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Violencia, sexo y una pintura revolucionaria pero atemporal: la interminable fascinación por Caravaggio

La vida ‘in extremis’ del pintor y el misterio de su sexualidad explican la atracción del público por el genio lombardo, sobre el que se acaba de estrenar una nueva película

La obra de Caravaggio 'Salomé con la cabeza del Bautista'.
La obra de Caravaggio 'Salomé con la cabeza del Bautista'.efe
Miguel Ángel García Vega

¿Por qué fascina tanto Caravaggio (1571-1610)? Los cines acaban de estrenar la coproducción franco-italiana La sombra de Caravaggio, dirigida por Michele Placido; el Ecce Homo madrileño, cuadro cuya propiedad anda aún en manos de los abogados, debería ver la luz en los próximos meses; el museo de Capodimonte en Nápoles, prestó este verano, no sin cierta polémica, entre otras, las telas del genio lombardo al Louvre; la Salomé con la cabeza del Bautista ha encontrado, por fin, un espacio definitivo en la nueva galería de las Colecciones Reales de Madrid e incluso El Prado exhibe la restauración de David vencedor de Goliat. Esta obra tiene su particular misterio caravaggesco. Nadie sabe cómo llegó a la pinacoteca madrileña.

¿Qué hay tras los lienzos del maestro italiano que tanto interés generan? ¿Una vida trágica, la revolución en la pintura, su sexualidad, la violencia o que transformara prostitutas en vírgenes? “Es un poco todo eso. Su trabajo resulta atemporal y toca la esencia del ser humano, al utilizar modelos reales, y esto conecta con el siglo XXI”, reflexiona David García, jefe de pintura italiana del Museo del Prado. “Sin olvidar su bisexualidad o una muerte algo prematura para la esperanza de vida del siglo XVII”. Esta es la explicación académica. Caminar las calles romanas aquellos días en que el pintor vivía era distinto. El lombardo fue un pintor extraordinario, solo superado por el divino Miguel Ángel (con quien se mediría toda su vida), rechazado y admirado por la Iglesia y asesino. Durante los 14 años (1592-1606) que pasó en Roma —hasta matar en un duelo al delincuente Ranuccio Tomassoni— encaró infinidad de disputas sangrientas. Pero, lejos de estereotipos, nunca fue un loco, sino un hombre del siglo XVII —donde el honor y el valor superaban a la pintura— arrinconado en una sociedad violenta. Ni las prostitutas apaciguaban la tensión de existir.

“Embustera, holgazana, mujerzuela. ¡Te voy a tirar a la cara una bacinilla de mierda! ¡Qué te joda el verdugo y te la meta por el culo!”. Esos insultos —que conservan los Archivos Estatales de Roma y recoge el escritor Andrew Graham-Dixon en su biografía— están dirigidos a una cortesana, por el artista, que en 1602 no quiso acostarse con él. Fue llevado ante el juez por agresión. Desfiguró la prostituta con el sfregio. Una venganza que consistía en lacerar la cara con un cuchillo. Años más tarde —en Nápoles— Caravaggio sufrió idéntico castigo, del que sobrevivió, una vez más, como uno de los muchos milagros que iluminó sobre el lienzo a lo largo de una vida de 39 años.

Atrás quedó su paso, siendo muy joven, por los estudios de Simone Peterzano, Antiveduto Gramatica o Cavaliere d’Arpino. Apenas aprendió a mezclar colores. Caravaggio fue autodidacta y utilizó un grupo de cortesanas-modelos. ¿Proxeneta? Quizá eso explicaría su errática vida nocturna. Tenía dos preferidas: Fillide Melandroni (que había posado como la Magdalena; Judith y Holofernes y la Santa Catalina de la colección Thyssen de Madrid, y Marta y María Magdalena) y Anna Bianchini (baja, pelirroja, que aparece en la Magdalena penitente y Descanso en la huida a Egipto). Ambas fueron prostituidas por sus madres.

Santa Catalina de Alejandría
'Santa Catalina de Alejandría', óleo sobre lienzo de Caravaggio de 1597 que forma parte de la colección del Museo Thyssen Bornemisza. HÉLÈNE DESPLECHIN / Museo Thyssen-Bornemisza

El maestro pintó desde la oscuridad hacia la luz —una idea extraída de algunos pintores lombardos del XVI— y dejó los fondos negros, con esto centraba la acción, la mente, en una secuencia, un fotograma. Introducía al espectador, lejos de distracciones, en la escena. Sin ese trabajo añadido lograba, además, producir más deprisa. Encajaba imágenes y empleaba el negro para esconder los espacios de unión. Pintar era aislar. Utilizaba incisiones (trazadas con el mango del pincel) para situar dónde estarían los modelos la próxima jornada. Y solía colgar del techo una fuente de luz con el fin de crear los contrastes de su famoso tenebrismo. También recurrió a espejos. El resultado era tan real que sobrecogía.

Pero el nacimiento de la leyenda está unido a la decoración de la capilla Contarelli en San Luigi dei Francesci, en Roma. Su primer encargo público y una gran responsabilidad para alguien de 29 años. Debía pasar de lienzos de 1,5 metros a más de tres metros de ancho y largo. Las pinturas —terminó el trabajo el 4 de julio de 1600— fueron un éxito. Cobró 400 scudi por representar dos pasajes de la vida de san Mateo (La vocación y El martirio).

Entre el carnaval y la cuaresma

Fue el comienzo del caravagismo. Ni Ribera, ni Rembrandt, ni Georges de La Tour se comprenden sin esas telas ni, tampoco, el interés (actual) por la sexualidad del pintor. “Las nociones modernas de identificación sexual carecen de sentido cuando se aplican al siglo XVII, con sus propias interpretaciones de conductas sociales punibles”, reflexiona Keith Christiansen, uno de los grandes expertos en el lombardo. “Está documentado que mantenía algún tipo de relación con mujeres. Su intimidad con hombres continúa siendo pura especulación. Nunca fue acusado de sodomía”. Desde luego, siguió pintando. Pero entre 1603 y 1606 solo llegaron tres encargos. Caravaggio estaba inquieto. Hasta que cayó un fondo negro. El 28 de mayo de 1606 seccionó la arteria femoral, en un duelo, al proxeneta Tomassoni. Murió desangrado. Pronto se dictó un bando capitale. Cualquiera en los Estados Pontificios podía matarle y obtener la recompensa.

En ese momento, Caravaggio empezó una huida (con su modelo —¿y amante?— Cecco), que solo se detuvo cuando falleció en Porto Ercole —a 80 kilómetros de la capital italiana— el 18 o 19 de julio de 1610. Queda por explicar la escapada. Se refugió en los montes albanos (Roma), viajó a Nápoles (protegido por Constanza Colonna y su hijo Fabrizio), cuando ya estaba considerado el mejor pintor de Italia; marchó, en pleno éxito, a Malta (1607), donde dejó la impresionante Decapitación de San Juan en su oratorio, y consiguió ser ordenado caballero de Obediencia Magistral.

Sin embargo, rehén de su carácter, atacó al conde Della Vezza, un caballero de Justicia. Aunque, otra vez, logró escapar, esta vez de una cárcel de roca, quizá con la ayuda de los Colonna, en octubre de 1608, a Siracusa (Sicilia). Al año siguiente ya estaba de vuelta en Nápoles y se alojó en el Palacio Colonna en Chiaia. Debió, entonces, pintar el Ecce Homo madrileño. Una premonición. Pronto fue alcanzado en la Osteria del Cerriglio, una mezcla de taberna y prostíbulo, por, entre otros, Della Vezza, y quedó lisiado. Todavía sin recuperarse viajó hacia Roma, con varias pinturas, en una falúa. El bando capitale había sido, por fin, revocado; pero, enfermó y jamás arribó a su destino.

Transcurrieron siglos de olvido. “El caravaggismo tuvo un impacto general aunque solo duró una generación. Cuando el historiador Luigi Lanzi (1732-1810) estudió el siglo XVII, el artista que le parecía crucial era Annibale Carracci, no Caravaggio. Y la mayoría de los contemporáneos habrían estado de acuerdo”, aclara Keith Christiansen. Mientras, el experto Bernard Berenson (1865-1959) defendía que la fascinación por el pintor era consecuencia más de su vida que de su obra. ¿Ayudó a crear el mito morir tan joven? “Para mí, ese dato no cuenta la historia”, critica el experto Nicola Spinosa. En España se le tenía por buen pintor, pero “para lejos”.

Fue el historiador Roberto Longhi (1890-1970) quien lo recuperó de esa ventana llena de polvo que es mirar a través del arte y el pasado. En 1951 organizó en el Palacio Real de Milán la primera exposición sobre el genio. Las fotos en blanco y negro revelan la pregunta, “¿quién es ese Caravaggio?”. Obras que hoy jamás saldrían de las iglesias que las albergan movidas sobre trapos, los dinteles se salvan gracias a la pericia de unos operarios (más bien labriegos), que ni siquiera usan guantes y ponen las manos sobre los lienzos. “El olvido es lógico, con los siglos cambian los gustos. Murillo no reaparece hasta el XIX en Francia”, comenta una historiadora, que pide el anonimato. Y añade: “El mérito de Longhi es comprender que era uno de los mejores y estaba mal estudiado”. Además, los temas de su pintura resultan actuales: la dignidad de los pobres, la injusticia y la redención del hombre. Una vida única entre el carnaval y la cuaresma, entre la Iglesia y el prostíbulo. La construcción de una leyenda contemporánea del siglo XVII.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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