Aquel verano de... Samantha Hudson: cuando hice las paces con el pasado
La ‘influencer’ y cantante de 24 años recuerda que en 2022 se estrenó en el Sónar y lo enfrenta al ‘bullying’ de sus veranos infantiles donde lo veían como “travesti de una rústica comarca leonesa”
Sábado, 17 de junio de 2022, Barcelona, festival Sónar. Es mi primera vez en un festival internacional. De hecho, es mi primera vez en un festival en general, pues a mis 22 años nunca he vivido esa experiencia, ni siquiera como público. Estoy detrás del escenario y falta media hora para estrenar un ambicioso show nuevo diseñado especialmente para esta ocasión. Mis bailarinas llevan a cabo unos estiramientos que ya habrían servido de puesta en escena. A lo lejos se escucha el clamor del público, a pesar de que aún no han abierto el acceso a la pista. Mi manager, Gemma del Valle, nos comunica que la organización ha decidido adelantar nuestra actuación, porque el gentío es tan desorbitado que necesitan abrir las puertas para evitar tamaña aglomeración en la entrada. Mientras me colocan los inears [auriculares] y los técnicos corren a ocupar sus puestos, todo se queda en silencio, y el frenesí que anticipaba mi salida desaparece de mi mente. De pronto, me viene a la cabeza un carrusel de imágenes protagonizado por la Samantha del pasado...
Recordé aquellos veranos en el pueblo de mis abuelos, en León. Una aldea bucólica al abrigo de un hermoso valle donde acontecían mis supuestas vacaciones escolares. Y digo supuestas porque ningún entorno resultaba completamente vacacional para un adolescente gordo, amanerado y que caminaba por la vida con los ademanes de Jessica Rabbit. Podía parecer que ser el mariquita del colegio era una tortura, pero aquello resultaba una caricia comparado con ser el travesti de una rústica comarca leonesa. El periodo estival, lejos de concederme una tregua de la marginal vida escolar de una “disidenta”, se convertía en un infierno ataviado de cielos limpios y lavandas donde una caterva de niños feroces tomaba el relevo de mis compañeros de clase, dispuestos a vomitarme toda clase de insultos y hacerme entender a través de la violencia que mi existencia era un problema. Escupitajos, empujones, disparos con pistolas de balines, comentarios ofensivos sobre mi peso, mi voz, mi género, mis preferencias sexuales. Incluso recuerdo una vez que atravesaron un sapo enorme con un palo puntiagudo y me persiguieron sin descanso hasta arrinconarme en una esquina para aporrearme con ese funesto espeto de anfibio. Yo no sabía si sentía más pena por mí o por aquel pobre animal que agonizaba lentamente solo para que la transfobia campara a sus anchas.
Recordé aquellos veranos en el pueblo, donde mi único consuelo frente a tanta injusticia adolescente era abrazarme a las faldas de mi abuela, cobijándome en sus brazos y sintiendo su calor mientras deseaba que nunca supiera quién era yo realmente, pues en el fondo sabía que sus ideales desfasados y su moral intransigente iban a borrar ese amor reconfortante que me propiciaban sus rosquillas. Después de todo, el candor de su cocina siempre iba a estar ahí para salvarme... a menos que me atreviera a ponerme un vestido o a cantar mi libertad sin fingir una voz grave.
Así fue mi infancia y mi adolescencia, un brochazo de color rodeado de una enorme y tétrica escala de grises, haciendo lo imposible para que la fantasía de vivir, la ilusión de abrir los ojos otro día más, resistiera las palizas de un mundo despiadado que no soportaba la creatividad sin ataduras de una niña descubriendo su camino.
Recordé todos los veranos que pasé a lo largo de mi vida, escondiéndome de cualquier persona que se cruzara en mi camino, escapando de la realidad y escapando de mí misma, ocultando lo brillante, amordazando la verdad de quién yo era, actuando bajo el yugo de lo socialmente estipulado porque sabía, o más bien me habían hecho saber, que alguien como yo no debía haber nacido.
De repente, empezó a sonar la música y un rugido electrizante rebosó aquel recinto infestado por un público que se esmeraba en opacar la vibración de los bafles con sus vítores frenéticos. Empezaba mi show en uno de los festivales más importantes a nivel global. Arrancaba mi espectáculo y arrancaba yo también el dolor y la desgracia que tanto tiempo había padecido.
Por primera vez en mucho tiempo, recordé quién fue esa niña inocente e introvertida que no quería molestar a nadie porque todo daba miedo. Recordé también que la persona que soy hoy no era más que el sueño de esa niña. Me sentí orgullosa, feliz de ser quien era. Entonces, me coloqué el tacón y salí al escenario, sin rencores, sin temor y con la convicción de que no solo estaba hecha para el mundo, sino que además el mundo estaba hecho para mí.
Activista y excomulgada
Samantha Hudson (León, 24 años) es cantante, actriz, influencer y activista LGTBI. En 2015 publicó un proyecto audiovisual titulado Maricón, que le costó la excomunión por el obispo de Mallorca, pero fue en 2021 cuando se dio a conocer como artista con un monólogo en los Premios Feroz. Ha participado en Masterchef Celebrity, publicado discos y actuado en películas.
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