_
_
_
_

Lo que desvelan las 59 cartas de amor de Mario Levrero a su princesa

Se publica un volumen epistolar inédito del genio uruguayo, ‘Cartas a la princesa’, testimonio de una inigualable historia de amor

Mario Levrero
El escritor uruguayo Mario Levrero.
Laura Fernández

Entre 1987 y 1989, Mario Levrero, el genio maldito de la literatura uruguaya, le escribió una carta prácticamente cada dos días a Alicia Hoppe, la que acabaría siendo su mujer y su doctora. Hasta entonces, Hoppe había sido la pareja de Juan José Fernández, un amigo de infancia del escritor. De hecho, el volantazo en su relación, puramente protocolaria al principio, luego pasional y dependiente, aparece en la enfebrecidamente novelística correspondencia inédita que acaba de publicarse, Cartas a la princesa (Penguin Random House). Un artefacto de alto voltaje literario, psicoanalítico, experimental, en el que el estilo del escritor que amaba a Franz Kafka y anotaba sueños empieza a brillar con la intensidad con la que brillará, al final, en su obra magna, esa casa que construyó para contenerse a sí mismo: La novela luminosa.

Cartas a la princesa podría considerarse “el eslabón perdido entre Diario de un canalla —el primer libro de Levrero, que rompe con la ficción y empieza a buscarse a sí mismo— y El discurso vacío”, según el crítico Ignacio Echevarría, responsable de la edición de estas cartas, que le colocaron en el camino hacia La novela luminosa. El prólogo de ese libro supera con creces, triplica, de hecho, a la novela en cuestión, y es un prolegómeno en forma de diario apasionantemente ridículo: el diario de la lucha de un escritor por no sucumbir a sus absurdos vicios, y escribir, una lucha en la que solo se fracasa, cada vez, mejor. “Anticipa esta especie de escritura que no es ficción ni tampoco es autoficción, abre un mundo que le asegura un lugar único, utiliza la escritura como herramienta de conexión consigo mismo”, dice Echevarría.

Hace diez años, Echevarría recibió de las manos de Hoppe, la exmujer del escritor, y albacea literaria, un paquete con las 59 cartas aquí reunidas, y algunas más. Al instante supo que debían formar parte de su obra. Pero, ¿cómo: como correspondencia, incluyendo las respuestas de Hoppe; o como obra sin más, atendiendo a la construcción del personaje que en ellas se da? Al final, se decantó por esto último, porque, como pieza casi arqueológica de una literatura honesta y feroz, vio en esas cartas, como la propia Alicia le había anticipado, esa “búsqueda de su alma” que Levrero (Montevideo, 1940- 2004) había empezado, tímida y aún torpemente en Diario de un canalla, y que aquí se expandía hasta alcanzar una cima que continuaría explorando hasta el último de sus días. “Levrero es el escritor más kafkiano que ha existido desde Kafka”, apunta el aquí editor.

Levrero profesó por el autor de El castillo una grandísima admiración. Le imitó, sin complejos, dice Echevarría, en sus primeras tres novelas, antes de que se produjera el giro hacia ese otro tipo de levrerismo, el confesional y diarístico, en el que, admiradoras de su obra como la escritora Sara Mesa, no pueden evitar ver también lo alargado de la sombra del escritor checo. “Creo que él es muy Kafka todo el tiempo. En su primera etapa lo es explícitamente, y más adelante lo es en espíritu. La parte más mística, más espiritual que tiene Levrero, tiene mucho que ver con Kafka”, dice. “Recuerdo que, además de a Kafka, veneraba a Faulkner”, dice Alicia Hoppe, en el día en que, para ella, se cierra eso que se abrió hace diez años cuando le entregó las cartas a Echevarría, un viaje hacia sí misma también, o hacia la parte de sí misma que formó parte de ese universo en marcha.

“No siento pudor por la persona que aparece en esas cartas, no me siento expuesta, porque, de alguna forma, es otra. Yo estoy del otro lado. Esa que se ve ahí es solo la Alicia que él veía, la que utilizó para construirse, o para buscarse”, apunta Hoppe, que revela que leyó las cartas con emoción, reencontrándose con una época “muy bonita”, la del nacimiento del “encantamiento” que se dio entre los dos, y que fue derivando en algo, hasta cierto punto, monstruoso. “Levrero requería de una atención extrema. Era como un niño. Nunca tenía suficiente”, dice. En el tiempo en el que se escribieron esas cartas, “me llamaba cada noche, siempre a las 23 horas, y hablábamos durante al menos media hora”. “Yo no era su musa, yo era la pared, el dique que lo contenía. El mundo real”, señala. El espejo en el que intentaba fijar la realidad que le rodeaba.


Hoppe era testigo de cómo se buscaba a sí mismo desde que se despertaba. “Lo primero que hacía al levantarse, siempre tardísimo, hacia mediodía, era tomar un café mientras anotaba los sueños de esa noche”. “Era su primer contacto consigo mismo”, desvela. Hoppe, y Echevarría, relacionan su aterrizaje en el mundo real —a los 44 años, con un primer empleo importante, en una publicación de Buenos Aires, en 1984, y el abandono de la casa de sus padres, y Montevideo— con la sensación, casi instantánea, de la pérdida de su alma. “Al principio le divirtió tener su propia casa, y su despacho, pero al cabo de un tiempo, se sintió perdido, y empezó a buscarse”, apunta Echevarría. “Nunca pensó en sí mismo como un escritor”, añade Hoppe. No se adjudicó esa condición, pues era “por completo alérgico a ella”, alérgico a la pose, y a su peso.

“Siempre le repugnó, y en parte por eso es un escritor de culto. No quiso tener carrera, pero tampoco podía tenerla. Es muy difícil irradiar una posición importante como escritor cuando provienes de un país pequeño”, considera Echevarría. Mario Levrero, o Jorge Mario Varlotta Levrero —su nombre completo— sigue, sin embargo, muy vivo en Uruguay. Gabriela Escobar (Montevideo, 34 años), Premio Onetti en 2021, dice que lo descubrió con “sorpresa y alivio” y que se le hizo “obvio, aunque antes no lo supiera, que alguien así tenía que haber salido de Montevideo, una ciudad llena de libros usados, de muchos tesoros. En mi cabeza, Levrero está vinculado a eso”. Y sí, “sigue vivo mucho más allá de los libros, a la manera de alguien que pudo percibir el espacio entre mundos”, dice también. Y sin embargo, su literatura aún no tiene hijos.

Relanzamiento de su obra

Se republican sus cuentos completos, El discurso vacío, La novela luminosa y las novelas, kafkianas, de la Trilogía involuntaria. “Su producción es inacabable y está bastante repartida, pero nuestra intención es la de centralizarla, y recuperarla”, explica su editora en España, Roberta Gerhard. A lo que Hoppe —a quien, por cierto, apeló Princesa, en mayúsculas, por su obsesión con El Principito, pero también por devolver al sapo, él, su aspecto humano—, añade que aún hay “mucho” material inédito por llegar. Empezando por los sueños —un volumen considerable—, y más cartas, artículos, y relatos.

¿Llega, en este 2024, Levrero a un mundo más apto para su narrativa delirantemente solipsista, de una ironía encantadoramente salvaje, ferocísima consigo mismo? Tal vez sí, aunque tal vez no, porque todo gran narrador escribe para un futuro indefinido, que tal vez nunca llegue. “Levrero no dejará de ser un autor de culto porque su genialidad, su enorme singularidad y su talento, su capacidad de seducción, tienen que ver con algo muy poco universal. Tienes que tener una mirada un poco similar a la suya para que consiga enamorarte su modo de ver el mundo. Tiene que caerte bien Levrero. Porque su obra es él, es su alma y no todo el mundo la entiende”, opina Sara Mesa. Y, sin embargo, añadiría, como Manuel Vilas, otro gran admirador de Levrero, que no puede dejar de leerse porque supone “un más allá imprescindible” de la literatura en español.


Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_