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Moscas, perritos, águilas, simios y otros animales portadores de la esencia de la humanidad

Un libro reúne 16 cuentos que sitúan a los animales como espejo y metáfora de la vida. Desde Chéjov o Kafka a Blasco Ibáñez, Woolf o Conan Doyle

Conan Doyle, Virginia Woolf, Franz Kafka y Gustave Flaubert.
Conan Doyle, Virginia Woolf, Franz Kafka y Gustave Flaubert.Apic
Berna González Harbour

Decía James Herriot que observar a los animales es ver a sus dueños, las personas. El mítico veterinario inglés, autor de ese gran manual del comportamiento humano y animal que es Todas las criaturas grandes y pequeñas, acostumbraba a alucinar más con las reacciones de los ganaderos que con sus vacas y cerdos, víctimas muchas veces de su idiotez, sus problemas, sus límites.

Y fijarse en ellos es lo que ha hecho una escritora valenciana, Purificació Mascarell, que ha reunido en una increíble antología cuentos que sitúan a animales en el centro del relato. Pero no solo. Veremos moscas, vacas, loros, serpientes, perritos y águilas portadores de las esencias de la humanidad. Veremos humanos que los maltratan; otros que los humanizan; y unos más que los divinizan. Y en el espejo animal nos miraremos nosotros.

Desde Flaubert a Kafka pasando por Blasco Ibáñez, Conan Doyle o Virginia Woolf, El cuento animado (Nórdica) recoge 16 relatos no solamente unidos por el protagonismo animal, sino por el sentido enigmático y metafórico que alumbran frente a los humanos que se ven involucrados.

“Los animales son la metáfora perfecta para hablar de nosotros, los humanos. Un recurso para aludir a nuestros sentimientos y defectos, nuestras emociones e incapacidades”, asegura Mascarell. La antóloga, nacida en Xàtiva en 1985, también profesora de Literatura, cuenta en el prólogo cómo las lecturas que la atraparon en la infancia fueron derivando en una reflexión sobre el poder narrativo de esos seres vivos. John Berger llama la atención sobre el tema: animales fueron las pinturas primitivas y su sangre fue seguramente el primer pigmento. “En ellos siempre hemos visto un reflejo, un interrogante, un misterio”, responde Mascarell. “Nos parece que en su mirada hay un enigma, pero en realidad el enigma está dentro de nosotros y lo único que hacemos es proyectarlo en ellos”.

Los cuentos reunidos son diversos, distintos, fieles a las plumas tan particulares de sus autores y motores de metáforas más y menos turbadoras, pero todos juntos invitan a una especie de juego en busca del animal y sus significados, como si estuviéramos siguiendo las huellas de un Wally escondido en cada uno de ellos. De la mano de Clarín conoceremos a una vaca, la Cordera, a la que sus dueños verán tristemente alejarse en tren rumbo al matadero en un destino (probablemente) parecido al que uno de los hijos seguirá después rumbo a filas. El rey le convoca y no hay contactos para librarse de la guerra carlista. De la mano de Chéjov recordaremos al perrito que acompaña a esa dama en su relación adúltera con un hombre enamorado. Alegre testigo de un drama en ciernes. Con Blasco Ibáñez amigaremos con una serpiente de albufera y no es difícil imaginar el final. Con Pardo Bazán viviremos la navidad de Peludo, un burro maltratado al que se permitirá una hermosísima fantasía.

Purificació Mascarell.
Purificació Mascarell.MONICA TORRES

Hay muchas joyas en Cuentos animados y especialmente perturbador es Informe para una academia, en el que un simio toma la palabra en la pluma de Kafka para relatar su conversión en humano. El autor checo emplea todo el poder simbólico que supo esgrimir en La metamorfosis o El proceso para regalarnos un chimpancé que ha aprendido a imitar a los humanos para sobrevivir hasta convertirse en uno: ya sabe escupir, tocarse la barriga y hasta ha aprendido a beber aguardiente, que le horripilaba. Ya es uno de los nuestros. Y no porque haya aprendido todo eso, sino, sobre todo, porque ha sabido trazar la diferencia entre una libertad (imposible) y “una salida” (posible). Sabio simio.

Y es que —nos viene a decir Kafka— domamos a los animales porque nosotros mismos estamos domados. “Sí, domamos a los animales porque nuestra socialización tiene mucho de doma, en realidad, y a veces tenemos tanta envidia de la libertad absoluta que experimentan los animales que necesitamos arrebatársela cruelmente para sentirnos menos mediocres y más fuertes en comparación a ellos”, responde Mascarell. También encontraremos la doma inversa.

Mención aparte merece la historia de Felicidad, una humilde criada protagonista de un cuento de Flaubert, Un alma de Dios, a la que ha faltado tanta vida que entrega todo su cariño a un loro. Hay seres que maltratan a los animales, otros les humanizan y algunos hasta les divinizan, decíamos. Y este es el caso de una protagoniza que acaba rezando a su loro.

“En él proyecta toda su necesidad de sacrificarse por los demás”. Su historia, asegura Mascarell, es uno de los ejemplos que separa esta literatura de las fábulas, esas historias infantiles en que los animales se comportan como seres humanos. “En los cuentos literarios de la modernidad, los animales son ellos mismos, son animales reales, pero funcionan como símbolos y contienen la clave interpretativa de todo el andamiaje literario”.

La escritora recuerda cómo se encaprichó tanto de una luciérnaga en su infancia que la llevó a su casa y la metió en una caja. Por la mañana no brillaba, estaba muerta. Ese gusano de luz revive en su memoria y en un libro en el que, como explica, ha compuesto un “mosaico de voces y modalidades, porque hay desde relatos policíacos hasta metafísicos, pasando por la picaresca o el terror”. Una joya.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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