Cierra el Museo de la Batalla del Jarama: adiós a un legado histórico por disputas vecinales y falta de apoyo oficial
La falta de acuerdo en Morata de Tajuña condena al único museo sobre la Guerra Civil que existía al sur del Ebro
Desde la carretera hacia Morata de Tajuña se vislumbra un mal señalizado monumento de Martín Chirino a las Brigadas Internacionales que lucharon en la Guerra Civil. Son dos manos entrelazadas, cobrizas, de unos seis metros de alto, que se imponen sobre una colina agusanada por largas trincheras. Pronto este lugar será el único punto que recuerde la guerra que se libró en la zona, pues en la vecina Morata de Tajuña se ha conocido esta semana el cierre, después de 25 años, del Museo de la Batalla del Jarama, el único dedicado a la Guerra Civil al sur del Ebro y uno de los pocos que hay en toda España. Una iniciativa privada que sus impulsores consideran ya inviable.
“Lo siento”, se disculpa Goyo Salcedo cuando una pareja se dispone a cruzar el umbral del museo, “pero está cerrado”. A su lado, en la vacía recepción, hay una de sus obras —Salcedo, además de ser el dueño de la colección, es escultor—: un hombre a tamaño real, metálico, creado con 3.000 piezas fundidas de metralla de la guerra. La estatua daba la bienvenida a un museo forrado hoy de vitrinas vacías y paredes desnudas. Un museo por el que el pasado diciembre se paseaba Ángel Víctor Torres, ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, y que ahora es un almacén de cajas que guardan miles de balas y fotografías de la época, toneladas de metralla, decenas de uniformes y banderas remendadas, armas oxidadas, cartelería, utensilios de cocina, mapas de la época, maquetas. “Gente del Ejército ha valorado la colección en más de medio millón de euros”, cuenta Salcedo, de 79 años. “Y eso a la baja”.
“Este era el único museo sobre la Guerra Civil a este lado del Ebro”, cuenta por los pasillos Jesús González de Miguel, historiador y autor de La batalla del Jarama: febrero de 1937, testimonios. No hay mejor profesor de historia para contextualizar el enfrentamiento que se libró en la zona entre el 6 y el 27 de febrero de 1937. Las tropas del bando sublevado querían tomar la carretera de Valencia para cortar la ruta hacia Madrid. El bando republicano, socorrido por las Brigadas Internacionales, retrasó a los nacionales en la que fue una de las batallas más cruentas de la guerra. La carretera no cayó y fracasó así la operación del bando franquista.
Goyo Salcedo no oculta sus simpatías republicanas, pero recalca que en el museo “no se podía decir: ‘Estos son rojos y estos azules’. Ambos bandos estaban representados. Han pasado por aquí desde descendientes de la derecha a hijos de brigadistas internacionales”. Militares de la Academia de Toledo, hijos o nietos de combatientes o excursiones escolares de toda España acudían cada año. También visitas de toda Europa o de Estados Unidos, que ya no volverán, llegaban a esta localidad de 8.000 habitantes situada a media hora en coche al sudeste de Madrid.
El Ayuntamiento anterior financió el alquiler del museo dos años. Sin embargo, en 2023 no hubo Presupuestos. Salcedo se endeudó para pagar el alquiler y a la recepcionista. “Estuve a punto de ir al psiquiatra. He puesto en peligro mi dinero. A mi familia. No quiero volver a pasar por eso, se acabó”, dice, lanzando un trozo de metralla a la caja, que le devuelve una bocanada de polvo. Pero la falta de apoyo institucional no es el único motivo del cierre. Como si fuera una historia de la propia guerra, una rencilla personal terminó por dinamitar el museo.
“Yo pago los gastos de luz, de agua, de comunidad”, cuenta Pilar Atance, sentada a sus 84 años en medio del enorme comedor del mesón El Cid, mientras su hija Inma atiende a los comensales. Manteles de cuadros rojos cubren el medio centenar de mesas, que se llenan todos los días. Ella es la dueña del restaurante y del enorme local (de unos 500 metros cuadrados) donde se sitúa el museo, en la parte trasera del mesón.
“Lo siento mucho porque hemos sido como hermanos”, cuenta sobre su relación con Salcedo. Pilar Atance reconoce el impacto que la colección ha tenido en su propio negocio: “El museo ha arrastrado a mucha gente, y hemos conocido muchas personalidades que han pasado por aquí”. Algunas partes del museo, como la sobrecogedora sala que replica una escuela antigua, son suyas. Y todavía guarda buenas palabras para Salcedo: “Me da mucha pena; este hombre ha trabajado como un bestia”. Tras las desavenencias, sin embargo, explica que no quiere que su local vuelva a albergar la colección de Salcedo. “Haré un museo etnográfico, que era mi idea inicial”, sostiene. Tiene previsto abrirlo en septiembre.
Salcedo habla de robos de piezas por parte de ladrones que de noche se colaban desde la finca del restaurante, Atance subraya que ha cargado con los gastos estos años. Él esgrime que ella rompió su promesa de dejar por escrito que cedería el local aun después de morir, ella afea el momento en el que el museo empezó a ser de pago (2,5 euros) sin que ella quisiera, y que sin su consentimiento se usó el sello de su restaurante para marcar las entradas. Dicen en el pueblo que ya es imposible juntarlos para hablar, pero charlando con cada uno por separado da la sensación de que ambos tienen sus razones. Y ambos hablan del esfuerzo común con el cariño que dan tantos años trabajando juntos.
“Nunca se habría producido este enfrentamiento si hubiera habido apoyo institucional”, tercia el escritor González de Miguel, que habla de la alergia política a que en España haya un museo dedicado a la mayor guerra que ha sufrido el país. Aunque desde las instituciones lo ven de otra manera.
“El museo es privado, y el problema es privado”, dice Fernando Villalaín, alcalde de Morata (PP) desde 2023, que asegura que se ha intentado un convenio de colaboración que al final no llegó a buen puerto. “Tampoco se puede negociar año a año. Hay que pensar en una estrategia a largo plazo”, dice el alcalde, que habla de la cesión de la colección al Ayuntamiento como una posible solución. “El anterior equipo municipal [del PSOE] no presentó Presupuestos, lo cual impide las subvenciones nominativas. Lo mismo pasa con el ministerio: al no haber Presupuestos Generales este año, no hay partidas”. Sin embargo, defiende su gestión y la de sus antecesores: “Hemos hecho lo que hemos podido”.
Si la colección acabara en otro municipio, por ejemplo en la cercana Rivas (que ha mostrado cierto interés), ¿no le asusta ser visto como el culpable de todo? “Tengo clarísimo que me acusarían”, cuenta Villalaín, que asegura que, con el tiempo, el Ayuntamiento está dispuesto a pagar la subvención de 2024 y también la de 2023 (un total de 50.000 euros). “Quiero que la colección esté en Morata el mayor tiempo posible. También creo que todos los implicados tienen poca paciencia”. Villalaín ha prometido a este diario reunirse estos días con ambas partes.
“Existía la idea de restaurar el edificio de las caballerizas, en el centro del pueblo, para albergar el museo”, cuenta David Loriente, que fue concejal socialista de Cultura y Turismo en la legislatura de 2015 a 2019. Políticamente ninguno de los dos grandes partidos hace sangre de más con el otro, sino que señalan a la lentitud general de los organismos supramunicipales. “Se trabajó en ese proyecto desde la alcaldía popular de 2011 a 2015″, matiza Loriente, que come precisamente en el mesón El Cid con un grupo de excursionistas que han visitado las trincheras cercanas. “Nosotros seguimos con la idea en la legislatura en la que estoy yo, pero luego todo se atasca en la Dirección General de Patrimonio [de la Comunidad de Madrid]. Estamos en 2024 y sigue sin salir adelante”. Loriente hace repaso: “En 2022 nace la asociación de amigos del museo. Ese año hay una subvención para pagar gastos del museo. En el 23 no hubo Presupuestos, ni subvención”. Ese es uno de los años en los que Salcedo explica que tuvo que endeudarse para mantener el centro.
“Gettysburg, Normandía, Waterloo… en todos esos sitios el recuerdo de la guerra es algo muy presente. Incluso en su economía: hay mucha gente que vive del campo de batalla. Pero claro, en Gettysburg se han gastado 100 millones de dólares en acondicionar todo aquello. Y aquí…”, lamenta el escritor González de Miguel. “Al final, ¿por qué se cierra esto? Por la misma razón que sigue habiendo muertos en las cunetas. Porque en este país no interesa la historia”. A su lado, Salcedo se acaricia el frondoso bigote. Lanza otro trozo de metralla a la caja y echa un vistazo cargado de tristeza al museo. “No creo que tarde mucho en recogerlo todo”, suspira, y sus palabras se pierden en los pasillos vacíos.
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