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Javier Gutiérrez, actor: “Vivimos en una sociedad capitalista cada vez más salvaje y, lo que es peor, anestesiada”

El intérprete de dilatada carrera regresa al teatro con ‘El traje’, una comedia negra escrita y dirigida por Juan Cavestany

El actor Javier Gutiérrez posa en la tienda de ropa de Cáritas, en Madrid.
El actor Javier Gutiérrez posa en la tienda de ropa de Cáritas, en Madrid.Samuel Sánchez
Rocío García

De camino al comercio textil donde ha propuesto hacer la foto, Javier Gutiérrez (Luanco, 53 años) pasa por la guardería de su hijo pequeño, que está sentado, junto al resto de compañeros, listo para comer. El actor se agacha, se asoma, se ríe feliz. Javier Gutiérrez, actor magnético donde los haya, capaz de enfrentarse a personajes y papeles de todo tipo y condición, se ha convertido en actor imprescindible en el panorama del cine, la televisión y el teatro. Miembro del mítico grupo teatral Animalario, ganador de multitud de premios —Goya y Concha de Plata en San Sebastián por La isla mínima y otro premio Goya por El autor, entre otros—, lleva años encadenando imponentes interpretaciones. Sus más recientes trabajos, el papel de juez en la serie El caso Asunta y el que ha hecho para el cine en Pájaros. Ahora vuelve al teatro junto a Luis Bermejo con El traje, una función escrita y dirigida por Juan Cavestany, que estrenaron hace más de diez años. Comedia negra que se adentra en la soledad del ser humano, la voracidad y la corrupción, El traje llega a Madrid, al Teatro de La Abadía, donde se representa desde el 30 de mayo y que, antes de su estreno, se ha prorrogado hasta el 7 de julio ante la venta de entradas.

Pregunta. Después de 10 años, ¿qué les ha movido a abordar esta función de nuevo?

Respuesta. Fue una decisión de Luis [Bermejo] y mía. Después del buen sabor de boca que nos dejó trabajar en Los santos inocentes, teníamos ganas de abordar un nuevo texto o hacer algo con esta vida de comediantes, de viajar, de charlar sobre el oficio y sobre la vida, de compartir cosas. Fue entonces cuando empezamos a buscar un texto, hasta que caímos en la cuenta de que El traje había sido una función no lo suficientemente explotada.

P. Fue una obra centrada en hablar de la corrupción política. ¿Ha cambiado algo?

R. Cuando le encargamos este texto a Cavestany hace más de 10 años lo hicimos efectivamente para hablar de la corrupción política, que entonces estaba dentro de las principales preocupaciones de los españoles. En esta nueva función, la corrupción está algo más desenfocada. Tanto Luis como yo tenemos otro peso y otro poso, somos los mismos actores, pero con más oficio y nos hemos enfrentado al texto desde otro lugar. Hace 10 años, no fuimos tan conscientes de lo que albergaba el texto, porque no habíamos pasado por la travesía de enfermedad, de muerte y de soledad que supuso la pandemia y el confinamiento. También nos hemos enfrentado a dos crisis económicas, y por ello cobra mucho más sentido todo el sentimiento de soledad del individuo, la deshumanización de la sociedad y lo importante que es ese abrazo final en el que se funden los protagonistas de El traje. Son dos seres varados en la vida que piden a gritos que alguien les abrace.

P. ¿Se ve diferente sobre el escenario?

R. Más que verme diferente, me siento diferente. Soy el mismo, pero con mayor nivel de exigencia y responsabilidad. A mí me sigue dejando anonadado que, con esa oferta tan variada como hay en el teatro, haya gente que salga de su casa para vernos a Luis y a mí en el escenario. Eso me produce un nivel de responsabilidad enorme.

P. El panorama que describe El traje es de puro egoísmo y voracidad. ¿Es tan desolador?

R. Algo sí, pero deja una pequeña puerta a la esperanza. El espectador se divierte mucho, se ríe mucho porque es un espectáculo con mucho humor, pero provoca una zozobra absoluta y deja en el aire muchas preguntas acerca de cómo somos y cómo es la sociedad que estamos construyendo entre todos. Los protagonistas son dos náufragos a la deriva, sin asideros, que lo que necesitan es que alguien les eche una mano, necesitan ayuda imperiosamente. En medio del ruido y la polarización que vivimos lo que necesitamos todos es un abrazo. Soy una persona que sigue creyendo en el ser humano.

P. ¿Estamos ante un mundo capitalista salvaje?

R. Sin duda. Vivimos en una sociedad capitalista cada vez más salvaje y, lo que es peor, anestesiada. No somos conscientes de la rueda en la que nos han metido. Me parece una atrocidad que haya familias enteras que se pasan los fines de semana en centros comerciales, lo que ganan durante la semana se lo gastan esa misma semana.

Javier Gutiérrez, en la tienda de ropa de Cáritas, en Madrid.
Javier Gutiérrez, en la tienda de ropa de Cáritas, en Madrid.Samuel Sánchez

P. ¿Cree que la sociedad española no es lo suficientemente crítica con la corrupción?

R. Creo que nos hemos aburrido y es algo que no se puede consentir. La clase política juega siempre al ‘y tú más’, en lugar de hacer una limpieza absoluta. La corrupción contamina a todos.

P. De nuevo frente a Luis Bermejo, tras su encuentro en Los santos inocentes. ¿Cómo es el duelo interpretativo con un actor como él?

R. Para empezar, hay que colocarse a la altura de Luis Bermejo. Luis es uno de los grandes actores de este país, con una maestría y una brillantez como pocos compañeros. Intentar estar a su altura no es fácil. Además, es una auténtica delicia como persona. Nos entendemos muy bien. Desde Animalario, manejamos unos lenguajes y una manera de escuchar que hace que nos complementemos muy bien. Si yo hago teatro es por dos cosas, una porque creo que somos portadores de cultura y por ello tenemos que llegar a todos los rincones de este país, lo que implica coger la furgoneta y hacer miles de kilómetros y luego los compañeros de viaje. Cada vez, son más importantes para mí los compañeros de viaje en el oficio, y Luis es un compañero de viaje como pocos.

P. El traje plantea unos hechos muy concretos, pero que provocan muy diferentes y antagónicas opiniones. En un mundo inundado por las mentiras, ¿hay alguna manera de luchar contra ellas?

R. Es muy difícil acabar con la mentira cuando los gobernantes y los medios de comunicación están instalados en ella, cuando lo que deberían hacer es dar ejemplo y proclamar la verdad. El sistema está totalmente pervertido, y no sé si tiene muy fácil solución.

P. Desde hace años no para de encadenar trabajos, que a veces se solapan. ¿De dónde saca la energía?

R. Hay una fórmula válida para mí y es la de no pensar a largo plazo, ni siquiera a medio. Para no angustiarme y entrar en crisis lo que hago es ir día a día, no suelo repasar lo que tengo que hacer la semana próxima para que la bola no se haga muy grande. Es verdad que también le quito muchas horas al sueño, además de tener la suerte inmensa de una pareja fantástica que se ocupa de los niños.

P. Cine, televisión, teatro. Nada se le escapa. ¿Es consciente de que su nombre es ya una garantía de éxito?

R. Sería un error verlo así. Si algo me salva es pensar en que cada proyecto que comienzo hay mucho trabajo por hacer y que, a lo mejor, no soy capaz de llevarlo a buen puerto. He dicho que no a trabajos porque no me he sentido capaz. Lo que es cierto es que cuando doy luz verde a un proyecto me involucro hasta el final, doy lo mejor de mí. Son muy pocos los que en nuestra profesión pueden elegir. Yo a veces puedo hacerlo, pero otras muchas no. Quiero vivir en la medida de lo posible lo mejor que pueda y mantener a mi familia y eso a veces te lleva a aceptar trabajos que no te apasionan.

P. Otro éxito reciente ha sido la serie sobre el caso Asunta, en la que usted hace de juez.

R. La historia es muy dura y creo que el acierto de esta serie ha sido la de huir del sensacionalismo y tratar el caso con el mayor rigor y sensibilidad posible. Ahí están los ejemplos y el compromiso con la interpretación de sus dos protagonistas, Candela Peña y Tristán Ulloa.

 Javier Gutiérrez enseña una de las prendas de la tienda de ropa de Cáritas Moda re.
Javier Gutiérrez enseña una de las prendas de la tienda de ropa de Cáritas Moda re.Samuel Sánchez

P. Formó parte del grupo teatral Animalario. ¿Echa de menos esos años?

R. Mucho. Fue una época muy salvaje de nuestras vidas. Animalario fue para mí un cambio no solo profesional, sino también vital. Éramos una familia y añoro vivir esos procesos creativos. Aunque ya no poseemos las mismas energías y y tenemos otro tipo de responsabilidades, sí que echo de menos las propuestas escénicas y los riesgos a la hora de abordarlas. Seguimos colaborando mucho con Alberto San Juan, Andrés Lima, Cavestany, Luis Bermejo o Nathalie Poza.

P. ¿Qué le aporta el teatro como ciudadano?

R. Me atraen mucho los temas políticos que se abordan en el teatro, donde hay mayor riesgo y compromiso con esos temas, al contrario que en el cine que es mucho más ligero. Quizás porque en el cine se juega más dinero y por eso las cadenas, los inversores o las plataformas tienen más cuidado en no pisar determinados charcos. Como actor, el encuentro con el público es algo necesario y vital.

P. ¿Da miedo salir al escenario?

R. Paso momentos de horror, pero si antes de salir a escena sientes tranquilidad es que algo no va bien. Esos cinco minutos antes de salir a escena, cuando ya has salido de tu camerino, el telón está echado y escuchas el runrún del público son adictivos.

P. ¿De dónde le viene la pasión por la interpretación?

R. Viene de un niño enfermizamente tímido que leía mucho y pasaba muchas horas solo. Nosotros vivíamos en Ferrol donde llovía casi todos los días y no podíamos salir a la calle a jugar. También de imaginarme muchas vidas. Yo retransmitía partidos de fútbol con canicas y cromos, que grababa en un magnetofón de mis hermanas, imitando la voz de José María García. Vivíamos en una casa que era una suerte de rue del Percebe, un edificio de 13 alturas con cuatro puertas por piso, y en las reuniones familiares imitaba a los vecinos. Tenía un don para eso y lo explotaba en las reuniones. Me di cuenta de que divertía al personal y me sentía muy a gusto. Creo que mi pasión por este oficio de actor viene de aquello.

P. ¿Se definiría de alguna manera como actor?

R. Hablaría de honestidad. Me siento muy a disgusto cuando no estoy a la altura y eso me pasa a veces en el teatro. Para mí, hacer un mal trabajo es lo peor que me puede pasar. Me pasó con un shakespeare que dirigía Andrés Lima y por mucho que me esforcé por escalar esa cumbre nunca llegaba. Para mí fue un horror hacer ese espectáculo.

P. ¿Es entonces muy exigente?

R. Mucho, conmigo y con la gente que me rodea, que eso es lo peor. No soy de los actores que intentan salvar su culo, estoy siempre muy pendiente de lo que me rodea para que entre todos podamos aportar verdad a la historia que contamos.

P. En El traje, el personaje de Luis Bermejo asegura: “Todo lo que merece la pena exige un sacrificio”. ¿Lo comparte?

R. Absolutamente. Nadie regala nada. La cultura del esfuerzo no está lo suficientemente valorada y es una equivocación. Si alguien me pregunta cuál es la fórmula de éxito, si trabajar de una manera continuada se puede considerar éxito que yo creo que sí, contesto el trabajo, el trabajo y el trabajo. No hay ni varitas mágicas ni padrinos. A veces hay una porción de suerte, pero solo si hay detrás mucho trabajo.

P. ¿Alguna vez soñó con la carrera que tiene hoy?

R. Ni por asomo. Ni en el mejor de mis sueños. Cada vez que paso por la Gran Vía recuerdo a aquel chico de 18 años que cuando llegó a Madrid paseaba por esa calle y veía asombrado los carteles de cine y los neones. Mi libro de cabecera es el Viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez. Llegué a Madrid con la idea de formar parte de esa familia de cómicos, con la maleta para arriba y para abajo. Muchas veces, con mis compañeros vivimos esa imagen de kilómetros y kilómetros para hacer funciones en lugares lejanos.

P. ¿Le preocupa el futuro?

R. Sí, porque hasta los más viejos de lugar te dicen que este es un oficio con dientes de sierra. El que hoy estés aquí, no implica que mañana lo vayas a estar. Igual que suena el teléfono, deja de sonar. Pilar Bardem cuenta en sus memorias que el teléfono que había en el pasillo de su casa era el que llenaba la nevera.

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