Margot Rot, una escritora que vive en internet: “Mi historial de búsquedas contiene mi alma”
La autora del ensayo ‘Infoxicación’ defiende la validez de las microvidas que desarrollamos dentro de las pantallas y urge a examinar nuestra relación emocional con ellas antes de restringirlas sistemáticamente
Durante la pandemia, Margot Rot (Gijón, 27 años) cayó en lo que llama su “tristeza”: una especie de depresión galvanizada por las miserias de 2020 pero mitigada por todo un universo de personas, afectos, ideas y apoyos que ella guardaba en la palma de la mano. Era su móvil, internet, el mundo paralelo donde esta filósofa y escritora encontraba el alivio que le daba la dimensión física. Ahora, en Infoxicación (Paidós), Rot, que prepara el doctorado de Filosofía, Ciencia y Valores de la Universidad de El País Vasco, estudia los extraños procesos mentales resultantes de navegar online como algo válido, complejo y digno de estudiar y no solo el producto de un vicio insano que, se nos alerta a diario, acabará con el mundo.
“Al margen de que sea un ensayo filosófico, tiene la ambición de entender cómo te relacionas emocionalmente con esto que está en tu bolsillo, en tu cama, en la mesa de tu cocina”, describe en la misma terraza del Paseo de la Florida (Madrid) donde escribe habitualmente. “Yo sé cómo me siento cuando llego a casa y, aunque tenga mil cosas que hacer, o precisamente quizá por las mil cosas de la casa, porque a mí la vida cotidiana, las lavadoras y esas cosas, me supera, de repente me paso cuatro horas en TikTok. He intentado hacer un análisis desde ahí”.
Pregunta. ¿Da por hecho que es normal estar en el móvil cuatro horas?
Respuesta. Digo que hay que pensar bien en lo que sucede en ese móvil. Y no como crítica o como justificación a un discurso moral. ‘Ay, es que solo ves esto, es que solo consumes eso, fatal’. No hombre, vamos a darle una vuelta más. ¿Que estás consumiendo y cómo te hace sentir? ¿En qué momento te tiras cuatro horas con el móvil y cómo te vas después? ¿Y qué recuerdas de eso que has visto?
P. Hablando de recordar, internet tiene una cualidad extraña, casi onírica: al despertar por la mañana, lo normal es recordar la emoción provocada por el sueño, pero no el contenido. Al dejar el móvil es parecido, convives con el poso de intriga, envidia, tristeza, que te haya dejado pero…
R. ...sin poder darle un aparato discursivo en palabras, ya. Y vayamos allá de la propia máquina. Mira, yo nunca enseñaría mi historial de búsquedas. Mi historial de búsquedas... es mi psique, mi alma, lo que me preocupa, de lo que más me interesa a la banalidad más absurda que vertebra mi día: si tengo que buscar una tintorería, tintorería en Madrid paseo de la Florida. Todo está ahí. Y esas búsquedas se me devuelven en forma de contenido que yo consumo.
P. ¿Qué contenido consume usted?
R. Yo voy a TikTok y veo chicas limpiando su casa y poniendo velas y cambiando las sábanas y dejándolo todo ideal, una tendencia online que me encanta. O el #mukbang, gente que come cosas que hacen ruido. Está en todas partes, gente que simplemente come. Uno se podría preguntar por qué quiere ver nadie un vídeo de alguien comiendo. Bueno, porque le satisface. Sus papilas gustativas están gozando, su apetito está activado. La chica que pone velas: yo quiero tener una casa así. Está la cosa de que todas estas chicas tienen mucho dinero. Lo aspiracional también está en mi psique, a lo mejor de forma inconsciente, y también se revela ahí. Eso es afecto y eso es deseo.
P. Se habla poco de lo que te devuelve internet. Mucho de cuánto le damos (horas, atención, emociones) pero no de lo que devuelve.
R. Cosas increíbles, yo creo.
P. En su amor por internet, ¿dónde entra la adicción a los móviles?
R. La adicción no es al teléfono, sino a lo que hay dentro de él. Y, ¿qué hay? Pues todo el espectro estético que deseas y ves y observas o... o la pura nada. El puro momento de leer para que este tiempo pase, sin preguntarme qué hacer ahora, porque simplemente puedo estar cinco horas aquí sin pensar y ya es la hora de cenar. Yo matizaría mucho la adicción al móvil; no es al móvil, es a otra cosa.
P. ¿Le pone nombre?
R. Para cada uno es distinto en función de lo que consuma en internet. Es muy sintomático. Lo que ves te habla de lo que deseas.
P. ¿Y lo que uno sube a internet? ¿Esa búsqueda de dopamina, de aprobación social?
R. Hay más que aprobación social, ¿no?
P. ¿En un like?
R. En el ejercicio de subir algo a la Red. Cuando tú subes una foto a Instagram, seguro que piensas si va a tono con todas las demás que has subido. O un tuit, si el tono en el que lo escribes va al hilo de tu ser narrativo en Twitter. Si le damos una vuelta más, esa aprobación sería a tu manera de significarte en el mundo, ¿no?
P. ¿Qué relación ve usted entre quién uno es y cómo esa persona se muestra online? Parece que la gente sube a internet lo opuesto a lo que siente. Quien tiene anorexia social sube fotos rodeado de gente; quien trabaja demasiado, fotos de vacaciones. Yo, que tengo menos tiempo del que querría para leer, me veo subiendo libros. Y las parejas a punto de separarse son las que postean más fotos como si estuvieran enamoradas.
R. La virtualidad en internet es un lugar. Un tiempo y un espacio suspendidos en la infinitud. No tiene nada que ver con la interacción. Yo ahora, mientras hablo contigo, no puedo medir tanto como me gustaría quién soy, porque mi cuerpo dice más de lo que yo quisiera, o mi cara, o mi tartamudeo, o mi forma de equivocarme. Pero en internet puedo controlar. Durante años se ha teorizado que el sujeto moderno es libre y tiene la agencia, que Dios no existe y uno elige y cada identidad es una construcción. Pues Instagram o Twitter o la virtualidad te dan esta posibilidad. Y posiblemente por este motivo se pueda catalizar la carencia. ¿Yo qué quiero? Estar bien con mi pareja cuando no lo estoy. ¿Yo qué quiero? Leer cuando no puedo. Esos libros los subes porque tú realmente deseas leer, porque tú eres lector. Y a mí eso me interesa más, quizá, que el hecho de que sea una carencia, sin obviarlo.
P. Vincula mucho el móvil a las emociones. ¿Qué le parece que sea el aparato a través del cual nos informamos?
R. Informarnos es un acto racional pero la razón no está exenta de emociones. Por tanto, informarnos es un acto emocional.
P. ¿Igual que leer en papel?
R. El conocimiento se adquiere, sobre todo, a través del sistema afectivo. Conocer es aprender y lo que estás aprendiendo siempre te suscita alguna emoción. Eso no se puede separar. Sin embargo, se separa: un error. Cuando la gente habla de razón o del conocimiento, parece que lo hace como suspendiendo tus herramientas afectivas. Esto se ve mucho en política. Te acercas a las cuestiones políticas de manera afectiva, que no quiere decir que no sea racional, pero no hay que olvidarse de que las razones son afectos, son emociones. Uno claro que razona, pero razona a través de sus afectos.
P. ¿A qué viene la relevancia que se le da al afecto, a la emoción, no solo en su ensayo sino en también en otras obras de pensadores de su edad?
R. Hemos ganado tanto la batalla de la identidad, de la construcción personal, que ahora ya lo único que queda por pensar es lo que uno no elige: los afectos que te suscitan las cosas que te pasan. Ahí no tienes tanta agencia. Por eso el deseo ahora está en boga. Después de pelearte por la constitución de tu identidad, de repente lo que deseas no lo eliges. ¿Ahí qué pasa, ahí quién eres? Por eso ahora se habla mucho de emociones.
P. ¿Qué es infoxicación?
R. Es un concepto que leí en un libro de sociología estadounidense, El shock del futuro [Alvin Toffler, 1970]. Me flipaba porque era muy catastrofista. Planteaba que en el futuro vamos a desarrollar problemas de adaptación, como los soldados que vuelven de la guerra y no pueden convivir con sus recuerdos traumáticos. ¿Y si realmente todos los fenómenos a los que la virtualidad me precipita me impiden relacionarme afectivamente con lo que pasa? Mi preocupación era y es: ¿cómo es posible que haya una guerra ahora mismo en Gaza y que yo pueda ver una matanza en directo, aquí, en la palma de mi mano, durante cinco minutos y luego seguir con mi vida?
P. ¿Tenemos menos empatía con la gente que vemos en el móvil?
R. No es eso. Como persona que ha crecido en internet, para mí, hay personas muy queridas que nunca veré y que nunca he visto. Solo leo lo que les pasa o cómo se sienten. Mi tristeza hubiera sido mucho peor si no hubiese tenido internet. Toda la gente que me ha acompañado en mi tristeza, durante mi depresión, durante muchos años conectada, es comunidad. A la vez que digo esto me desvinculo del horror que veo. Parece que no te puedes hacer cargo, que no te puedes vincular con todo el horror de tu alrededor pero sí puedes empatizar con alguien a quien nunca has visto y nunca verás.
P. Esta tensión, ¿llegará a un límite y remitirá? ¿O nos adaptaremos nosotros a ella?
R. No lo sé. Sé que nos vamos a enfrentar a ello de la misma manera en la que nos hemos enfrentado a la cotidianidad toda la vida. Siempre hemos generado estrategias para resistir. Ahora somos conscientes de que el sistema de trabajo nos separa de nuestros seres queridos y nos agota. Somos mucho más conscientes de que tenemos que cuidar a nuestros seres queridos aunque estemos agotados. Y lo intentamos. Y la virtualidad nos da la posibilidad de encontrar colectivamente respuestas a esa dificultad. El ensayo habla de la tecnología y de la virtualidad, sí. Pero no es otra cosa que hablar del presente porque las problemáticas son las que nos atraviesan en nuestra vida diaria, y ahí el móvil da igual. Es que yo quiero leer; quiero ver más a mis amigos; estoy cansado, mi trabajo a lo mejor no me gusta tanto... Y a lo mejor me voy a divorciar. No es el móvil. Es la vida. No sé cómo va a ser mañana, si va a haber restricciones o no, no sé si se va a abogar por una desconexión… Pero sé que a la par que se hacen los problemas buscamos la manera colectiva de solucionarlos. Y eso es esperanzador.
Babelia
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