Muere a los 90 años el director argentino de teatro Jorge Lavelli, que convulsionó Europa con su inconformismo estético
El responsable de escena llegó a París en 1960 y se convirtió en un referente de montajes de dramaturgia clásica, contemporánea e incluso de ópera. “Era un mago”, apunta Blanca Portillo
“El teatro debe ser vivo, profundo, ligero, inesperado, real y soñado. Nunca aburrido ni pretencioso. Jamás profesoral, ni conformista, ni servil. El teatro ha sido inventado para poder hablar de la vida y de la muerte”. Así fue el teatro de Jorge Lavelli, uno de los directores de escena más importantes en las últimas décadas del siglo XX y de los inicios del XXI, que ha fallecido esta mañana en París a los 90 años, según ha comunicado su esposa, Dominique, a sus amigos. Su entierro se celebrará en el cementerio de Père-Lachaise.
Nacido en Buenos Aires, lo fundamental de su carrera se desarrolló en París. Llegó a Francia en 1960 como becario del Fondo Nacional de las Artes argentinas para seguir cursos en la escuela Charles Dullin y en la escuela Jacques Lecoq. Finalmente, obtuvo la nacionalidad francesa en 1977, aunque continuamente recorría Europa, llevando por todo el continente su personal teatro, marcado por un inconformismo estético que le convirtió en uno de los más grandes directores de escena.
Son numerosos, variadas e importantes las inmersiones que Lavelli realizó a lo largo de su vida en los textos de los clásicos, aunque les pusiera en pie con las técnicas más vanguardistas de la escena contemporánea: Calderón, Séneca, Molière, Pierre Corneille, Goethe, Antón Chéjov, Paul Claudel, Valle Inclán, William Shakespeare... por destacar algunos. En todos sus trabajos quedaba claro la reflexión de Lavelli: la humanidad no ha podido deshacerse ni un ápice de sus más importantes señas de identidad, el miedo y la ambición.
Al mismo tiempo que afrontaba esos textos míticos, a él le gustaba presumir de que en realidad había primado por encima de los clásicos a numerosos autores modernos y contemporáneos, e incluso en algunos casos lo hizo antes de que alguno de esos autores fueran conocidos y prestigiados internacionalmente. Lo cierto es que ahí quedaron sus trabajos con obras de Kushner, de Gombrowicz y de Copi, al que llevó a los escenarios cuando no era nadie y siguió dirigiéndole todos los textos hasta su última pieza, escrita cuando estaba desahuciado. Con una obra de Copi inauguró el Théâtre National de la Colline, del que fue director fundador, desde 1987 a 1996, y que se centró en el descubrimiento y la creación de autores del siglo XX.
En 1969, creó en el festival de Aviñón una primera forma de teatro musical con Orden, de Pierre Bourgeade y Girolamo Arrigo, y arrancó de esta manera otra rama de su labor, la dedicada a la ópera. Entre los autores a los que insufló su pasión por el teatro contemporáneo estaban los españoles Juan Mayorga, Lorca, Valle Inclán y Fernando Arrabal, a los que se suma una larga lista como Ionesco, Pinter, Rezvani, O’Neill, Claudel, Boulgakof, Berkoff, Peter Handke, Óscar Panizza, Tony Kushner, Pirandello, Brecht, Thomas Bernhard, Arthur Miller, Edgard Albee, Fuentes... “Antes de programar un pirandello, el director de un teatro público debiera preguntarse si con su decisión no le está quitando el sitio a algún autor actual interesante”, explicaba Lavelli en una entrevista en EL PAÍS en 2008.
En España realizó bastantes montajes, y tuvo una especial complicidad con intérpretes como Juan Luis Galiardo, al que eligió para protagonizar Edipo rey y como Harpagón en El avaro de Moliére, y sobre todo con Blanca Portillo, con la que colaboró en numerosas ocasiones. De hecho, Portillo le considera uno de sus grandes maestros. “Era un mago, un genio del teatro”, contaba ayer la actriz tras conocer su fallecimiento, sumida en la tristeza. “Y entendía que el teatro era una lectura que no tenía que parecerse a la realidad; es más, tenía que crear una nueva realidad. Jorge consideraba al actor por encima del todo. Adoraba a los actores españoles. Y tuvo una vida fascinante, porque ya en los sesenta coincidió con los grandes intelectuales franceses del momento. Yo hice con él Eslavos y La hija del aire, y de su mano fui a Buenos Aires”.
La ciudad de París le otorgó el Gran Premio de las Artes Escénicas por el conjunto de su obra y era Comendador de la Orden de las Artes y las Letras, y Caballero de la Legión de Honor. Lavelli volvió a Buenos Aires en varias oportunidades y recorrió los más importantes festivales de teatro del mundo a lo largo de su carrera.
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