Beatriz Serrano, finalista del premio Planeta: “Todo nos traspasa, nada se nos queda”
La periodista de EL PAÍS propone una historia poco habitual en la historia del galardón: tribus urbanas, casas okupas y chats noventeros. “¡Ahora eres ‘establishment’!”, le espeta Guillermo Alonso, su compañero de ‘podcast’
Cuando el pasado 15 de octubre la escritora Beatriz Serrano (Madrid, 36 años) subió a recoger su premio como finalista del Planeta (que ganó Paloma Sánchez-Garnica) y, en presencia de los Reyes de España, empezó a hablar de la influencia de Chuck Palahniuk, del asesino Charles Manson, de la banda de oscuro postpunk Joy Division y de una niña protagonista que utiliza sus poderes sobrenaturales para matar a una compañera del cole, algún invitado escéptico con el premio dejó de mascar el postre, levantó la ceja y dijo: “Pero, ¿quién es esa tipa? ¡Eso lo tenemos que leer!”.
En efecto, las referencias contraculturales (y el sadismo escolar) no concordaban con las líneas habituales de un galardón enfocado a la literatura más mainstream, normalmente centrada en temas policiacos, amorosos o históricos para ser consumida y regalada en masa.
Fuego en la garganta es el camino de iniciación de una chica gótica que crece en Valencia, aunque buena parte de la trama sucede en un chat de internet: el escritor Juan Eslava Galán, miembro del jurado, destacó la modernidad de esta intersección entre la literatura y la tecnología, aunque cada vez es más común. Por ejemplo, buena parte de la monumental Los escorpiones (Lumen), de Sara Barquinero, transcurre en foros de internet. Aquí Blanca se enfrenta, acompañada de sus amigas digitales, a las aventuras del crecer cuando tu madre te ha abandonado y cuando, parece ser, puedes obrar “milagros” al sentir un potente ardor que se te sube por el cuello.
Una parte de la novela sucede en los madrileños barrios de Vallecas, así que Serrano, periodista de EL PAÍS ahora en excedencia, ha elegido citarse allí para la entrevista. Había propuesto un bar llamado El Chascarrillo (“Que llevan unas punkis muy majas”) pero está cerrado, así que opta por otro de solemne nombre, La Catedral de León; un nombre que engaña sobre sus dimensiones mínimas. Serrano pide un vaso de agua, que ya ha tomado mucho café, y se lo sirven con un hielo y un limón: lujos de barrio obrero.
“Mi vida no tiene sentido desde el 15 de octubre”, dice con el primer trago. “Estoy bien, he dejado de tener una preocupación: la cuestión económica”. La finalista del Premio Planeta se lleva 200.000 euros, la ganadora un millón. Serrano se presentó por lo crematístico, aunque en el momento de la entrevista aún no ha cobrado: por ahora solo es rica mentalmente.
Ella se descacharra: “He pasado de tener una vida normal a que todo explote por los aires”. Y eso que con su anterior novela, El descontento (Temas de Hoy), ya había cosechado notable éxito ahondando en los absurdos y sinsabores del trabajo, cabalgando los trabajos de mierda que teorizó el antropólogo anarquista David Graeber, entre sesiones de team building y afterwork. Pero la maquinaria promocional del Planeta tiene otra dimensión, y ahora se encuentra embarcada en una larga gira de presentaciones por todas partes. Y hasta 12 entrevistas diarias.
“¿Cómo hemos llegado a un momento tan solitario, aparentemente hiperconectado, pero en el que la gente está tan aislada en sus propias casas? ¿Cómo hemos llegado a permitir que internet nos consuma de esta forma?”, son las preguntas que Serrano se hizo tras publicar El descontento y que le llevaron a su nueva novela. Así decidió ponerse a bucear en los inicios de la popularización de internet a finales de los noventa y a comienzos de este siglo. Y, paralelamente, a explorar esos momentos que van de la infancia a la edad adulta, lo que en literatura suele llamarse coming of age o bildungsroman, género en el que se puede enmarcar la primera parte de Fuego en la garganta.
La acción transcurre en el cambio de siglo, por el interés de la autora en que se reflejaran hechos históricos como el efecto 2.000 (que amenazaba con derrumbar el sistema informático mundial y que al final no tuvo lugar) o el atentado a las Torres Gemelas, que las protagonistas presencian por la tele desde una cafetería de la cadena VIPS. “Pero, sobre todo, reflejar aquel internet de descubrimiento que llegaba a nuestras casas, antes de YouTube o las redes sociales, un internet más inocente, sin tanta hostilidad, que siempre fue el refugio de las personas solitarias”, dice Serrano. “El tiempo estaba más ralentizado, ahora todo ocurre más deprisa”, añade, recordando cómo, por ejemplo, el impacto del crimen de las niñas de Alcàsser se extendió durante varios años e influyó en la adolescencia de muchas mujeres a la hora de hacer vida nocturna en Valencia. Hoy quizás lo olvidásemos en un par de días.
El presente es muy desagradable
¿Es un ejercicio de nostalgia? “No sé si soy nostálgica, pero los tiempos lo son, quizás porque el presente es más desagradable. Pero creo que todas las generaciones han sentido nostalgia del pasado, es fácil sentir nostalgia de la niñez, cuando estabas protegido. Ahora se ve nostalgia incluso del franquismo”, dice la escritora. De lo que sí dice tener nostalgia es del tejido social comunitario de los barrios: aunque sus padres son madrileños, su infancia transcurrió en Parque Alcosa, una zona obrera, parecida a Vallecas, perteneciente a Alfafar (por cierto, uno de los epicentros de la catástrofe de la dana), lo que también le hizo querer explorar en su escritura esos momentos en que los niños perciben con sorpresa la desigualdad, el hecho inexplicable para la mente infantil de que unos tienen mucho y otros tienen poco. “Son cosas que los niños del barrio de Salamanca no experimentan hasta que van a un campamento de verano”, dice Serrano.
También está la nostalgia de aquel sentimiento de comunidad, entre bloques de viviendas para familias trabajadoras, que no ha conocido en su etapa adulta “viviendo de alquiler en todas partes: ¿No deberían los centros de las ciudades ser habitables para sus habitantes?”. Por cierto, Serrano ha conocido los horrores de la dana de casi primera mano: su madre reside en esa calle que quedó repleta de coches amontonados en una de las primeras y más notorias fotos que se publicaron, una imagen que muchos juzgaron obra de la inteligencia artificial, pero que era real. Se salvó porque fue avisada del caos por sus vecinas, que le enviaron vídeos, y pasó la noche en el trabajo. Nadie más le había alertado.
Los noventa también fueron tiempo de las tribus urbanas, de cuya evolución daban puntual cuenta publicaciones como El País de las Tentaciones, y cuya diversidad actual no está tan definida. “A través del aspecto y de los gustos culturales te ibas construyendo una personalidad, casi a la contra, como hace mi protagonista, en esa etapa en la que además hay cambios enormes: es como una coraza contra el mundo”, dice la autora. “Pero es que ya no hay tribus urbanas y eso me da mucha pena: ahora todo es un pastiche. Todo nos traspasa, nada se nos queda”.
Los procesos de ansiedad, muchas veces materializados en el consumo de benzodiacepinas (el orfidal), son comunes en la obra de Serrano. “Hay muchas personas que están verbalizando lo que les pasa, pidiendo ayuda, y nadie les hace caso”, dice la escritora, “y este es un grave problema que tenemos en este país”. Los datos corroboran la dimensión del problema en cuanto al consumo de ansiolíticos, categoría en la que España es campeona del mundo, según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes.
Un ‘podcast’ irreverente
Serrano se pregunta si es una cuestión genética de lo español o, más bien, se trata de una sanidad pública insuficiente, de la inestabilidad y presión de los trabajos, de los precios desorbitados de los alquileres, es decir, de que todo está muy mal. “Lo que nos quita el sueño son cosas muy concretas”, dice la autora. En tiempos de incomprensión del fenómeno de la ocupación, Serrano tiene el conocimiento y el temple para dejar en buen lugar en su novela a un centro social okupado, en el que uno de los personajes encuentra un apoyo, entre jipis, punks y anarquistas, sobre el que luchar contra su alienación vital.
Como todo está muy mal, Serrano muestra su parte más irreverente en el podcast Arsénico caviar (Podium Podcast) que realiza con el también periodista de EL PAÍS Guillermo Alonso. Empezaron con poca fe, pero la cosa creció hasta ser galardonados con un premio Ondas al mejor podcast conversacional. Ahí arremeten, fundamentalmente, contra todo aquello que odian del tardocapitalismo, que no es poco, sueltan vitriolo con mucho humor, en una exitosa mezcla de hipercrítica y esnobismo. Y muestran que la incorrección política no es solo patrimonio de la ultraderecha. Hasta hicieron un programa contra “lo que ha hecho Beatriz”, es decir, ser finalista del Planeta. Tenían miedo de que numeroso público, atraído por el premio, llegase a su podcast heterodoxo, y encontrase lo que no esperaba.
“¿Se puede saber con qué cara, ahora que eres parte del establishment más recalcitrante, más comercial, más mainstream, vamos a hacer este podcast en el que nos dedicamos a decir que todo está mal, que solo queremos beber, drogarnos, irnos a dormir porque no soportamos el tardocapitalismo? ¡Y ahora el tardocapitalismo eres tú!”, le espetó Alonso entre risas.
Babelia
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