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‘Los santos inocentes’ siguen perturbando

La primera adaptación teatral que se estrena de la novela de Delibes se sustenta sobre todo en la interpretación de sus excelentes actores

La primera escena de la adaptación teatral "Los santos inocentes", dirigida por Javier Hernández-Simón
La primera escena de la adaptación teatral "Los santos inocentes", dirigida por Javier Hernández-SimónAndrea Comas
Raquel Vidales

El viernes de la semana pasada se respiraba en Valladolid ambiente de acontecimiento teatral. Se estrenaba la primera adaptación escénica de Los santos inocentes, una de las novelas cumbre de Miguel Delibes y título fundamental de la literatura española del siglo XX, justo en la ciudad donde el autor nació en 1920 y vivió hasta su muerte en 2010. Había expectación por ver cómo cobraban vida sobre las tablas unos personajes asociados irremediablemente a quienes los interpretaron en la versión cinematográfica que Mario Camus dirigió en 1984, con Paco Rabal, Alfredo Landa, Juan Diego y Terele Pávez en los papeles principales. Difícil reto. Quizá por eso nadie se había atrevido a afrontarlo hasta ahora.

La primera imagen es poderosa. Una bandada de pájaros sobre el escenario, tres puertas de fondo y una pila de muebles viejos y aperos agrícolas dispuestos casi a modo de instalación artística evocan el espacio en el que se desarrolla la novela. Vemos también la silueta de un campesino con dos maletas. A su lado, una mujer con tres muchachos que parecen ser sus hijos. Y por detrás, la sombra amenazante de un hombre con una escopeta. Estamos en la España latifundista de los sesenta. Un universo rural poblado de aves, animales de labranza, perros de caza, dehesas, señoritos cortijeros y sirvientes criados para obedecer en régimen feudal. El ser humano en convivencia directa con la naturaleza y consigo mismo. Ese sustrato que nutre la obra de Delibes está expresado de manera muy sugerente en esta primera estampa.

Empieza la acción y vamos conociendo a sus protagonistas. El criado Paco el Bajo, un papel que parece hecho a la medida de Javier Gutiérrez (con permiso de Alfredo Landa). Su mujer, Régula, encarnada con solidez por Pepa Pedroche. Y sus hijos: Nieves (Yune Nogueiras), Quirce (José Fernández) y la Niña Chica (Marta Gómez). En el otro extremo social está el señorito Iván, al que Jacobo Dicenta otorga esa chulería indolente del noble que se consideraba (y sigue considerando) dueño de todo por derecho natural, escoltado por sus esbirros don Pedro (Fernando Huesca) y doña Pura (Raquel Varela). Y en medio de todos ellos, el Azarías: personaje vertebral de la novela y de dimensiones casi fabulosas, una especie de puente que tiende Delibes entre los hombres y la naturaleza, marginado entre los primeros por su discapacidad intelectual y precisamente por eso volcado en la crianza del pájaro al que llama “milana bonita”. Luis Bermejo lo interpreta sin aspavientos, llenándolo de amor y subrayando su pureza.

Nos detenemos especialmente en los personajes y los actores que los encarnan porque este espectáculo se sustenta sobre todo en ellos. Tanto la adaptación del texto firmada por Javier Hernández-Simón y Fernando Marías (fallecido poco después de terminar la versión) como la puesta en escena, dirigida por el primero, lo apuestan todo al trabajo de los actores. La versión prescinde de cualquier narración o descripción de la novela y se centra en los diálogos, lo que favorece el ritmo y el desarrollo dramático de las escenas. Brillan y perturban aquellas en las que el señorito y sus secuaces humillan a sus sirvientes sin que ni los unos ni los otros se den cuenta de ello porque para todos ese es el orden natural de las cosas y las personas. Son posiblemente los mejores momentos del montaje, propiciados por el estupendo trabajo de los intérpretes.

Pero a la vez, esa decisión de ir directamente al meollo deja la obra en el esqueleto y la priva de un personaje esencial en la novela: la naturaleza. Esos pasajes en los que se escucha y casi puede olerse el campo y que además son importantes para comprender la relación de Azarías con su entorno y precipitarse desde bien arriba hacia el desenlace fatal. Por eso quizá cuando llega el instante decisivo en que el señorito mata de un disparo a la “milana bonita” y después Azarías se cobra su venganza, lo que ocurre sobre las tablas parece un tanto atropellado. Sucede tan rápido que no hay tiempo para masticar esa escena crucial: justo en la que el drama rural se convierte en tragedia.

Tampoco está la naturaleza en la puesta en escena. Decíamos que la estampa inicial con la bandada de pájaros es poderosa, pero pierde fuerza a medida que transcurre la función porque no se modifica en ningún momento. No hay movimiento ni juego escénico más allá de las acciones de los personajes. Como si se movieran sobre una foto fija.

Más allá de esto, la función golpea en su esencia y atrapa en sus escenas principales. Es un espectáculo transparente, de factura impecable y con un reparto de primer nivel. En la función de estreno, con el teatro Calderón de Valladolid a rebosar, el público aplaudió emocionado el regreso de los santos inocentes. Por delante queda una larga gira por un centenar de ciudades españolas.

Los santos inocentes

Texto: Miguel Delibes. Adaptación teatral: Fernando Marías y Javier Hernández-Simón. Dirección: Javier Hernández-Simón. Reparto: Javier Gutiérrez, Pepa Pedroche, Fernando Huesca, Yune Nogueiras, Marta Gómez, Luis Bermejo, José Fernández, Raquel Varela, Jacobo Dicenta. Próximas fechas en gira: Huelva, 22 de abril;  Aracena, 23 de abril; Ciudad Real, 29 de abril; Puertollano, 30 de abril; Valdepeñas, 6 de mayo; Tomelloso, 7 de mayo; Consuegra, 8 de mayo; El Espinar, 14 de mayo; Toledo, 15 de mayo; Soria, 20 de mayo; Logroño, 21 de mayo.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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