PJ Harvey: “Si debutara hoy en la música, no llegaría a ninguna parte. Todo va demasiado rápido”
La cantante británica presenta en España su décimo álbum, ‘I Inside the Old Year Dying’. Tras plantearse dejar la música durante la pandemia, decidió volver: “Me pregunté si podría estar haciendo algo mejor con mi vida”
Polly Jean Harvey (Bridport, Reino Unido, 54 años) lo tiene claro. Si su carrera no hubiera empezado en 1991, no habría tenido nada que hacer en el mundo de la música. “En los noventa hubo una apertura para el tipo de música que hacía yo. En especial, para las mujeres. El apoyo que recibí fue inmediato”, decía el sábado en un hotel de Barcelona, a unas horas de su concierto en el Primavera Sound, que repetirá este viernes en Madrid dentro de las Noches del Botánico. “Si debutara hoy, sería mucho más difícil. Creo que no llegaría a ninguna parte, porque ya no hay espacio”, dice la cantante, sentada con porte de bailarina clásica frente a una taza de café. “Todo va demasiado rápido. Antes un disco tenía una vida de un año. Ahora no llega ni a una semana. Yo soy tan culpable como cualquiera. Antes compraba un vinilo, me sentaba y lo escuchaba entero. Ahora le doy un minuto a una canción y, si no me gusta, la paso. Me he convertido en consumidora, y es una palabra que odio”.
Antes de la entrevista, ha puesto dos condiciones en forma de amables sugerencias: no hablar en exceso del pasado ni del lugar de las mujeres en la industria. Solo que no ha tardado en saltárselas ella misma, señal de que la cantante posee una mente transgresora. En especial, a la hora de ir contra sí misma y contra lo que se esperaba de ella. Lo ha dejado claro desde que debutó, alérgica a las etiquetas en un tiempo que colgaba a toda mujer insumisa el sambenito de riot grrrl, como se llamó a las feministas de la escena alternativa de los noventa. Mientras algunos hacían grunge de radiofórmula, Harvey entonaba canciones sobre clítoris sangrantes, inspiradas en películas de Ingmar Bergman. Sus discos, crudos y belicosos, estaban teñidos de violencia y deseo, de peligro y éxtasis, mientras otros se limitaban a hacer el amor con la ropa puesta.
“Desde pequeña he oído voces y he tenido visiones, tal vez de fantasmas. De mayor, me di cuenta de que eran presencias e ideas que atravesaban mi cuerpo y yo convertía en canciones”
Reza el tópico que ella no ha hecho más que reinventarse. Ha firmado 10 discos con una única regla: no repetirse, seguir buscando maneras de trasfigurar su sonido, de evitar el recurso fácil de la explicación autobiográfica, a la que tiene aversión. Su álbum más reciente, I Inside the Old Year Dying, que presentará en Madrid alternando sus nuevos temas con un puñado de viejos éxitos, es un trabajo introspectivo y atemporal que se inspira vagamente en su infancia y adolescencia en Dorset, a través de una niña de nueve años que hace las veces de narradora (pero, ella insiste, nada que ver con su vida). “Cuando llevas 30 años haciendo música, te cuesta recordar quién eras al principio, qué escribiste a los 17 o 18. Lo que recuerdo es el sentimiento que tuve al terminar mi primera canción: la felicidad absoluta de dar con un modo de expresión que se ajustara enteramente a mi alma. Eso nunca me ha abandonado, ha sido mi hilo conductor en todos mis discos”. En la noche barcelonesa, bajo una lluvia mágica, tocó dos de sus primeros temas, Dress y 50ft Queenie, con la compostura que le ha regalado el paso del tiempo.
Toda la carrera de PJ Harvey ha sido un intento de evitar convertirse en un producto. Estuvo a punto de suceder dos veces. La primera, después de su primer álbum, Dry. “Mi discográfica, que iba a ser absorbida por Universal, me sugirió nombres de músicos y productores. Querían que adoptara rasgos más comerciales. Tuve que pelearme para trabajar con Steve Albini en Rid of Me”, dice sobre el mítico productor, fallecido en mayo, que dio un giro decisivo a su sonido, y a su vida. “Con ese disco me di cuenta de que como artista iba a seguir cambiando y que no pensaba dejar que nada ni nadie me indicase el camino, salvo mi instinto”. ¿También se metieron con su forma de presentarse ante el mundo? “Sí, me dieron nombres de fotógrafos y diseñadores. Fui muy educada, no me enfadé, pero dije que no. Tal vez no fuera lo que esperaban, pero se dieron cuenta de que también le podían sacar un beneficio. Incluso si no vendía muchos discos, tenía respeto y lealdad, y eso son cosas que también valen mucho”.
La segunda vez fue después de Stories From The City, Stories From The Sea, el mayor de sus éxitos, que editó en 2000. Sería su disco más luminoso. “Mi desafío fue escribir un bonito álbum de pop donde todas las canciones fueran sencillos. Estaba en una época muy alegre, pasaba parte de mi tiempo en Nueva York y me lo pasé muy bien. Esas canciones reflejan bien esa alegría y aliento. Pero, cuando lo terminé, pasé a otra cosa. Estoy orgullosa de ese disco, pero hay fases que reflejan mejor mis anhelos como persona y artista que otros”. En 2004 editó Uh Huh Her, uno de sus discos más incomprendidos, que la alejó definitivamente del llano sendero de lo comercial.
El folclore siempre ha interesado a Harvey, pero cobra un protagonismo sin precedentes en Orlam, la novela en verso que publicó en 2022, y en este nuevo disco. Los dos, que comparten la misma narrativa, están parcialmente escritos en el dialecto de Dorset, su región en la costa sur de Inglaterra, con resonancias del inglés medieval, que aprendió durante meses para componer sus versos. “Nunca podré dejar ese lugar, sus kilómetros de bosque y su costa jurásica. Estamos cerca de Stonehenge y del Gigante de Cerne Abbas. Veo la magia que contiene ese paisaje ancestral, siglos de historia que puedo sentir bajo mis pies y flotando en el aire”.
“Después de mi último disco, me sentía perdida. Sentía que no estaba en mi mejor momento, que no estaba dando lo mejor de mí, y me pregunté si debía tomar otro camino”
Se diría que Harvey siente una conexión supernatural con ese paisaje. Incluso se ve pasear a algún espectro por sus canciones. “Sonaré como una chiflada, pero desde pequeña he oído voces y he tenido visiones, tal vez de fantasmas. De mayor, me di cuenta de que eran presencias e ideas que atravesaban mi cuerpo y que yo convertía en música y palabras”. Es decir, en canciones. La otra cara de la moneda son las imágenes bíblicas, leitmotiv desde sus primeras canciones, en las que encarnaba a discípulas contemporáneas de Dalila o María Magdalena. “Para muchos de nosotros, la religión ha sido un velo que nos cubría mientras crecimos. Siempre quise saber qué había debajo de ese manto”, afirma.
Durante la pandemia sopesó dejar la música. Volvió a ella tras un largo periodo de reflexión. “Después de mi último disco y gira, me sentía perdida. Sentía que no estaba en mi mejor momento, que no estaba dando lo mejor de mí, y me pregunté si debía tomar otro camino”, se explica Harvey. “Cuando entras en los 50, reflexionas sobre el pasado y sobre los años que tienes por delante, que son cada vez menos. Me pregunté si quería seguir haciendo esto con las tres décadas que me quedaban”. Se prometió que, si volvía a la música, no sería por inercia. “Debía hacerlo por pasión. Tuve que esperar dos años, pero volvió. Me di cuenta de que esto es lo que amo”. Su plan B era dedicarse al arte visual, que es para lo que estudió. Pero mi fortaleza es como cantante y compositora. Ahora sé que es mi punto fuerte”. ¿Hasta ahora no se había dado cuenta? “Sí, es reciente”, admite sin falsa modestia. “Nunca fue una certeza. Solía preguntarme si lo estaba haciendo tan bien como podía, si podría estar haciendo algo mejor con mi vida. Desde este nuevo disco, me siento más segura. Por eso he decidido seguir”.
Babelia
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