Un enorme complejo de baños termales en una lujosa casa privada, el último descubrimiento de Pompeya
La construcción está situada dentro de una ‘domus’, junto a un salón de banquetes
La descomunal máquina del tiempo que es Pompeya no solo no se detiene, sino que aún es capaz de sorprender sobremanera. Lo demuestra el último hallazgo de los arqueólogos en el yacimiento: un enorme complejo de baños termales, situados dentro de una domus privada y que son de los más grandes que se han encontrado hasta el momento en la antigua ciudad arrasada por la furia del Vesubio en el año 79.
Este hallazgo, con sus correspondientes enormes piscinas de agua caliente, templada y fría (calidarium, tepidarium, frigidarium) y su vestuario (apodyterium), llevaba casi 2.000 años oculto sepultado bajo capas de ceniza y material volcánico.
El complejo de baños termales, que a juzgar por el tamaño de los bancos del vestuario podía albergar a unas 30 personas, tenía las paredes decoradas con exquisitas pinturas de figuras de atletas y escenas de la guerra de Troya y se encontraba dentro de una domus romana privada que probablemente perteneció a un hombre muy rico que se dedicaba a la política. Es particularmente impresionante la sala fría, rodeada por un peristilo, un patio porticado de 10 x 10 metros, en cuyo centro hay una gran piscina. A las termas se accedía atravesando un pequeño pasillo desde un lujoso salón de banquetes que se dio a conocer hace unos meses, conocido como el “salón negro”, por el color de los muros.
En las mismas excavaciones hace unos meses los arqueólogos encontraron también dos esqueletos que pertenecieron a una mujer de entre 35 y 50 años, que llevaba consigo joyas y monedas de oro cuando la sorprendió la erupción y a un hombre mas joven, de entre 20 y 30 años. Ambos estaban dentro de una pequeña habitación de servicio en la que probablemente trataron de protegerse, en vano, de la lluvia de cenizas y material volcánico y en la que en poco tiempo quedaron atrapados. La mujer apareció en posición fetal sobre una cama rodeada por un pequeño botín de monedas de oro, plata y bronce y por pendientes y otras joyas.
El estado de conservación de las termas, como suele ocurrir en Pompeya, es excepcional, lo que permite imaginar sin mayor dificultad cómo transcurrían las veladas en aquella fastuosa casa romana. Los restos de la ciudad arrasada por un tsunami de gases volcánicos y rocas incandescentes han quedado como congelados en el tiempo protegidos bajo toneladas de ceniza. Y en alguna ocasión, como esta, invitan a pensar de forma sugestiva que sus pobladores abandonaron la escena hace solo unos minutos.
Los arqueólogos recuerdan que estos banquetes multitudinarios en la sociedad de la época tenían una función determinada que trascendía el ámbito que hoy definimos como “privado” en el sentido estricto. Eran una buena ocasión para el anfitrión para asegurarse el apoyo electoral de sus invitados o para promocionar su candidatura entre amigos o parientes, cerrar negocios o simplemente para afirmar su estatus social, como señalan desde el Parque arqueológico de Pompeya.
Los asistentes primero tomaban un baño relajante en las diferentes piscinas, también para entrar en calor, mientras conversaban entre ellos y después pasaban al gran salón, donde degustaban manjares como pescados, mariscos o piezas de caza mientras músicos, pantomimas y bailarines actuaban entre plato y plato.
Con la comodidad de que todo se hacía en la misma vivienda. “Este descubrimiento es un ejemplo de cómo la domus romana servía de escenario para el espectáculo de arte y cultura que el propietario escenificaba para ganar votos o ganarse la simpatía de los invitados”, valora el director del Parque arqueológico de Pompeya, Gabriel Zuchtriegel.
Los estudiosos creen que es probable que los invitados habituales fueran los amigos más íntimos del anfitrión, pero también, ciudadanos menos pudientes, libertos o clientes de diversa índole, en suma, individuos separados por una brecha económica. Posiblemente, el dueño invitaba a estas personas más humildes, que tal vez frecuentaban los baños públicos, pero que rara vez tenían ocasión de acudir a la casa de alguien que poseyera un balneario privado, con la intención de conseguir sus votos.
La domus en cuestión ocupaba la parte sur de la ínsula 10 de área Regio IX, donde todavía se está llevando a cabo la última tanda de excavaciones, y debió de pertenecer a un personaje importante de la sociedad local. Las paredes decoradas en los estilos pompeyanos de pintura segundo y tercero, los más elaborados y a los que pertenecen las pinturas más destacadas de la urbe romana, demuestran que tuvo una importante historia detrás.
Seguramente el propietario de esta vivienda debió de pertenecer a la élite de la ciudad en sus últimas décadas de vida y, por ello, sintió la necesidad de habilitar en su casa un espacio para albergar a numerosas personas, a las que ofrecía ricos banquetes y la oportunidad de bañarse y relajarse en las termas.
Los arqueólogos sospechan que la lujosa casa romana pudo pertenecer a un hombre llamado Aulus Rustius Verus, conocido por una serie de inscripciones electorales encontradas en la zona que lo proponen como edil, un cargo que en la Antigua Roma se ocupaba de las obras públicas. “Todo estaba pensado para la puesta en escena de un ‘espectáculo’, en cuyo centro estaba el propio propietario”, ha señalado Gabriel Zuchtriegel. Y ha explicado: “Los cuadros del tercer estilo con temas de la guerra de Troya, los atletas del peristilo... todo debía conferir a los espacios una atmósfera de griego, es decir, de cultura, erudición y también de ociosidad”. El imponente ‘salón negro’ debía transportar a los invitados a un palacio griego y el peristilo, con la gran piscina en el centro y el complejo de baños al lado, tenía la función de crear un ambiente de palestra griega. De este modo, el público, agradecido y hambriento, aplaudía con sincera admiración el espectáculo orquestado por el anfitrión y, tras una velada en su ‘gimnasio’, hablaba de ello durante mucho tiempo”.
Los expertos del yacimiento de Pompeya rememoran la carta de Cicerón a su amigo Atticus, en la que habla de que quiere instalar en el gimnasio de su villa determinadas esculturas atléticas adecuadas para este espacio y explica la intención de este tipo de decoración para crear “una especie de falsa Grecia en el patio trasero que obviamente no tiene nada que ver con la palestra griega en su forma y función originales”, pero que sirve para crear esa atmósfera erudita particular. “Todo es un juego, un espectáculo. Lo que cuenta es el ambiente en el que los invitados se sumergen una noche, entre baños calientes y vino de Campania. Al fin y al cabo, ‘la vida es un teatro’, como se decía entonces”, señalan los investigadores en su estudio.
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