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‘El principito’, ¿obra maestra o cursilada? Una exposición en París desvela las claves de un libro inagotable

Antoine de Saint-Exupéry murió durante la Segunda Guerra Mundial sin haber hecho nunca declaraciones sobre el significado de su novela más universal

Guillermo Altares
Acuarela del capítulo XX de ‘El principito’, seguramente de 1943, conservada en el Stiftung für Kunst, Kultur und Geschichte, Winterthur.
Acuarela del capítulo XX de ‘El principito’, seguramente de 1943, conservada en el Stiftung für Kunst, Kultur und Geschichte, Winterthur. Coll. Succession Saint Exupéry – d’Agay © Photo : SKKG 2021

“La ocasión perdida, esa es la que cuenta”. Esta enigmática frase de Ciudadela, el libro que Antoine de Saint-Exupéry dejó inacabado por su muerte durante la Segunda Guerra Mundial y en el que pretendía concentrar todo su pensamiento, podría aplicarse a El principito, el cuento por el que este escritor francés ha pasado a la posteridad y una de las obras más leídas de la literatura universal. Este libro de apenas 100 páginas nació como un encargo de sus editores estadounidenses: habían visto sus dibujos y le pidieron que escribiese un cuento de Navidad partiendo de ellos. Llegó a terminarlo, pero poco después falleció luchando como piloto por la Francia libre contra el nazismo.

Saint-Exupéry (1900-1944) nunca hizo declaraciones sobre el significado de este relato, ni dio ninguna entrevista sobre él. Apenas tuvo tiempo para terminarlo antes de desaparecer en el Mediterráneo el 31 de julio de 1944, mucho menos para explicarlo. Se mantiene como una obra llena de misterios, como un cuento que estuvo a punto de no ser, como un relato sobre el amor, la muerte y la amistad escrito en mitad de la oscuridad de la Segunda Guerra Mundial por un aventurero que había conocido lo que significa estar perdido en el desierto, por un pionero de la aviación y por un escritor de libros que habían alcanzado un éxito notable —Correo del sur, Vuelo de noche, Piloto de guerra—, pero que había dedicado todos sus esfuerzos finales a Ciudadela, un ensayo que hoy se considera poco menos que ilegible, pese a ofrecer algunos momentos deslumbrantes.

Billete de 50 francos de los años noventa que muestra a Antoine de Saint-Exupéry.
Billete de 50 francos de los años noventa que muestra a Antoine de Saint-Exupéry.© Photo : MAD, Paris

¿Qué papel pretendía que ocupase El principito entre sus libros? Nunca lo sabremos, pero casi 80 años después de haber sido escrito, en 1943 en Nueva York, una exposición en el Museo de Artes Decorativas de París recuerda un opúsculo que algunos consideran una obra maestra y otros un cuento cursi. Ha sido traducido a 498 lenguas, se sigue vendiendo en todo el mundo y, sobre todo, ha dejado una huella indeleble en millones de lectores, que saben perfectamente reconocer la diferencia entre un sombrero y una boa que se ha comido un elefante.

“El secreto de El principito reside en que resume un recorrido filosófico y literario extremadamente profundo como es el de Antoine de Saint-Exupéry”, explica desde París por videoconferencia Anne Monier Vanryb, conservadora del Museo de Artes Decorativas y comisaria de la exposición À la rencontre du Petit Prince, que reúne más de 600 piezas y puede verse hasta finales de junio. “Todo lo que el autor ha vivido, pensado, escrito se encuentra en este libro. Y, por encima de todo, ofrece un mensaje humanista, muy elaborado, que puede funcionar muy bien entre adultos o entre niños. Se puede leer a través del prisma de un personaje o de otro, se puede leer a cualquier edad y ofrece ese mensaje fuerte y básico de humanismo y de tolerancia, especialmente importante durante y al final de la Segunda Guerra Mundial. Y que vuelve a ser necesario en cada época: la necesidad de comprender a los otros, de acercarse a los demás, es un mensaje inagotable”.

El libro relata cómo un aviador varado en el desierto del Sáhara se encuentra con un misterioso niño príncipe, que le pide que le dibuje un cordero. Poco a poco, le va contando su vida desde que dejó el asteroide B612: su lucha contra los baobabs, las puestas de sol, los personajes que se cruza durante su viaje a la Tierra, su encuentro con un zorro, su historia de amor con una rosa, su desaparición… Ofrece frases que se han convertido en pósteres de dudoso gusto —”Lo esencial es invisible a los ojos” es la más famosa— y a la vez no ha parado de encontrar lectores en todas las generaciones y en todos los formatos —incluso en una edición en recortables para los niños que todavía no leen—. Este año, como todos, será una de las obras más vendidas en la Feria del Libro de Madrid, que arranca el viernes.

“El libro empieza como un cuento, pero luego Saint-Exupéry se emancipó del encargo y empezó a construir un mito”, explica por teléfono Laurent de Galambert, vicepresidente de la Asociación de Amigos de Saint-Exupéry, profesor y autor de una tesis doctoral sobre El principito. “Esta mezcla explica su carácter universal: es un cuento para los niños y un mito para los adultos”. “Se trata de un libro que, por un lado, opaca el resto de su obra, pero también un trampolín que puede llevar a otros libros de Saint-Exupéry. Sin El principito sería casi seguro un autor olvidado. Creo que le extrañaría mucho este éxito: cuando publicó El principito, trabaja en Ciudadela, una obra a la que le daba mucha más importancia, pero que no pudo terminar”.

La exposición de París reúne prácticamente todo lo que se conoce sobre este libro y ofrece el contexto necesario para tratar de entender una obra llena de recovecos. Aunque el catálogo, publicado por la editorial Gallimard, recoge una cita del gran novelista francés Michel Tournier, profundo admirador de El principito, que se convierte también en una declaración de principios: “Es una historia sencilla que esconde una teoría filosófica o el desarrollo de un problema filosófico muy ambicioso. Pero no crean que van a encontrar la clave, no la hay, y eso es lo admirable”.

Antoine de Saint-Exupéry y André Prévot en una imagen de la segunda mitad del siglo XX.
Antoine de Saint-Exupéry y André Prévot en una imagen de la segunda mitad del siglo XX.© Mehun-sur-Yèvre, musée Charles VII

La muestra ofrece bocetos, fuentes de inspiración, dibujos —Saint-Exupéry dibujaba en todas partes y algunas figuras que por ejemplo garabateó en unos ejercicios matemáticos reaparecen en El principito—, historias que esconde el libro —como la relación entre Consuelo, su esposa, y la rosa—, pero sobre todo permite ver por primera vez en Europa el manuscrito, que se conserva en la Biblioteca Morgan de Nueva York. El hecho de que este original se encuentre en Estados Unidos resume gran parte de la historia del libro y de las circunstancias en las que fue escrito. “Es un autor mítico, un héroe muerto por la Francia. El principito es un monumento de la literatura francesa”, explica Anne Monier Vanryb. “Para el visitante francés, descubrir que el manuscrito no se conserva en Francia es bastante chocante. Fue un libro escrito en Nueva York por un soldado, aislado de un país, que trató que los estadounidenses entrasen en la guerra, que no se sentía en absoluto cerca de Vichy, pero tampoco de la Resistencia como se planteaba en ese momento”.

Existen diferentes traducciones de El principito en castellano —la más difundida es la de Bonifacio del Carril—, así como en las demás lenguas españolas. Ha sido llevado al cine, con más pena que gloria; convertido en musical; adaptado en cómic por Sfar —¿es posible imaginar esta obra sin los dibujos originales de Saint-Exupéry? Muy difícil—. Ha aparecido en pósteres, camisetas, calcetines, figuras de plástico… Pero toda esta industria no ha logrado convertirlo en un libro trivial.

El principito se puede leer como una historia de amor, como una crítica de la sociedad de consumo, como un cuento filosófico”, añade Anne Monier Vanryb. “Pero es sobre todo un libro sobre la amistad. Creo que la relación más importante es la que se establece entre el piloto y El principito y entre El principito y el zorro. Para Saint-Exupéry no eran solo importantes los amigos, sino la amistad en sí, todo lo que hacemos para que una relación funcione”. Preguntada por aquellos que consideran que El principito es cursi, responde: “Deberían volver a leerlo”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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