Los deportados españoles del Tren Fantasma: una odisea de la II Guerra Mundial
Hacinados en vagones de ganado, soportando el calor de uno de los veranos más extremos y sometidos a la crueldad de sus guardianes, 723 prisioneros atravesaron una Francia en la que se desarrollaban los combates por su liberación. Un tercio de ellos eran republicanos españoles
Tras las primeras semanas de combates que siguieron al desembarco aliado en Normandía, los responsables de la ocupación alemana en Francia dieron la orden de deportar a Alemania a todos aquellos prisioneros que pudieran estar relacionados con la Resistencia. De esta manera, el 3 de julio de 1944 partió de Toulouse uno de estos convoyes que tardó nada menos que ocho semanas en completar los aproximadamente 1.400 kilómetros que le separaban del campo de concentración de Dachau, en las inmediaciones de Múnich. Hacinados en vagones de ganado, soportando el calor de uno de los veranos más extremos que se recordaban, sometidos a la crueldad de sus guardianes, y expuestos a los ataques de la aviación aliada y a los intentos de sabotaje de la resistencia que pretendía impedir su paso, 723 prisioneros se vieron obligados a atravesar una Francia caótica en la que se desarrollaban los combates por su liberación. Un tercio de ellos eran republicanos españoles.
Cuando se acaban de cumplir ochenta años de lo que el historiador alemán Johannes Meerwald ha calificado como una “odisea sin precedentes”, este lunes 14 de octubre se van a reunir en Madrid familiares de aquellos españoles deportados a Dachau en el llamado Tren Fantasma, convocados por Cristina Cristóbal, secretaria general del Comité Internacional de Dachau y presidenta de la asociación Amical Dachau.
El 28 de agosto de 1944, otro español, Juan Martorell, que había sido deportado a Dachau apenas dos meses antes, fue testigo de la llegada del Tren Fantasma al campo alemán: “Poco antes de la liberación llegó un convoy particular compuesto de mutilados de la guerra de España procedentes del campo de Vernet y otros campos. Llegaron allí en una situación lamentable: más de la mitad murió por el camino, y los supervivientes estaban horrorizados. No comprendíamos por qué los alemanes no los habían matado antes”.
A Damien Macome, uno de los líderes de la Resistencia en la zona de Montepellier, le había causado una profunda impresión la imagen de los viejos, los enfermos y los mutilados españoles embarcando en el tren en Toulouse, lo que le hizo pensar en espectros. De ahí vendría, según el periodista suizo Jürg Altwegg, el nombre de Tren Fantasma con el que el convoy pasaría a la historia. Sin embargo, parece más acertada la versión que sobre esta denominación dio la deportada española Conchita Ramos al narrar sus recuerdos a bordo: “Aquel tren desaparecía y volvía a aparecer. Lo ametrallaron los norteamericanos y también fue atacado por los maquis. Hacían saltar las vías del ferrocarril para liberar el tren, para que no llegara a Alemania, pero no lo consiguieron. En ocasiones nos hacían andar unos kilómetros para reanudar el transporte. […] A veces, pasábamos ocho días en una estación porque no se podía avanzar, pues las vías estaban cortadas”.
La intención del teniente alemán que iba al mando, cuya identidad no está clara —su apellido era Schuster para unos; Baumgartner, para otros— era dirigirse a París, para desde allí alcanzar la frontera.
Al día siguiente de la partida y tras superar Burdeos, el convoy estaba detenido en la pequeña estación de Parcoul-Medillac, a unos sesenta kilómetros al sur de Angulema, cuando cinco aviones de combate aliados sobrevolaron el tren. Ante la amenaza, los guardias alemanes huyeron para esconderse, dejando a los prisioneros encerrados en los vagones. Al cabo de unos minutos, uno de los aviones volvió y ametralló la locomotora, destruyéndola. En la acción murieron tres prisioneros y varios resultaron heridos de gravedad, siendo atendidos por los doctores españoles Juan Van Dyk y Vicente Parra. Este último había participado en la Guerra Civil como capitán médico de la Guardia de Asalto y, al pasar a Francia en la Retirada, fue recluido en el campo de Argeles-sur-Mer, siendo inicialmente el único médico entre los cien mil españoles allí retenidos. Pasó después por otros campos hasta llegar al de Vernet de Ariège, en el que se hizo cargo de los servicios sanitarios. Sobrevivió al internamiento en Dachau, donde fue representante de los españoles en el Comité Internacional organizado por los prisioneros del campo.
Tras el ataque aéreo, el convoy quedó detenido hasta que se consiguió sustituir la locomotora. Los prisioneros hubieron de permanecer en los vagones sin apenas espacio para poder sentarse, soportando el calor agobiante, la falta de agua y de comida, y unas condiciones higiénicas lamentables.
Reanudada la marcha, el 8 de julio el tren llegaba a Angulema. La estación, bombardeada por los aliados, ofrecía un aspecto dantesco y, ante la imposibilidad de continuar hacia París, el comandante alemán decidió regresar a Burdeos. Allí llegaron el 9 de julio y, tras permanecer los deportados encerrados en los vagones tres días, los hombres fueron llevados a la Gran Sinagoga, que se había habilitado como centro de detención, mientras que las mujeres fueron conducidas a la prisión militar de la ciudad.
Debatiéndose entre las duras condiciones del encierro y la esperanza de ser liberados, permanecieron en Burdeos hasta el 9 de agosto. Ese día fueron despertados de madrugada y conducidos a la estación. El tren volvió hacia Toulouse pero, sin detenerse allí, continuó hacia el valle del Ródano con la intención de remontarlo para poder llegar a Alemania. No iba a ser fácil porque los aliados, preparando un nuevo desembarco en el sur de Francia, habían destruido casi totalmente los puentes que permitían cruzar el río.
El 13 de agosto el tren llegó a Remoulins, a mitad de camino entre Nimes y Aviñón, y allí permaneció detenido cinco días. El día 15 llegó la noticia del desembarco aliado en la costa de la Provenza y con ella renacieron las esperanzas entre los prisioneros, pero el día 18 se dio la orden de que el convoy se pusiera de nuevo en marcha. En la estación de Roquemaure, los que no podían caminar fueron evacuados en un furgón. Poco después, el teniente alemán detuvo el tren en una trinchera rocosa junto al Ródano y el resto de prisioneros fueron obligados a bajarse y a caminar hacia el río. La única solución que había encontrado el teniente fue la de cruzar el Ródano andando por un viejo puente que apenas se mantenía en pie. El superviviente español Pedro Serrano contó cómo lo pasaron: “Se había derrumbado todo un lateral, las tablas de madera se inclinaban peligrosamente, sujetas solo por el lado derecho, y faltaban algunas. O cruzábamos o caíamos al agua desde gran altura. Los alemanes nos amenazaban y vigilaban el paso apuntándonos con sus armas. Al final todos conseguimos pasar, haciendo mil acrobacias”.
Superado el río, afrontaron una larga marcha de once horas que, atravesando los viñedos de la zona, les llevó a Sorgues, a nueve kilómetros al norte de Aviñón. La aviación aliada sobrevolaba la columna, pero al ver que se trataba de prisioneros, no atacó. Cientos de vecinos fueron testigos del paso de los deportados, lo que dejó un impacto profundo en la población, donde años después se fundaría una asociación que en 1998 erigió un memorial y que anualmente organiza una marcha conmemorativa.
En la estación de Sorgues, el teniente había conseguido reunir un nuevo convoy que se puso en marcha antes del amanecer del 19 de agosto rumbo a Lyon. A las diez se detuvo en la pequeña estación de Pierrelatte y, mientras los prisioneros esperaban a que les abrieran las puertas, aviones aliados atacaron el tren, ametrallándolo dos veces. Los alemanes huyeron o se escondieron debajo de los vagones. Para hacerse ver, los prisioneros sacaron por las ventanas prendas azules, blancas y rojas, los colores de la bandera francesa. Los pilotos detuvieron el ataque, pero las bajas fueron numerosas. Tan solo en uno de los primeros vagones hubo nueve muertos y una docena de heridos. Estos fueron atendidos de nuevo por los doctores españoles, ayudados en esta ocasión por el médico de Pierrelatte, Gustave Jaume, quien intentó convencer a Vicente Parra de que aprovechara la ocasión para evadirse, lo que este rechazó.
Dos días después, el tren hubo de detenerse junto al puente del río Drome, que también había sido destruido. Los prisioneros fueron obligados a bajar y a cruzarlo andando, cargando con todos los equipajes y pertrechos de los alemanes. En esa operación les sorprendió un nuevo ataque aéreo pero los pilotos no vieron que al otro lado del Drome, escondido entre unos árboles, esperaba un nuevo convoy, abordo del cual llegaron a Lyon el 22 de agosto. A partir de aquí, los intentos de la Resistencia de detener el tren se intensificaron, pero ninguno tuvo éxito. Alemania cada vez estaba más cerca y las fugas se hicieron más frecuentes. Para escapar, los prisioneros levantaban tablones de madera del suelo de los vagones con herramientas improvisadas y se dejaban caer a la vía cuando el convoy aminoraba la marcha. Era una maniobra muy peligrosa y, aunque muchos consiguieron salir ilesos, otros murieron arrollados o resultaron gravemente heridos.
Tras algunos incidentes más, la noche del 26 de agosto el tren cruzaba la frontera y llegaba a Sarrebrücken para dos días después finalizar su trayecto en Dachau. Doscientos sesenta y tres de los prisioneros deportados en el Tren Fantasma eran españoles, la mayoría exiliados en Francia desde la derrota de la República. Entre ellos había nueve mujeres que desde Dachau fueron conducidas al campo de Ravensbruck.
Una parte de estos españoles, los enfermos, los inválidos y los mutilados de la guerra, llevaban internados desde 1939 en los campos franceses. De estos largos años de encierro previos a la deportación se conservan algunos testimonios de gran interés, como la extensa correspondencia que el sepulvedano Fermín Cristóbal, funcionario de la Diputación de Segovia, mantuvo con su familia. Otros, habían perdido su permiso de residencia y habían sido internados igualmente en los campos, o habían sido detenidos y encarcelados en la prisión de Saint Michel de Toulouse por colaborar con la Resistencia, como fue el caso de Generosa Cortina, que junto a su marido Jaume Soldevilla, participó activamente en la red Ponzán, que facilitó el paso de la frontera española a más de tres mil personas que huían del nazismo. Cortina sobrevivió a la deportación, al internamiento en Ravensbruck y a las Marchas de la muerte. Finalizada la guerra, recibió la medalla de la Libertad de los Estados Unidos y la Cruz de Caballero de la Legión de Honor francesa.
Sesenta y ocho de los españoles del Tren Fantasma no llegaron a Alemania. La mayor parte de ellos consiguieron evadirse, pero cuatro murieron, trece desaparecieron y uno fue liberado tras ser herido de gravedad en uno de los ataques de la aviación aliada. De los que llegaron, solo sobrevivieron ciento veinticinco. La mayoría de los que murieron en Dachau fueron víctimas de la gran epidemia de tifus que asoló el campo en aquel duro invierno de 1945.
Entre los deportados españoles de más edad, destacaba un grupo de oficiales de alta graduación del Ejército Popular de la República, entre ellos los coroneles César Blasco, Carlos Redondo y Jesús Velasco —este último profesor de Franco en la Academia de Infantería—, y los tenientes coroneles Eleuterio Díaz-Tendero —fundador en 1934 de la Unión de Militares Republicanos Antifascistas, y que en los primeros meses de la Guerra dirigió el Gabinete de Información y Control del Ejército republicano, del que luego sería su jefe de Personal hasta la caída de Cataluña—, Fernando Salavera y José García-Miranda, el único de ellos que sobrevivió a los campos nazis.
El italiano Francesco Fausto Nitti, viejo luchador contra el fascismo que había huido en 1929 de la isla de Lípari, en la que había sido recluido por su oposición a Mussolini, y que después luchó por la República española al mando de un batallón de la 153º Brigada Mixta, también figuraba entre los deportados, aunque consiguió fugarse lanzándose del tren en marcha un día antes de llegar a la frontera alemana. Cuando publicó su libro Ocho caballos. Setenta hombres (Toulouse, 1945), en el que narraba la odisea que vivió a bordo del Tren Fantasma, todavía no se había producido la liberación de Dachau por las tropas americanas (29 de abril de 1945). En su libro, Nitti manifestaba su admiración hacia aquel grupo de oficiales españoles por “su alta moral, su dignidad y el valor con el que afrontaban todas estas pruebas, a pesar de su edad y de su mala salud”.
En el documental Los resistentes del Tren Fantasma, realizado en 2016 por el escritor Guy Scarpetta, nieto de un deportado italiano que iba en él, se reivindicaba el papel desempeñado a favor de la liberación de Francia por “personas de otros lugares, inmigrantes que a menudo habían huido de las dictaduras y que lucharon para liberar a su país de acogida”, afirmando en este sentido que “más de doscientos resistentes de origen español del campo de Vernet iban en el tren durante todo su trayecto, la mayoría de ellos pertenecientes a grupos guerrilleros poco conocidos cuya acción fue decisiva en la lucha por la liberación del territorio, especialmente en la región de Toulouse y los departamentos pirenaicos”.
La participación de este grupo españoles en la Resistencia, bien documentada en en los archivos del Service historique de la Défense, en Vincennes, no había sido tenida en cuenta en trabajos precedentes sobre el Tren Fantasma, como el citado de Altwegg. Incluso muchos de aquellos considerados inútiles —los viejos, los enfermos y los mutilados cuya visión tanto impacto causó al ser embarcados en el tren y a su llegada a Dachau— habían venido desarrollando su labor de resistentes desde dentro de los campos en los que estaban internados. El periodista salmantino Mariano San Ildefonso publicó su experiencia en 1951 en un libro titulado Dachau. Hubo novedades en el frente, publicado por entregas en el diario El Tiempo de Bogotá, y recopiladas por su familia en un libro editado en España en 2007. En él narraba la participación en la Resistencia de los españoles del campo de Noé, a cuarenta kilómetros de Toulouse, comandados por el teniente coronel Díaz-Tendero, como jefe de la 3ª Brigada de Guerrilleros del Ariège.
El colofón que evidencia el espíritu combativo e inquebrantable de aquellos exiliados republicanos comprometidos en la lucha contra el fascismo, lo pusieron un puñado de los evadidos del Tren Fantasma, que tras su fuga se reincorporaron al combate por la liberación de Francia y, en el otoño de 1944, participaron en la llamada Operación Reconquista de España, cuya acción principal fue la fracasada invasión del Valle de Arán.
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