona, sin brazos, sin piernas, y me di cuenta de que era Paolo. Me gustaría saber si alguien en mi lugar tendría un recuerdo lúcido. Luego sobre esto se han construido las habituales polémicas, los habituales venenos”.

El atentado a Borsellino es otro gran misterio. Los culpables fueron condenados, pero la versión oficial se derrumbó en 2008 con un increíble giro de guion. Un arrepentido confesó que participó en el atentado y que los procesados eran inocentes. Todo había sido un montaje. La investigación tuvo que volver a empezar de cero, y aún sigue abierta en 2025. Ayala se ve de vez en cuando en Palermo con los otros dos jueces del pool que siguen vivos, Leonardo Guarnotta y Giuseppe Di Lello. “Nos decimos que somos supervivientes, porque por suerte pararon”. La terrible cadena de atentados de 1992 dio un salto cualitativo en 1993 con dos elementos inéditos: atentados contra el patrimonio artístico y fuera de Sicilia. “Esta es la confirmación de que no era solo la mafia, porque era una novedad absoluta, qué le podía importar a Totò Riina de un atentado en los Uffizi… Esta fase de 1993 es absolutamente atípica”, reflexiona. La mafia de pronto se detuvo en 1994, cuando cayó toda la clase política italiana y llegó una nueva, con Silvio Berlusconi y nuevos partidos. “Probablemente la mafia decidió parar para intentar establecer nuevas relaciones con la política, como siempre ha hecho”, opina Ayala. ¿Sabremos algún día la verdad? “Tenemos que creerlo, y yo espero estar ese día, pero por motivos biológicos no estoy seguro de estar”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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